Despierta...
... Felice...
... abre los ojos.
Arriba, niña.
Arriba o estás muerta.
Felice arrugó las cejas, tomando una inspiración más profunda y paladeando, con la boca reseca. Había un dolor que pulsaba tras los párpados, concentrado en la base de su cráneo y, de una forma incómoda y rígida, una superficie dura y fría se extendía bajo ella.
Algo gruñó, hubo un golpe y un estruendo, como un mueble moviéndose. También la zarandeó un poco a ella, como si el lugar donde estaba tendida estuviera desplazándose unas pulgadas tras que algo grande hubiera caído cerca.
¡Despierta!
El grito femenino perforó su corteza cerebral y disparó una alarma de supervivencia: Levantó los párpados y, casi al segundo de hacerlo, pese a la desorientación, supo que había una especie de combate cerca.
Tan cerca que las pupilas de Felice se dilataron cuando vio una forma enorme pasarle por encima. Volando. Brazos, piernas, torso, todo era descomunal. El cabello rubio empapado en sudor arrojó destellos cuando un relámpago iluminó lo que parecía una cocina. Una brutal cicatriz en su mandíbula, sangre chorreándole un pómulo y partiéndole una ceja.
Aterrador.
Voló por encima de la isla y de ella, y luego aterrizó sin control sobre una encimera y parte de unos muebles colgantes, haciendo picadillo uno con su cuerpo. Platos, de todos los tamaños y formas, empezaron a venírsele encima mientras que él se cubría con un brazo para protegerse de la lluvia de objetos. Se fueron rompiendo o rebotando; grandes, pequeños, hondos, planos, todos los platos se le vinieron encima, sobre su torso, su brazo, alguno pese a que se protegía en la cabeza, las piernas. Un caos. Luego, enteros o fragmentados, rebotaban al suelo y terminaban de desmenuzarse en más pequeños pedazos.
Aturdida, observó pasmada el espectáculo dantesco: Cuchillos clavados en armarios, en encimeras, enganchados entre objetos, diseminados por el suelo, estrellas de metal afiladas, flechas esparcidas como tiradas, un carcaj... ¡un arco! Era una armería, allí, en la cocina.
Estaba tratando de entender qué, por todos los cielos, ocurría, cuando otra forma sorteó a zancadas raudas la isla y, a él, sí lo reconoció: Pisó descalzo, vistiendo únicamente lo que parecían unos pantalones negros de deporte, algunas zonas amoratando y el labio partido.
Gordon.
Y, aunque vestido era una mole impactante en muchos sentidos, descubrió que era pura fibra. Todo era músculo y piel morena, salvaje cabello negro sacudiéndose en su ferocidad y ojos de un gris ultratumba. Con la oscuridad de la noche relampagueante, el efecto fue demoledor, casi no parecía él.
De hecho, era esa exactamente la expresión que lo había visto poner la primera vez que lo vio: Visceral y cruel.
Miró sobrecogida cómo pasaba por encima de los escombros para levantar un hacha y bajarla con intenciones homicidas hacia el cráneo de aquel que no conocía y que dejó de bregar con la vajilla para salvarse doblando una pierna y patearlo en el pecho.
El sonido que se produjo cuando la bota colisionó contra el tronco de Gordon resultó tan potente y doloroso, que Felice aguantó la respiración. Apenas había pensado que debía de haberle roto algo o siquiera en gritar, cuando él ya estaba saliendo disparado dos metros hacia atrás.
Lo vio chocar contra la nevera, que se deformó y se abolló contra el peso de él, bamboleándose con un restallar crudo contra la pared y sacudiendo todo su contenido.
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Prisma - El beso del legionario
RomanceCuando Felice Wanson creía que su atópica vida no podía empeorar más, en ella aparecieron asesinos, dementes que se transformaban en criaturas aterradoras con una ristra de dientes trituradores, entidades purulentas hechas de lo que parecía brea, el...