Parte 13 - El Infierno II

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Gordon apretó levemente los dedos en la empuñadura de la espada. Aquella reflejaba los colores de los halógenos del techo en su larga extensión. Erguido con las piernas separadas, se plantó en una postura de guardia ante la entrada a aquel infierno hediondo y herrumbroso, tras dar la alerta a los canes de su llegada. En aquel infecto agujero El Cazador había estado hasta hacía poco sembrando terror y muerte, y Felice Wanson lo había encontrado apenas sin un solo esfuerzo.

Vislumbró por el rabillo del ojo el movimiento de los canes que se desplazaron en una orquestada cacería hacia él, abandonando su presa anterior. Tenía tiempo para ellos, pero lo que más le preocupaba ahora mismo era el estado de ella, que había estado gritando auxilio y cuya angustia había seguido a la carrera hasta localizar el jarrón en la chimenea, la gruta y aquella sala de torturas. Así que levantó la mirada hacia el techo y la vio agarrada a una cadena. En seguida entendió que había utilizado la camilla derribada en el suelo para subirse cuando se sintió amenazada y saltado al lugar donde ahora estaba, además de haber dejado la puerta abierta utilizando el candelabro cuyas velas ahora estaban esparcidas y apagadas sobre la piedra. Habría estado mejor de haberla cerrado, pero ella no podría haber sabido que los dos tapices del pasillo eran más de lo que parecían.

- ¡Gordon, cuidado!- Felice gritó al no verlo moverse para eludir el peligro.

La vio aferrarse tanto a la cadena que debía estar empleando cada gramo de su escasa fuerza. La había seguido por un mes de forma intermitente, así que sabía por Ryan que no era una deportista, y eso lo hacía sentirse colérico. La razón era sencilla: Se había puesto en peligro sin las capacidades físicas para afrontarlo, había que ser insensato.

Cuando Ryan le había contado, tras seguirla en la comisaría, que la había visto dar el cambiazo de las llaves en el despacho de Coleman y le había ordenado que la siguiera más de cerca de lo que él podía permitirse siendo visible, nunca pensó que su peregrinaje iría a acabar en un barrio como aquel y, menos, en una sala como esa. De hecho, de no haberla escuchado gritar, probablemente todavía estaría fuera juzgando si hacer que Ryan entrara dentro a espiar. Y, ella, estaría muerta.

¿En qué estaba pensando al ir hacia allí sola? Porque, allí, estaba claro qué lugar era. No había más que ver la decoración y los perros. Y, lo que era más, ¿cómo había llegado a saber dónde estaba?

"Será la casa de sus padres, he oído que eran gente acaudalada."

De sus padres y un cuerno.

Tenía ganas de darle una sacudida a Ryan, o a sí mismo, por tomárselo con calma. O a ella. En cualquier caso, tenía dos voluntarios presentes, a los que esquivó fintando a la derecha en el último segundo, utilizando el brillo de la espada para cegarlos.

Ambos canes pasaron de largo y aterrizaron en el pasillo, derrapando con chirridos de garras sobre la roca y gruñéndose el uno al otro, para entonces ya había colocado una mano en la puerta y cerró en seco, manteniendo el brazo tenso contra el metal y sintiendo los primeros envites al otro lado.

No era una solución, pero se conocía la fama de esas bestias, quería verificar la sala y a Felice primero. Ya se ocuparía luego.

Disimuladamente deformó parte del metal del cierre para bloquearla provisionalmente y se envainó la espada en la funda oculta a la nuca. Solo entonces se giró para echar a andar a zancadas rápidas hasta donde estaba Felice, tendiendo los brazos hacia arriba, prácticamente alcanzándola.

- Baja.- Aunque estaba enfadado por el peligro al que se había expuesto sin siquiera mandarle un solo mensaje de texto, aun fuera para ir preparándole una caja de pino, imprimió a la voz un tono gentil, consciente de que ya era más que suficiente el susto que se había llevado.

Prisma - El beso del legionarioDonde viven las historias. Descúbrelo ahora