Kadya ajustaba el rifle contra el hombro y sostenía el arma entre ambas manos, acariciando el guardamonte del gatillo, avanzando despacio sobre la goma de las botas de asalto táctico a medida que iba controlando las pulsaciones del corazón. Más despacio, se dijo a sí misma, aún latía lo bastante fuerte como para que el sentido acústico de cualquier criatura del Submundo pudiera captarlo, si era de sangre pura.
Avanzando cautamente por un pasillo de piedra, mantenía el arma lo suficientemente baja como para que la mira no entorpeciera su visión, e iba recorriendo con los sentidos los alrededores, entrecerrando los ojos y deteniéndose cuando hubo un pequeño chasquido a su izquierda, algo más adelante. El pasillo era cuatro paredes de roca, totalmente sumergido en la oscuridad, por instinto el corazón quería ir más deprisa, fruto de la adrenalina y la anticipación, pero eso sería un error fatal. Respiraciones bajo control, arma en posición y con el seguro fuera, era consciente de que cualquier error sería el final.
Un poco más hacia delante, a mano izquierda, había más piedra, así que lo que quiera que se hubiera movido, lo había hecho al otro lado de ella. Podría ser cualquier cosa: Una rata, un perro del infierno, un acechador, un aullador, en definitiva, cualquier clase de criatura infernal poseída por la corrupción. En el peor de los casos, un legionario, un caminante o un vacío, cualquiera de ellos corruptos era letal a corta distancia, o a la distancia que fuera.
Cuando había llegado de su entrenamiento, que consistía en la caza de criaturas en pleno bosque, había descubierto que la puerta principal de la casa estaba abierta y había signos de lucha en el recibidor, con algunos rastros de sangre. Y, aunque quería correr por la edificación gritando el nombre de su tío, se estaba conteniendo de hacerlo. Si Jadeth no estaba vivo ahora, todo lo que conseguiría llamándolo era delatar su posición y seguirle el rumbo a la tumba, pero si estaba vivo, necesitaba ser sigilosa para poder tener una oportunidad de salvarlo.
No había encontrado ningún cadáver de camino aunque, al contrario que otros, ellos no tenían sirvientes. Solamente vivían cuatro en esa casa: Ella, su tío y sus dos aprendices. Y ahora todo estaba sumido en un profundo silencio.
La mente fría, se ordenó a sí misma, cuando vio un nuevo rastro de sangre en el suelo, en esa ocasión una pequeña acumulación encharcada que se estiraba en una pincelada de arrastre hacia las profundidades del pasillo y, tocando el final de este, tomaba el camino de la izquierda. Se acuclilló y recogió con la mano la sangre del suelo, oliéndola. Fresca. Después de olerla para apreciar el tiempo que llevaba allí, empezó a esparcírsela por el cuerpo, para camuflar su propio olor: La estrategia más elemental cuando te movías en territorios de depredadores era ponerte en el sentido contrario al que soplaba el viento, pero si eso no era posible, como era ahora el caso, era necesario ocultar tu olor natural y confundirlo con algo a lo que ya estuvieran acostumbrados y no levantara sus alarmas. Y el hedor de la sangre estaba en todas partes, incluso ella era capaz de advertirlo, menos intensamente, pero lo era.
Después de embadurnarse en algunos puntos del cuerpo, con la bastante cantidad como para pasar inadvertida a una distancia de seguridad, se levantó y reasentó el arma contra el hombro, manteniendo el cañón bajo y controlando el latido del corazón. Otro de los sentidos agudizados de un caminante: El oído. Pero, al igual que ellos, cualquier otro, como un legionario. Si el oído de un legionario era excepcionalmente bueno, el de un caminante, también. No quería decir que por controlar el latido pudieran no escucharlo, pero si latía lo suficientemente rítmico y átono, en ese caso se camuflaría entre el resto, no sería un sonido llamativo, al igual que su olor. Todas esas tácticas las había aprendido a las malas, pero ahora ya eran parte de su sistema de caza... y de defensa.
Reinició el avance. Por la cantidad de sangre, calculó, debía de tener una herida profunda, pero a menos que lo decapitaran, su tío, no moriría.
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Prisma - El beso del legionario
RomanceCuando Felice Wanson creía que su atópica vida no podía empeorar más, en ella aparecieron asesinos, dementes que se transformaban en criaturas aterradoras con una ristra de dientes trituradores, entidades purulentas hechas de lo que parecía brea, el...