La muerte de Camile

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Encendí el televisor y lo ví: Un atentado terrorista acabó con la vida de una prometedora oficial de la policía.

La inconfundible foto de Camile estaba en todos los medios, siempre superpuesta a los restos de su auto policial; humeante y reducido a trozos de chatarra dispersos y a una nube de cenizas. En este punto, las conjeturas de los periodistas fueron muy variadas, pero todas convergían en una frase: Ataque terrorista.

A pesar del gran esfuerzo del gobierno por definir un perímetro que alejara a las cámaras de la escena, en el video tomado a larga distancia por el canal 7 era fácil distinguir a dos forenses tratando de despegar el calcinado cuerpo del auto, una imagen no menos que angustiante.

Los perros de caza con micrófono, entrenados para olfatear y morder, tardaron poco en hurgar en el pasado de Camile y descubrir su parentesco con el Ministro, hecho que encausó la atención hacia el funcionario y alimentó la teoría de que la explosión había sido un acto selectivo contra una figura clave del gobierno.

Apostados frente a su residencia, esa misma en donde le había entrevistado por segunda vez, los medios aguardaban para tomar el testimonio de Lauve.

Es importante destacar que la prensa en Tinebia tenía cierto grado de libertad, el suficiente como para constituir una válvula liberadora de presión que era manualmente regulada por la Oficina de Control de Anomalías. El gobierno sabía que la existencia de los medios de comunicación masivos creaba la ilusión de transparencia así que en vez de suprimirlos, los utilizaba para encauzar las noticias en la dirección adecuada. Cualquiera que entienda cómo funciona este sistema sabe que si los medios están en las afueras de la casa de Lauve, es porque la Oficina de Control de Anomalías había amarrado el cebo justo en el portón.

Recibí una llamada en ese instante. Su voz inconfundible dijo: —Dime que al menos de mentira me extrañaste.

—Sí. Definitivamente te he extrañado— dije sonriendo involuntariamente.

—¿Qué debo hacer?

—Espera por la transmisión de los hermanos. Una vez el objetivo sea alcanzado, vas a la casa segura.

Hizo silencio algunos segundos.

—¿Te sientes bien?— pregunté.

—Es mi madre. Espero que realmente no entienda nada de lo que está pasando.

Ahora yo me había quedado sin palabras. Realmente mi dificultad para calmar a los niños también podía extenderse a los adultos.

El hilo de silencio se alargó por unos 30 segundos. Sabía que aunque no habláramos, ella necesitaba sentirse cerca de alguien.

—Nos vemos pronto, hombre de tostadas con mermelada— Y colgó.

Técnicamente acababa de sostener una conversación telefónica con el más allá. Sonreí nuevamente, no sé por qué me alegré, si fui yo quien articuló toda la patraña que veía en el televisor.

Hacía menos de una semana, un oficial de la policía cercano a Camile, le había entregado un kilo de material explosivo sustraído del depósito de equipos utilizados en entrenamientos de la academia.

Con la mitad de este material,  y con la ayuda de otros dos hombres de azul de moral laxa, equiparon el auto policial de la hija del Ministro para realizar una explosión programada.

Quizá entre los detalles más complejos a destacar, podría elegir que se necesitó la ayuda de otro grupo de policías que “desapareció” de la morgue el cuerpo de una señorita de edad similar a Camile, uno de tantos cadáveres sin nombre de alguien que había sido reeducada demasiadas veces.

No pude evitar pensar que quizá pudo haber sido el cuerpo de Marta.

El cadáver fue uniformado con la ropa de la oficial y posicionado dentro del vehículo por Camile en el asiento del piloto, y no fue otra sino ella quien detonaría la patrulla para convertirla en chatarra en solo segundos. Esta era la típica mujer que no dejaría su muerte en manos de otros.

El sitio elegido fue justo el frente de su casa, a las 9:00pm del 03 de noviembre. Según su vecina, que vio pulverizadas sus ventanas, la explosión causó un estruendo similar al de un rayo impactando en el comedor de su casa.

A pesar de lo elaborado, esto solo era parte del inicio de mis colegas dentro de la Operación Reagan, una obra majestuosa que abarcaba cientos de detalles que juntos lucían en papeles como el golpe más astuto de la historia, pero que en la práctica parecían una inmanejable cantidad de tareas que solo alineadas de forma perturbadoramente exacta podrían llegar a funcionar.

La siguiente tarea demandaría que yo resguardara el resto del C4 utilizado en la explosión y lo entregase a los hermanos Youssef.

Por otro lado, Noah, debía crear una señal pirata y hackear el acelerador de Tinebia. Sí, sé que suena complejo, pero para Noah el problema real no era lograr esto, sino evitar ser rastreado, lo cual nos obligaba sí o sí a que la misión concluyera exitosamente.

Hackear el acelerador tenía un solo objetivo, conocer el protocolo del manejo del cuerpo y posterior sepelio de Camile detalles que, por su vínculo con un atentado terrorista, serían manejados celosamente por la Oficina de Control de Anomalías.

Un Viaje a TinebiaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora