Gordon había tenido paciencia, nunca había esperado tanto tiempo a que alguien se adaptara a sus normas, y creía que un mes era un margen más que suficiente para que ella se hubiera hecho a la idea de que su vida era distinta ahora. Nunca iba a volver a recuperar sus amistades, de haberlas tenido, ni volvería a esos lugares que frecuentaba e, incluso, tampoco a la casa de su tío. Si ella no hubiera estado tan ocupada escondiéndose de él, que le había hecho gracia hasta cierto punto, se habría tomado la molestia de contarle que él y su tío habían empezado la venta de la vivienda tras inmobiliarias fantasma.
Al contrario que a ella, a Kenneth le había puesto al día de lo que estaba por llegar, cómo era el Submundo y cómo iban a tratar las múltiples facciones de usurpar la libertad de su sobrina, manipularla, secuestrarla y utilizarla a su antojo porque, ella, no era cualquier individuo.
Había sospechado su naturaleza cuando logró engañarlo y drogarlo, entonces le había parecido extraño. Después, al descubrir dónde vivía, sin más que una llave en su poder, El Cazador, sus sospechas habían aumentado. Lo que Ryan le había estado contando, sus expectativas, habían tenido también que ver en que empezara a olerse que cabría la posibilidad de que fuera ella, quien buscaba, pero se había mantenido escéptico todo el tiempo hasta que le dijo que tenía percepciones durante el interrogatorio, y le corroboró la identidad del propietario del reloj.
Todavía lo sorprendía el descubrimiento. Su existencia. Que ella fuera lo más parecido a un Oráculo que había visto jamás. Y su existencia era harto larga.
Llevaba esperándola desde prácticamente los orígenes de su instrucción, cuando las legiones se esparcían antes de la creación del Submundo como un manto de muerte y de sangre, utilizando técnicas que ahora estaban consideradas prohibidas y hendiendo sus armas con la ferocidad de montañas derrumbándose sobre ríos.
Y ella necesitaba estar preparada para comprender que no solo no podría volver a su vida, sino que se esperaban cosas de su naturaleza. Él, de haber tenido más tiempo, habría dejado que siguieran jugando al gato y al ratón, sabiendo exactamente en todo momento dónde estaba, con quien y haciendo el qué, pero esa mañana había recibido una orden directa del Guardián de La Orden, en una misiva escueta y concisa:
"Tráela para confirmar su naturaleza y que inicie su instrucción. Mañana."
Y ya no podía posponerlo, ni un solo minuto más. Ahora tenía que compactar un mes de información en unas pocas horas. La culpa, en parte, era suya. Era consciente de que sus reportes no eran satisfactorios y que lo que descubría de ella era poco sustancial para el Guardián, uno de los máximos responsables de La Orden cuando los otros once estaban en letargo. Virgil. Y él era muchas cosas, pero no estúpido y tampoco paciente, se daba cuenta de que no estaba haciendo todo cuanto debía y, en eso, tenía que darle la razón.
Así que, aunque Felice estuviera mirándolo con incredulidad, indignación y pánico, ahora ya no podía permitirle seguir jugando con los repollos, esconderse en alacenas, limpiar cortinas y toda esa larga lista de actividades inútiles que no habían servido más que para rehuirlo a él y a sus labios. Ahora la situación iba a comenzar a ponerse difícil. Que diera una protección tan densa a Felice confirmaba al enemigo su identidad y, aunque era de nuevo segura, su mansión no era el recinto adecuado para ella.
Muchos habían muerto esperándola. Muchos habían muerto buscándola. Y, muchos, habían muerto para que existiera.
- Llevas evitándome un mes.- Explicó, meciendo un poco el libro que había cogido con intención de dárselo como tarea para lo largo de ese día. No iban a separarse el resto de las horas, tenía demasiado que contarle. Había mucho de lo que advertirle e informarle de cosas tan elementales como, finalmente, qué era el Submundo, qué La Orden, qué La Mano, y qué era ella. Al parecer su curiosidad era menos que su agitación en su presencia, y eso tendría que acabar hoy. Aquello no era un resort de paso hasta que La Mano se cansara de ella, eso no iba a ocurrir.- Un mes en el que he fingido no oírte correr por los pasillos y esconderte. No sé si lo recuerdas, pero te comenté en el coche que podía escuchar tu corazón. ¿Realmente crees que me estabas despistando?
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Prisma - El beso del legionario
RomanceCuando Felice Wanson creía que su atópica vida no podía empeorar más, en ella aparecieron asesinos, dementes que se transformaban en criaturas aterradoras con una ristra de dientes trituradores, entidades purulentas hechas de lo que parecía brea, el...