Coleman hacía tiempo que no tenía un caso tan fuera de lugar como aquel. No había conseguido pegar ojo, intentando encajar las piezas mientras el equipo forense y sus investigadores hacían la reproducción de la escena. Lo que sabían hasta ahora era que habían asaltado la casa de Andrius sin forzar una sola puerta o ventana, que habían ido directamente al dormitorio de la chica, porque era lo único que habían encontrado patas arriba, y que, según las declaraciones, la víctima había abandonado la casa apenas entrar en ella al escuchar un movimiento en la parte superior de la casa. ¿Pero por qué la alarma, se preguntó? Ella había dicho que no hacía mucho había llamado a su tío y sabía que estaba arreglando una lavadora. Y que él nunca entraría en su cuarto.
Suponía que no sería la primera adolescente que se asustaba, aunque en este caso había sido una suerte para ella salir corriendo de la vivienda para refugiarse en casa de sus vecinos, no tanto para los Trace. Revisó las fotografías de Hannah Trace y Chad, el hijo. Les habían dado una buena paliza, especialmente al chaval. Con una de ellas en la mano, alargó la otra hacia el teléfono y consultó primero la hora. Bien, las siete de la mañana, una hora tan buena como cualquier otra para molestar a recepción.
Marcó el número del hospital y enganchó el auricular de manos libres a la oreja, escuchando apenas los dos tonos reglamentarios antes de que descolgaran al otro lado.
- Hospital de Rigerton Hill, ¿en qué puedo ayudarle?- La que estaba al otro lado de la línea era Sarah, estupendo, ella lo tenía atragantado. Había cometido alguna vez la estupidez de pedirle una cita y había acabado como el infierno. Por eso estaba divorciado, porque las mujeres para él eran un laberinto con zanjas.
Carraspeó.
- Sarah, soy Coleman.- Cuando escuchó una especie de resoplido, se la imaginó entornando los ojos y poniendo el dedo encima de la pestaña para colgar la llamada, así que se apresuró.- Llamada oficial.
- ¿En qué puedo ayudarlo, agente Coleman?- El tono de resignación le indicó que, por ahora, no iba a colgarle.
- Ayer ingresaron dos pacientes, Hannah Trace y su hijo Chad. ¿Puedes averiguar en qué estado se encuentran? Necesito interrogarlos.- Y, en cierto modo, siempre le gustaba saber que las víctimas salían adelante. Y tenía la esperanza de que esa familia se llevara poco más que un susto de lo ocurrido, no tumbas y flores.
- Déjame revisarlo.
Coleman dejó las fotografías en el escritorio, levantándose mientras oía el sonido del teclado ser machacado a toda velocidad. Recordaba haber ido a la recepción a conocerla expresamente porque era muy competente en su trabajo y porque debía gastar un teclado al mes. No había escuchado a nadie escribir tan rápido en uno de esos chismes. Se detuvo delante de la cafetera y comprobó el contenido. ¿Por qué siempre estaba vacía?
Se pasó una mano por la cara y contuvo un soplido de fastidio, sacando el filtro para tirar todo el contenido a la papelera y abrir el armario. Recogió el paquete de café, que estaba en las últimas también y vació lo que restaba en el filtro de la cafetera. Tenía que comprarse una de esas que iban a cápsulas y adiós tonterías.
- ¿Coleman?- Las voces no deberían ser tan atractivas por teléfono, era demasiado pronto, estaba cansado y echaba de menos a alguien en su cama.
Concéntrate, se ordenó.
- Sigo aquí.
- Tengo la información, si la quieres tendrás que traer a alguien con placa. Ya sabes cuáles son las normas. No puedo darte los datos por teléfono.
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Prisma - El beso del legionario
RomanceCuando Felice Wanson creía que su atópica vida no podía empeorar más, en ella aparecieron asesinos, dementes que se transformaban en criaturas aterradoras con una ristra de dientes trituradores, entidades purulentas hechas de lo que parecía brea, el...