Lazos que no se rompen

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Querido diario...

En la vida existen lazos que no se rompen, por más que tires de ellos, por más que trates de cortarlos, por lo que sea que se intente no se rompen.

Después de lo que pasó con Thomas, si le llamo Thomas, mi vida ha cambiado, estoy feliz, ya no es necesario escondernos, nos queremos, vivimos juntos, estamos súper bien... Bueno, aún estoy adolorida por todos los golpes que me llevé, aún no sanan del todo, pero estoy bien, y más con Thomas siendo mi enfermero, mi doctor, mi cuidador, mi todo, es un encanto, lo único que me molesta un poco es que se sienta culpable por todo lo que pasó.

Estoy convencida de que ni él, ni yo, tenemos la culpa, Beatrice es una loca, de la que no he vuelto a saber nada, y mi madre, una católica ortodoxa que no termina de entender que sus creencias religiosas han quedado en el pasado.

Pero también estaba otra cosa que me causaba un profundo dolor, mi padre, lo extrañaba, quería hablarle, pedirle perdón por irme de su lado de ese modo, él sí que no se merecía lo que estaba pasando. Y nuestro lazo ha estado tan bien formado desde que nací, que sin llamarlo él llegó a mí, para escucharme, para perdonarme y mimarme.

—¿Pequeña tomaste tu analgésico? —preguntó Thomas entrando a la habitación.

Aún residían donde Bárbara, esta no había querido dejarlos marchar para ayudar a Thomas con los cuidados de Mel, aún le dolían los moretones, estaban más oscuros y daban un aspecto tenebroso, le costaba caminar y hacer las cosas por sí misma.

—Sí Growney, por enésima vez sí —le respondió y sonrió.

Thomas arqueó una ceja y con cautela se acercó hasta ella, sentado en la cama donde yacía ella apartó un mechón de su rostro y lo admiró completo, aun así, lleno de moretones le parecía la mujer más hermosa que sus ojos habían visto.

—¿Estás hablándome de mala gana? —preguntó tranquilo —Deja que se curen tus nalgas, que voy azotarte hasta que pidas clemencia, pequeña traviesa.

Al ver como su mejilla no maltratada se tornaba de un ligero color rosa sonrió. Hechizado ante su gesto bajó su boca hasta la de ella y le dio un casto beso en sus labios, pero aquel contacto no les fue suficiente, Melanie posó su mano delicadamente en su nuca y movió sus labios lentamente sobre los de Thomas, éste, totalmente seducido acarició sus labios con su lengua y la introdujo en su boca, la oyó gemir y sonrió.

—No estamos en condiciones para esto Mel —Besó su frente y volvió a mirar sus ojos ya dilatados —Mejórate pronto, me duelen las pelotas.

—Lo siento... —susurró apenada —¿Podrías llevarme al baño?

Con una delicadeza que jamás había tenido en su vida, tomó a Melanie de la cintura y poco a poco la fue guiando hasta al baño, entraron juntos y al ver cómo le costaba bajar el short de su pijama la ayudó, le dolía verla débil, llena de moretones, e incluso un poco más delgada. Suspiró y la ayudó a sentarse.

—Sé lo que piensas Thomas —le susurró —Y ya te dije que no es tu culpa.

—Algún día llegaré a creérmelo —respondió acongojado. La ayudó a vestir de nuevo en cuanto terminó —Barbara dijo que ya estaba lista la sopa ¿Quieres comer?

—No tengo hambre, quizá más tarde.

—Estás delgada pequeña —Salieron lentamente de la habitación y Thomas tomó entre sus manos el delicado rostro de ella —Come un poco, ¿quieres que te dé la sopa?

Sonrió y le dio un beso en los labios en cuanto la vio asentir con un tierno mohín en sus labios. Mientras la mimaba cálidamente un golpe en la puerta principal del apartamento los sacó de su burbuja amorosa, y sonrieron en cuanto oyeron a Barbara decir:

Memorias de una sumisaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora