Querido diario...
Hay daños que por más que intentes no lo puedes reparar.
El señor, Thomas Growney, tenía razón, a la larga todo lo que teníamos iba hacerme daño, no lo culpo de lo que me he pasado, jamás, en el fondo sé que de cualquier forma, con cualquier camino que hubiese tomado, hubiese llegado al mismo destino.
Pero sus secretos, sus mentiras y sus relaciones toxicas con el pasado, han acelerado ciertos acontecimientos en mi vida, aunque siendo sincera jamás pensé que todo sucedería así...
Hoy me duele vivir, me duele todo, hasta respirar me duele, pero sé que podré salir adelante en cuanto mis heridas se curen.
Bajó del auto del señor Growney con una sonrisa en sus labios, habían pasado una tarde fabulosa en su casa, era una lastima que hubiese tenido que mentir a sus padres diciendo que iba a la biblioteca, pero tampoco pudo evitar hacerlo, quería pasar toda la mañana y parte de la tarde del sábado con él.—Avísame cuando llegues, por favor —gritó Mel y le tiró un beso.
Lo vio sonreír mientras terminaba de arrancar su auto. Caminó la cuadra que faltaba hasta llegar a su casa, se revisó que todo estuviese perfecto antes de abrir la puerta, lo último que deseaba era que alguien notase lo estuvo haciendo minutos atrás.
Un silencio sepulcral la recibió en su casa, eso le agradó tenía tiempo de darse una ducha tranquilamente y colocarse una ropa limpia que no oliese a su amo. Dio un par de pasos y al llegar a la escalera se encontró con su madre al otro extremo, un escalofrío le recorrió su espina dorsal, y temerosa esbozó una sonrisa.
—Buenas tardes, madre —saludó.
Y su madre no respondió, nerviosa la examinó, su mirada estaba fija sobre ella y sus ojos enrojecidos, su madre había estado llorando por un largo rato. Tragó grueso y miró el sobre que estaba en su mano, lo apretaba y retorcía con fuerza. No sabía que había allí, pero por el aspecto que tenía Eleonor, no debía ser nada bueno.
Quiso preguntarle que sucedía, pero su lengua estaba pesada, trató de moverse, pero sus pies estaban pegados al suelo, mil cosas le pasaban por la mente, tenía miedo, la sola idea de que se enterase de lo tenía con Thomas la aterrorizaba, tanto que no se percató que su madre había bajado las escaleras, y solo salió de sus pensamientos en cuanto la mano pesada de su madre se estampó contra su mejilla.
ESTÁS LEYENDO
Memorias de una sumisa
Literatura FemininaNo es una historia... No es una novela... No es un libro... Son las memorias de una chica que se entregó a la sumisión... -Ahora que has aceptado ser mi sumisa pequeña Melanie debes llevar un diario- sacó de la gaveta una libreta negra con unas bril...