Adiós dolor, bienvenido placer

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Querido diario...

Por fin, me he liberado de los molestos morados que adornaban horriblemente mi cuerpo, se han borrado el noventa por ciento, y lo que quedan son sombras moradas y verdes, pero casi no se ven a decir verdad, y sobre todo, no me duele nada. Solo hay una cosa que me preocupa desde que pasó aquello, por suerte Growney no se ha dado cuenta, y tampoco le diré para que no sé preocupe por mí.

Bieeen, a lo que vine a escribir, como ya no están los morados, mi hombre se ha vuelto malo de nuevo, frío, azotador y ¡Mmm! Hoy lo he probado con tanto gusto, lo recuerdo y la piel se me eriza de nuevo a puro gusto.

En resumidas cuentas, esto fue lo que pasó...

A un cuarto para las seis llegó Thomas a su hogar, Melanie aun estaba de reposo, se quedaba en casa aguardando la llegada de su hombre, su amo, su adorado señor Growney, y cada vez escuchaba la puerta abrirse su corazón latía ansioso queriendo verlo. Cerró el libro que leía y caminó hasta la entrada, con una sonrisa esperó a que dejara el maletin y en cuanto cruzaron miradas, no lo dudó, corrió a su encuentro y él la tomó en sus brazos.

-Te extrañe -Besó sus labios y limpió la pequeña capa de brillo que dejó en ellos.

-¿Cómo estuvo tu día? También te extrañe -Acarició su largo cabello negro y sonrió enamorado.

Melanie asintió, se había sentido mal en la tarde, pequeños temblores en su cuerpo y mareos la habían agobiado desde que su madre le pegó, Thomas no se había percatado y ella tampoco quiso decirle.

-Estás hermosa -susurró dejándola en el suelo -Los jeans te quedan espectaculares -Le soltó un pequeño azote al ver su trasero apretado en pantalones.

-Si, son geniales, jamás entenderé porque no me dejaban usarlos.

Thomas sonrió de medio lado, le molestaba la idea de saber que Melanie estuvo privada de tantas cosas, pero no queriendo pensar en ello, abrazó a su pequeña por la espalda y liberó su oreja para poder susurrarle al oído.

-Yo sí -Chupó el lóbulo y soltó una risita ronca al oírla suspirar -Te ves muy provocativa, incitas hasta el ser más puro a pecar contigo.

-¿Y a ti? Que no eres nada puro -susurró coqueta y sus mejillas se sonrojaron.

-A mí se me antoja de todo, pequeña -Le dio la vuelta y besó sus labios -Y ahora que te veo curada, en lugar decirlo, puedo enseñártelo.

-¿Y la cena? -preguntó inquieta ante sus palabras.

Thomas sonrió libidinoso ante sus mejillas fuertemente sonrojadas, su pequeña traviesa era viciosa igual que él, pero su acostumbrada inocencia le generaba un poco de vergüenza al hablar de sexo, y esa combinación de perversión y ternura, era para Thomas la mezcla más erótica que había existido jamás.

Y dichoso de que fuese solo suya, tomó a Melanie por la cadera y la montó sobre su hombro, al escucharla reír, le soltó un fuerte azote. Aquella palmada hizo que su piel se calentara, en silencio se dejó guiar, y un pequeño chillido abandonó sus labios en cuanto su cuerpo cayó en la cama.

-La cena tendrá que esperar pequeña Mel -Se subió sobre ella y la besó.

No fue nada delicado, tomó un mechón de su cabello para besarla su antojo, mordisqueó sus labios hasta oírla gemir de dolor y su lengua se paseó con pericia por todos los rincones de su boca. Ya excitado, se apartó de ella con brusquedad y miró sus ojos color miel, brillantes y mostrándole que disfrutaba de sus caricias.

-Recuerda siempre -susurró -Si deseas que me detenga dímelo, si voy muy rápido avísame, si te gusta gime, y si te encanta, pídeme que no pare.

Memorias de una sumisaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora