Parte 36 - Encierro

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Felice se estrujaba las manos mientras paseaba por delante de la cama, de un extremo del cuarto al otro, sobre sus pies descalzos. Al parecer solamente le habían dejado una toga de tela áspera y marrón que le llegaba hasta las pantorrillas y tenía medias mangas. Hacía frío con ella. La piedra bajo sus pies era rasposa y helada, así que estaba tumefacta y tentada de ir a arroparse dentro de la cama. Frotándose las manos, retorció los dedos mientras que deambulaba, haciendo algún alto cada vez que escuchaba algo y reanudando su deambular cuando confirmaba que pasaba de largo por la puerta.

No había ningún orificio en la entrada de metal por el que pudiera comunicarse con el exterior y, aunque le había dado reparos, había intentado abrirla, sin éxito. La ventana tenía barrotes y, en el cajón del escritorio, había encontrado papel, pero ninguna pluma. Las luces flotantes del techo estaban demasiado altas para alcanzarlas y, sinceramente, aunque se tirara desde la cama para atraparlas, le preocupaba que quemaran al contacto.

Cloe había dicho que Ryan iba a ser ejecutado en cuanto ella se despertase, pero nadie había regresado a la celda a decirle nada, ni siquiera sabía dónde estaba, a excepción de encontrarse en Pangea, encerrada. ¿Y Gordon? ¿Estaba muy malherido?

Soltándose las manos, se pasó ambas por el pelo, aferrándose la cabeza e intentando calmar el asedio de las preocupaciones. ¿Qué podía hacer?

- Tengo que impedirlo.- ¿Pero cómo? Ni siquiera ella misma podía ayudarse, ¿cómo iba a ayudar a Ryan o a Gordon? ¿Y qué pasaría con su tío Kenneth cuando llegara el día del juicio para ella? Rogaba por su seguridad pero, siendo realistas, si la condenaban por su arrogancia, sería el final de él. O, quizás, con suerte, al dejar de ser importante o accesible, tanto La Mano como los habitantes del Submundo lo dejaran en paz y pudiera reanudar su vida, aunque nunca llegara a entender qué había pasado con su sobrina.- ¿Cómo he podido pensar en algún momento que esto iba a salir bien?

Obligar a un hombre milenario a firmar un acuerdo, escapando absurdamente como la adolescente por la cual todos la tenían y que había demostrado ser, arriesgando la seguridad de su tío Kenneth, la vida de Ryan y la salud de Gordon, quien sepa si de otros, era la cosa más imprudente y temeraria que había hecho en su vida. ¿Por qué? ¿Por qué había creído que saldría bien? Había confiado en su esperanza, confundiéndola con instintos. Instintos que, claramente, no eran infalibles. Si era algo parecido a un Oráculo, estaba más que claro que no era ni lo bastante importante como para firmar un acuerdo que exigiese ni, de hecho, para conseguir por sí misma que lo hicieran.

- ¿Cómo he podido creer tan ciegamente en algo que no ha hecho más que traerme tragedias?- Barbotó, impotente, dejando caer las manos tras soltarse la cabeza y abrazándose, aterida de frío, para ir hacia el ventanal y tratar de ver a través de él algo de interés, pero solamente veía arena. Nada más que arena y, en el horizonte, algo parecido a una muralla rayada. A veces había creído que eran unas gradas de piedra. El hecho era que parecía hacer una cuenca, como si el lugar donde estaba ella formara parte de esa muralla pero en el lado opuesto. Y, después de tanto tiempo, había comprobado que nadie pasaba por allí.

Y nadie entraba en la celda.

No sabía cuánto había pasado desde que Cloe estuviera con ella, al despertarse, pero el tiempo parecía haberse estancado y estar torturándole.

Se giró hacia lo que parecía ir a convertirse por una temporada en su nueva habitación, recorriéndola con la mirada mientras presionaba los dedos en los brazos, pese a que el contacto con la prenda resultaba agobiante, tanto como cada una de sus preocupaciones. En aquella toga sentía a otras mujeres: Condenadas a muerte. De no tener frío, se la habría quitado para alejarse de aquella cosa que le transmitía lágrimas, desasosiego, furia, derrota y miseria.

Prisma - El beso del legionarioDonde viven las historias. Descúbrelo ahora