Un racimo de perlas de sangre saltó de la vía cuando se la arrancó y, poco después, consiguió incorporarse. Todo le dio vueltas, mientras que el flujo y la presión de sangre de su cuerpo cambiaba. Parpadeó y levantó las manos para palparse temblorosamente el tubo que estaba pegado con adhesivo a su nariz y que podía sentir obstruyendo parte de uno de sus orificios. Despegó la cinta de sus mejillas y empezó a tirar del tubo, que era fino, como un cable para las vías de un brazo, sintiendo la fricción, escuchándola, al moverse por su tráquea hasta que el extremo saltó de su nariz y, al instante, tuvo varias arcadas. Un tubo nasogástrico. Lo soltó, aferrándose al plástico de la cama y combatió contra el dolor de su estómago luchando por evacuar algo que no tenía. Cuando lo controló, tenía los ojos llenos de lágrimas y estaba mirando a través de ellas la imagen distorsionada de dos piernas delgadas y llenas de cardenales.
Sus piernas.
Pestañeó para quitarse el exceso de humedad y sintió las gotas aterrizando sobre su piel, solamente entonces dobló los brazos para mirar la sangre que se deslizaba por el pliegue del codo hasta el plástico.
Esperó. Esperó a que todo dejara de darle vueltas antes de enfocarse de regreso en las piernas y doblarlas poco a poco. Era fácil, solamente tenía que concentrarse en arrastrarlas hasta colgarlas del borde de la cama. Una vez allí, se empujó con los brazos para tocar el suelo con la punta de los pies. El plástico empapado de aguja y lejía, ayudó a que su maniobra débil fuera más efectiva.
Pero algo fue mal cuando tocó el suelo con los pies: El mundo explotó a su alrededor. Un millar de sensaciones detonaron en su cerebro y todo su cuerpo se desmoronó, resbaló por el plástico sin control y aterrizó sobre la madera empapada. Las convulsiones empezaron un segundo después. Atrapada dentro de su propio cuerpo en colapso, las visiones se desataron como una vorágine vertiente que derramaba dolor y crueldad sobre su mente. En apenas unos segundos fue prisionera de ver y percibir la muerte de docenas de personas sobre ese mismo suelo, vidas sesgadas como cepos de cacería. Como sistema de seguridad para que no escapara.
A brazadas, luchó por desasirse de las visiones, se retorció, gritó, aulló, suplicó, pero nada funcionó.
Y, entonces, recordó.
Recordó quién era ella.
Era Felice Wanson y había sido capturada una noche de invierno en la mansión de un legionario llamado Gordon, con quien se había casado una mañana de otoño y había descubierto que su familia, no era realmente su familia.
De pronto, todas aquellas muertes pasaron como una espiral a su alrededor, tras ahogarla, arrojándola tras una vorágine de agonía en un lugar calmo, con una melodía latente en la oscuridad.
Se encontró a sí misma envuelta en un vestido azul, con guantes hasta los codos y el cabello en un elegante pero práctico recogido que, recordó, le había hecho Polca y había vuelto a retocárselo después de que Gordon se lo arruinara en la habitación. Estaban en el recibidor. Era el baile. La noche del baile que fue capturada.
Todo comenzó alrededor de las diez de la noche.
- Bienvenidos.- Gordon, impecablemente trajeado y ayudándose del bastón, mantuvo una mano en las lumbares de Felice, que se encontraba tensa a su lado y esgrimiendo una sonrisa falsa y tirante a todas aquellas personas que se iban deteniendo en la entrada mientras el anfitrión les daba la bienvenida a la casa e iban siendo guiados por los sirvientes al concurrido salón.
Llevaban allí ya el largo de una hora y la gente no paraba de llegar, y la reacción era siempre la misma: Sorpresa por la familiaridad de su ubicación al lado de él, especulación sobre la razón a celebrar, en la víspera de las Cinco Pruebas de Inicio y suspicacia por su naturaleza. En varias ocasiones se había puesto rígida y retirado la mano deprisa cuando algún gesto de saludo iba directo a alguna parte desnuda de su cuerpo, en una supuesta cortesía o afecto falso. Pero Gordon siempre era más rápido de reflejos y colocaba sus propias manos por medio o hacía algún gesto que interrumpía el del invitado o invitada, librándola de una situación incómoda.
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Prisma - El beso del legionario
RomanceCuando Felice Wanson creía que su atópica vida no podía empeorar más, en ella aparecieron asesinos, dementes que se transformaban en criaturas aterradoras con una ristra de dientes trituradores, entidades purulentas hechas de lo que parecía brea, el...