Parte 15 - En sus manos

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No podía creerse que hubieran cruzado todo el condado, ¿un viaje corto? ¡Dos horas bajo la lluvia! Con la pierna protegida y sumergida en una de las bañeras más grandes que hubiera ocupado jamás, Felice estaba todavía recuperando la temperatura a medida que las burbujas rompían a su alrededor.

Era su segundo baño, pero el primero lo había necesitado para quitarse toda la suciedad juntamente con el hedor residual que parecía haberse pegado profundamente a su piel, tal era que luego había tenido que evacuar el agua por el desagüe para, ahora, disfrutar de burbujas y agua limpia.

Inspiró larga y profundamente, con los párpados cerrados.

No sabía qué lugar era aquel, pero era espectacular. Se encontraban en una mansión en plena vegetación, sin vecindario, en una edificación Victoriana descomunal. Aunque había prestado muy poca atención por culpa de la tormenta que jamás llegaron a dejar atrás, ya que al llegar era tan intensa que habían tenido que apresurarse al interior.

Y, aunque durante el viaje temió que se estrellaran un par de veces, para cuando llegaron, estaba tan tumefacta y dolorida que le importaba poco dónde, o cualquier cosa que no fuera recuperar el calor y recibir algo de tratamiento médico.

Gordon la había llevado en brazos por un gran recibidor, había recorrido varios pasillos a zancadas rápidas y la había dejado en el cuarto de baño. La había ayudado a ponerse la protección en la pierna rompiéndole el pantalón para no tener que quitárselo entero y, después, la había dejado sola.

Y así llevaba una eternidad.

Disfrutando de sí misma tanto como las heridas le permitían.

Recordando todo lo ocurrido, en retrospectiva, tenía muchas más preguntas sin respuesta. ¿Cómo la había encontrado? ¿Qué clase de seguimiento estaba haciendo? ¿Por qué le había hecho creer que no tenía tiempo para protegerla y vigilarla cuando, era evidente, que lo había estado haciendo?

En realidad, esas preguntas no eran tan importantes como muchas otras: ¿Quién era Cloe? ¿Y Plevus? ¿Qué clase de secta enferma era La Mano? ¿Podía llegar a sobrevivir a ellos?

¿Y esos perros? ¿Cómo era posible que se hubieran puesto en pie cuando, juraba, habían recibido daños tan graves? Estaba confusa respecto a lo que había visto durante el combate.

¿Y Gordon? ¿Cómo podía conducir durante dos horas con una herida semejante en el brazo sin inmutarse y todavía tener energías para llevarla en brazos a ninguna parte? ¿Por qué sus ojos eran así?

¿Quién era él, realmente? ¿Qué eran sus tatuajes? ¿Era realmente un federal?

¿Y los hombres que había visto? ¿Quiénes eran ellos y por qué ninguno parecía del gobierno?

¿Qué significaban los anillos? ¿Por qué nadie los querría al coste de arrancar un dedo? Aunque, en realidad, ese animal de El Cazador, monstruo miserable y repugnante, no parecía necesitar una excusa para tal maldad.

Llevaba pensando en ello todo aquel tiempo pero por más vueltas que le daba, no encontraba respuestas a nada. Y, aunque su odisea en la casa de El Cazador no le había aportado respuestas para protegerse mejor a sí misma, había aprendido una gran lección, una tranquilidad y se había llevado una gratificación.

La lección era que jamás debía volver a ser tan insensata. Había sido un tremendo error, una temeridad y una locura.

La tranquilidad era referente a Gordon, ahora sabía que la protegería, al menos lo bastante como para enfrentar un peligro letal sin temblores. Era, asombrosamente, un soldado formidable.

Prisma - El beso del legionarioDonde viven las historias. Descúbrelo ahora