La Harley Davidson se detuvo al final de la calle y el motor se apagó solo cuando Gordon la desmontó, sacudiendo la casaca a un lado para quitarla del camino en el movimiento de pasar la pierna por encima y colocarle la patilla. Se reajustó las gafas y se pasó una mano por el pelo oscuro. Aquella era la peor parte, hacía más de ciento cincuenta años que no trataba con gente mundana. Coleman no contaba. Siempre había creído que las capacidades sociales eran una estupidez y que uno no necesitaba refinarlas. Antaño, le sirvieron para conseguir poco, ahora, ya no se esforzaba, ir con seguridad y determinación le abría todas las puertas que necesitaba.
Y, las que no se abrían, las abría él sin problemas. Llevar las credenciales adecuadas, ayudaba bastante también. Mínimo esfuerzo.
Sacó la cartera de la casaca y observó la identificación escogida al azar esa mañana del cajón de carnets de identidad perdidos o robados, o adquiridos de cadáveres: Aquel era de un asiático que había estado implicado en una limpieza en Chicago ocho meses atrás, un devorador de almas. Era tan buena elección como cualquier otra. La sacó de la cartera y se mordió el pulgar para esparcir una única gota de sangre, imprimiendo en la tarjeta el influjo de su poder mental: "Identificación gubernamental", pensó.
Y ya está.
Se chupó el pulgar, sin rastro de mordisco en la piel y metió el DNI todavía pringado en sangre por la parte posterior en la cartera con ranura para que se visualizara a simple vista.
Él seguía viendo un DNI oriental. Plegó la cartera y se la guardó en la chaqueta, esperaba no tener que utilizarla, se suponía que Coleman había llamado avisando de su llegada, así que estarían esperándolo. Cuantas menos complicaciones se topara en el camino, antes podría arreglar las cosas para tenderle una trampa a La Mano.
Echó a andar por la calle iluminada por el sol. Menudo vertedero, era el lugar ideal para llevarse a alguien: Alejado de la urbe, desarreglado y el tutor de la chica era un mecánico venido a menos que no tenía recursos, saltaba a la vista, para conseguir averiguar qué era lo que habría ocurrido con la desaparición de su sobrina. Es más, cabía la posibilidad de que la social y los agentes acabaran cuestionando sus métodos de educación, ¿con el mal historial de la chica en el centro escolar? Problemas familiares. Quizás, incluso abusos. Todo se hubiera volcado contra él al cabo del tiempo y la gente habría terminado por olvidar el hecho de que Felice Wanson había desaparecido, enfocándose en buscar la culpabilidad en su tío.
No era la primera vez que lo veía, la mayoría de las víctimas de La Mano, eran de ese estilo.
Pero la chica había tenido suerte: Ellos estaban vigilando. O Ryan, más bien.
La casa de los Trace estaba llena de precinto policial y la gente al pasar por ella se la quedaba mirando, pero pasaron junto a él sin prestarle mucha atención gracias al cigarro que se había fumado unos minutos atrás. Mientras el olor estuviera adherido a su cuerpo, los efectos durarían.
No vio coches policiales o agentes, así que Coleman debía de haberlos retirado. Bien hecho. No quería tonterías, no es como si pudieran averiguar lo que estaba pasando cuando no entendían nada del condenado Submundo, a veces la policía era más un bache en el camino. Tampoco estaba la furgoneta roja. ¿El mecánico se habría ido?
- Mhm.- Arrugando las cejas pasó por la verja y pateó de su camino un par de trastos que ya empezaban a tener oxidación. De verdad, qué pocilga. Una vibración en el pantalón le hizo meter la mano hacia atrás por dentro de la casaca y sacar el móvil con el que todavía estaba entendiéndose. Enarcó una ceja al ver el mensaje.
"Compórtate, recuerda: Sé amigo.", Ryan.
Subió al porche pensando en mil maneras de hacer que el mimético estuviera ocupado esa semana, si eran trabajos desagradables, sería más gratificante. Estaba hartándolo con esa clase de tonterías sensibleras. ¿Ser amigo? La chica no necesitaba un condenado amigo, lo que necesitaba era seguir viva, y él necesitaba de ella que le llevara hasta La Mano. Punto. Pulsó el timbre cuando lo localizó y escuchó el ruido estridente mientras que, cabizbajo, se concentraba en teclear en el móvil.
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Prisma - El beso del legionario
RomanceCuando Felice Wanson creía que su atópica vida no podía empeorar más, en ella aparecieron asesinos, dementes que se transformaban en criaturas aterradoras con una ristra de dientes trituradores, entidades purulentas hechas de lo que parecía brea, el...