Un viaje en Tinebia

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Me desperté, era de madrugada y volví a pensar en Tomás. Parecía ser la única persona que me importaba en Tinebia. Me generaba angustia saber que podía extrañar a sus padres. ¿Cómo carajo consigo a un niño en una ciudad de 300 mil habitantes?

Decidí caminar por Mohali en la noche. Me habían dicho que sus calles eran muy seguras y me pareció prudente para complementar mi nota con algunas ideas que pudiera captar. El paisaje nocturno era igualmente hermoso, afortunadamente era fresco y podía caminar con confianza de no arruinar mi atuendo.

Pude recorrer veredas enteras y enormes plazas; vi decenas de bares y clubes donde la gente disfrutaba de la música, el baile y seguramente de algunos estupefacientes, pero todo dentro de un estricto orden. Seguí caminando hasta llegar a un callejón oscuro. Al fondo había una puerta de metal con un ojo rojo de neón sobre ésta, le acompañaba la frase "Despiertos".

Soy terco, terco y curioso. Eso definitivamente siempre trae problemas. Decidí golpear la puerta para ver de qué se trataba aquello. Estaba convencido de que adentro habría una especie de prostíbulo decadente lleno de heroinómanos. Pero no, tan solo era otro bar, otro más exceptuando por un detalle.

Luego de entrar al lugar con ese desagradable color rojo por todos lados, fui hasta la barra, me senté y ordené un whisky en las rocas. El barman se sonrió y miró con extrañeza a las personas a mi lado; pensé que se burlaba de mi terrible francés pero uno de ellos tocó mi hombro y señaló un letrero amarillo que decía: "Solo ácido".

En este punto debo dejar claro que jamás había utilizado alguna droga ilícita en mi país, más allá de fumar marihuana ocasionalmente en la universidad, pero me encontraba en la meca de la producción de casi cualquier sustancia psicoactiva. Si este era el momento en el que podía tener acceso a drogas realmente buenas, era una gran oportunidad para hacerlo. Por otro lado, ¿cómo hacer un artículo acerca de la economía de un país sin probar su principal producto?

Recuerdo que acepté la propuesta y le pedí al mesero que me diera ácido, éste me miró y me preguntó cuántas. Como no tenía idea de lo que me hablaba, le dije que me diera una dosis común. Sonrió y sacó una píldora de un dispensador metálico. Me pidió que llenase un formulario de datos para el Gobierno, junto con un descargo de responsabilidad, y que pagara tres tulsums, el equivalente a 10 dólares. Luego dijo: —Sé que eres extranjero, esto no tiene nada que ver con lo que hayas probado, hará efecto en tan solo cinco minutos. Tómalo, acuéstate en aquel sofá y disfruta, en solo una hora todo habrá acabado—. Me entregó un vaso con agua pero lo rechacé, quizá por aquella vieja costumbre de tomar pastillas sin líquido.

Sin mucha preocupación, tomé la píldora blanca y esperé acostado en el sofá mirando mi reloj, uno dorado que aunque parecía de oro, era una imitación de Rolex que uso cuando visto trajes. Luego de un par de minutos las manecillas se detuvieron, sin embargo podía continuar oyendo el sonido de éstas. Tras escasos segundos puede ver a través de su superficie y observar todos los engranajes que lo integraban, éstos brillaban en un color dorado muy intenso.

El sonido de las manecillas era ahora el protagonista en mi cabeza e iba acompañado de los engranajes iluminados. No podía parar de ver mi reloj, era el mejor reloj del mundo, sentí que podía saber la hora aunque no viera las manecillas, podía oír la hora. Era como escuchar la voz del tiempo que, al culminar cada minuto, susurraba en mi oído la hora exacta. Estaba maravillado, pero luego de unos tres minutos, la voz comenzó a parecerme invasiva. Decidí dejar de mirar el reloj y levantarme del sofá, caminé un par de pasos, pero me sentía muy confundido. El bar que inicialmente estaba bañado por una luz roja, ahora estaba lleno de pequeños destellos de luces doradas que danzaban. Los hombres recostados en las sillas exhalaban humo de color verde mientras hablaban y reían; sus risas se escuchaban con eco, pero el sonido de las manecillas del reloj las opacaban, pues continuaban su curso con mayor volumen.

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