La señora Dudson bajó por las escaleras agarrándose a la ajada barandilla, con su vestido de estampados florales y sus perfectos rizos, y la papada vibrando a cada paso dado que hacían crujir los tablones. Arriba había dejado a su hijo Oliver preparándose para bajar a recibir a Peter, el inútil que tenía como vigilante de las chiquillas. A ella le habría gustado tenerlas a todas allí, pero ese sitio estaba demasiado "céntrico" y podría llamar la atención, además, suponía para ella un esfuerzo innecesario vigilar a más de una o dos. Cuando estaban fuertes eran peligrosas, y muy ingeniosas, tardaba un tiempo en enseñarles cómo comportarse en su casa, a veces había que romper una o dos piernas, o brazos, y gustaba de dos para que una supliera a la otra mientras se recuperaban de las heridas, pero las había que, ingratas, se morían. Y ella ya no estaba para enterrar tanto como antes.
Cuando vio a Peter en las escaleras, le lanzó una mirada de asco y odio. Esa gente adicta a las drogas era lo peor, su muchacho era un chico sano, no bebía y no se drogaba, y pobre de él como lo hiciera. Bajo su techo, sus normas.
- Ahora baja.- Escupió las palabras y entrecerró los ojos.
Peter, dándose por aludido, bajó deprisa el par de escalones y se quitó del medio, retorciéndose las manos sudorosas. Aunque se había aseado y puesto ropa limpia, seguía pareciendo inmundicia de la calle, y oliendo a ello. Esas cosas no podían quitarse de la piel y del alma, uno que estaba manchado lo estaba de por vida. La escoria era escoria para siempre. Nacía y moría como basura. Y esa rata de alcantarilla era poco menos que eso, basura. De lo único que iba a servirles era de recadero, y ya podía estar agradecido de su misericordia, igual que las furcias. Todas esas jóvenes con esos ombligos al aire, las piernas descubiertas, sus piercings, pintalabios, sombras de ojos, coloretes, los perfiladores y toda esa enorme cantidad de porquería satánica que estaba hecha para seducir a los hombres y hacerlos caer en la terrible desgracia del deseo, todas ellas eran furcias. Ni más, ni menos. Su pobre niño no tenía la culpa de desearlas, si ellas no querían acabar así, entonces que no se vistieran como putas. Y en su noble opinión, quien era puta vistiéndose, bien lo era abriéndose de piernas. Habían acabado haciendo lo que llevaban pidiendo a gritos desde que se cruzaran con su muchacho. Ninguna era inocente. No señor. Un día su niño encontraría a una buena mujer, a una mujer de fe, temerosa de Dios, una que entendía que había que sacrificar cosas para un mundo libre y lleno de corazones y almas puras. Una como ella.
Nada iba a ser mejor para él, y los dos lo sabían.
Al ver que la chica (no se molestaba ya en aprenderse sus nombres) estaba con el bebé en brazos, chascó los dedos y señaló a sus pies, ordenándole que se acercara. Y la cabreó ver que los ojos llorosos se levantaban y miraban hacia alguien, alguien que parecía grande y que no había reparado que estaba allí pero, tan pronto lo miró, le vino un hedor humeante y su mente se dispersó.
¿A dónde miraba esa tonta rematada?
- ¿Qué esperas?- Espetó.- ¡Ven aquí!
La muchacha se apresuró a levantarse y, con un paso irregular, se acercó hasta dejarse caer de rodillas en el suelo con la cabeza gacha.
- El niño, dámelo.- Gruñó.
Cuando la chica lo levantó, vacilante, como si quisiera protegerlo, lo recogió y a ella le dio una patada por haber tardado de más. El golpe lo encajó en su tripa. Después de todo se la habían regalado a su niño porque era infértil, no servía para nada, era un juguete hasta que dejara de ser atractiva, y empezaba a desagradarle a su hijo, así que no iba a aguantar mucho más tiempo. Iba siendo hora de reemplazarla y cavar un agujero, pero el tedio de socavar su jardín era lo que los hacía retrasar lo inevitable. Lo siguiente que haría sería probar químicos en la bañera, pero le echaba para atrás el hedor. Podría probar con algo más pequeño primero.
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Prisma - El beso del legionario
RomanceCuando Felice Wanson creía que su atópica vida no podía empeorar más, en ella aparecieron asesinos, dementes que se transformaban en criaturas aterradoras con una ristra de dientes trituradores, entidades purulentas hechas de lo que parecía brea, el...