Parte 55 - Migajas de destrucción

32 21 6
                                    

Gordon había sobrevolado en círculos por encima de la casa veraniega que Jadeth tenía en el campo, en Tierras Salvajes, antes de optar por aterrizar junto al establo. Vio las puertas abiertas de par en par y vacío, con el heno revuelto y lleno de rastros de sangre, además del hedor de los caminantes.

Recorrió con la mirada el lugar, apretando la quijada al identificar los olores de los hombres de Jadeth, de él y de Kadya. Aun no sabía quién era el muerto, pero antes de ir a los territorios de los caminantes necesitaba saber en qué estado estaba aquel lugar y cómo era posible que hubieran llegado hasta allí pese a las barreras de protección que el viejo pelirrojo siempre tenía activadas. Solamente se le ocurrían dos opciones: Que alguno de ellos hubiera anulado las defensas, o que alguien, lo bastante poderoso, hubiera estado allí para romperlas.

Girando, desenganchó el bastón de su cinturón y lo apoyó en el suelo para ayudarse de él a caminar hacia las puertas que estaban abiertas y por la que supuraba el hedor residual del pánico y de la cacería. Era consciente de que había un par de lejanos latidos en el bosque, vigilando en esa dirección, así que no podía tener libertad de movimientos, debería de andarse con cuidado y mantener su tapadera de lisiado tanto tiempo como pudiera serle de utilidad. Si alguien imaginara por un remoto que Felice le había no sólo curado, sino también liberado, la situación empeoraría drásticamente para ella. Lo que le recordó bloquear la conexión y mantener una muralla de privacidad. Lo último que necesitaba es que ella se diera cuenta de que no estaba tullido, ni tan malherido como le había hecho creer.

Pasando por el marco de la puerta, se detuvo en ella al ver un segmento derrumbado en el suelo con una porción de pared, como si algo grande hubiera golpeado con un hombro para abrirse paso por el hueco estrecho y lanzado ese sobrante cacho al suelo. Olía a La Picadora.

- Cuando te encuentre, acabaré contigo.- Gruñó broncamente, con una furia controlada y gélida a la que iban sumándose las fechorías de esa mala bestia. Y, decidido a encontrarlo, entró en la vivienda para seguir los rastros de sangre que habían en el suelo e ir detectando a quién pertenecían, para recabar en pequeños frascos que conjuró con movimientos de dedos y pequeñas bolsas o apósitos para ir tomando muestras y meterlas a posteriori dentro de la casaca que le colgaba del brazo.

Plegó las alas, las sumergió en su espalda y se colocó la prenda con un par de gestos, asentándola sobre el ancho de sus hombros y ajustando las mangas a la altura correcta de las muñecas, para que no le entorpeciera, dejando el bastón apoyado en la pared mientras tanto y detenido al final de uno de los pasillos de la casa, sin quitarle el ojo al cadáver que estaba abandonado en un grueso charco de sangre.

Dylan.

Recuperando el bastón, se acercó al cuerpo y se acuclilló, tumbándolo en el suelo junto cadáver en un espacio vacío, apoyando una rodilla en el suelo y un antebrazo sobre el muslo de la otra pierna. Una bala en el cráneo. Aspiró: Kadya. Levantando la mirada, observó la pared llena de agujeros y la puerta derrumbada, eso también parecía ser obra de ella. Reconocía el patrón: Brujería. De nuevo, escudriñó a Dylan y arrugó las cejas.

- Una chapuza, Kadya. Sabes que si le sacan la bala volverá a la vida.- Suponía que no había tenido tiempo para hacer nada mejor que eso. Y ahora él tenía dos opciones: Hacerlo o decapitarlo. Pero, ¿y si hubiera una cura? Extraño pensamiento viniendo de él, un día atrás, le habría arrancado la cabeza sin vacilaciones. Ryan lo agradecería y, posiblemente, cualquiera con dos dedos de frente también. Pero al margen de la moralidad que se le presentaba, que descartó rápidamente sacando un cuchillo de entre sus armas para sopesarlo ante el cuello del crío, surgió una idea. Un plan. Una opción.

Sonrió.

- Puede que me seas de utilidad, chaval.- Colocó una de las manos sobre el agujero de la frente y percibió a través de la masa craneal la bala, pero no derrochó poder en él. En cuanto supo que el área de la memoria estaba intacta, se levantó enganchándolo de la pechera para despegar su cadáver del suelo, sin tocar la bala del cráneo, y se lo colgó al hombro. Se guardó el cuchillo en su funda y, mirando a la habitación llena de sangre, se tomó algo de tiempo en recoger pruebas. Balas explosivas.- Un día de estos acabará como la maldita Bruja Roja...

Prisma - El beso del legionarioDonde viven las historias. Descúbrelo ahora