Dio el salto final y la atrapó, la sensación fue como dar un mordisco y cerrar los dientes hasta hundirlos y traspasar la piel. El frío del agua, la oscuridad, la impresión de sus pulmones al límite, todo desapareció, porque un escenario distinto se había silueteado a su alrededor.
Estaba en el salón, en el mismo en el que estaba sumergida en esa extraña bañera. Era de noche. Nevaba. Pero todo era diferente: El color de las paredes, la alfombra, los muebles, todo pertenecía al pasado.
Recordaba esa noche, era la noche previa al baile. Lo sabía porque había tal oscuridad que parecía que la luna no existía y, en realidad, allí no existía. Era el astro del corazón de uno de los Creadores, que parecía haberse escondido para anegarles de tinieblas. Recordaba haber estado una hora peleándose con la tartana de la estufa para darle calor a la cabaña y algo de luz, juntamente con su tío Kenneth. Los dos habían estado tomando chocolate caliente y charlando hasta altas horas de la noche. Nerviosos por el baile... y por el silencio y la oscuridad.
Pero, aunque estuvo tentada de viajar a través de las paredes para poder verlo vivo una vez más, su objetivo era prioritario... y ya le había dado caza.
Ahí estaba, su presa.
Estaba delante de ella, que se agachaba con un quemador de madera trazando simbología en el suelo en mitad de la noche, con olor a quemado camuflándose con el de los leños ardiendo en la chimenea.
La nieve caía al otro lado de las ventanas, pero sus ojos no se apartaron de su objetivo, la tenía de espaldas. Iba cubierta con un juego de telas negras que parecían tener la finalidad de ocultarla rápidamente si alguien se acercaba furtivamente a ver de dónde procedía el sonido del raspar. Pero eso no iba a detenerle. Nadie la atraparía, no esa noche.
Apretando los labios, echó a andar.
— Te tengo.
La persona que se había estado riendo de la desgracia de su tío, ante su tumba, atreviéndose a tocarla, era la misma que había dejado trampas en la casa. La furia le hacía temblar las manos, pisando firme y sin ruido, acercándose en seco, sin agua chorreando por ella.
Entendió que era una proyección astral, una visión, todo ocurría solamente en su cabeza.
Una pena.
Comenzó a rodear la escena, viendo entonces las manos que manipulaban púas incandescentes que bisbiseaban sobre la madera y trazaban los mismos símbolos contra los que había luchado con Polca para tratar de salvar a Gordon mientras él se quemaba vivo.
El recuerdo le abrasó las tripas y respiró con agitación.
Respiró, ignoraba si estaría ahogándose ahora mismo, pero le dio lo mismo.
Una capucha cubría aquella cabeza, pero cuando estuvo frente a frente, se agachó y se acercó, asomándose. En un juego de luces se iluminó un rostro hermoso y atemporal, delicado, exótico. Al reconocerla, quiso proferir un grito de rabia. Todo lo que significaba su identidad, todo lo que implicaba... le dieron ganas de vomitar. Tan etérea, maligna, tan centrada en la destrucción de todos ellos... y tan impune al castigo.
— Tú...
Regina sonreía.
Gordon se apoyó en el marco de la puerta y entrecerró los ojos, observando la silueta de Felice que estaba sentada delante del tocador, sentada sobre la pequeña banqueta acolchada, secándose el cabello con una toalla. Sus curvas estaban ocultas por un albornoz negro, que contrastaba con la palidez satinada de su piel a la luz de la luna.
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Prisma - El beso del legionario
RomansaCuando Felice Wanson creía que su atópica vida no podía empeorar más, en ella aparecieron asesinos, dementes que se transformaban en criaturas aterradoras con una ristra de dientes trituradores, entidades purulentas hechas de lo que parecía brea, el...