¡SI! Aquí en la oficina

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Querido diario...

El señor Growney me ha hecho hacer algo que nunca creí posible, jamás en mi santurrona vida creí que pasaría, pero gracias a él mi vida esta cambiando, estoy conociendo una Melanie que no creí que estuviese en mi interior y lo mejor de todo es que me gusta.

Me gusta el señor Growney, me gusta lo que hacemos y sobretodo me gusta ser su sumisa...

  
Después del corto fin de semana que pasaron juntos, el trabajo se había acumulado en la constructora, tal era que Melanie llegaba un par horas más tarde a su casa y el señor Growney en diferentes ocasiones se tuvo que quedar a dormir en su oficina, pero lo más que les molestaba era no tener tiempo para ellos, para los encuentros sexuales que tanto les gustaban.

Al llegar la hora del almuerzo, Thomas se sentía inquieto, su pequeña Melanie llevaba una bonita falda negra que lo traía loco, su piel blanca resaltaba y no podía dejar de imaginársela desnuda y totalmente abierta para él en el escritorio de su oficina. Se sentía sofocado en las ultimas semanas y en algunas ocasiones su mano no daba basto para el deseo que sentía por ella. La necesitaba y por ello tomó en el teléfono en su mano y le marcó.

—Buenas tardes señor Growney —le contestó esta.

—Buenas tardes pequeña, ven aquí.

—En un momento estaré allí.

—Procura no tardar o te azotaré Mel —dicho esto, colgó.

Esas palabras no la asustaron, su sexo se contrajo de deseo al escucharlo ofrecerle azotes, en su interior quiso tardarse, solo para sentir las ásperas manos de su amo sobre su piel, pero tampoco quería hacerlo molestar, tanto trabajo y sin poder tener sexo, seguramente él se encontraba el doble de frustrado que ella. Con premura, se fue hasta la oficina de su amo, y allí tras recibir un adelante, entró.

—¿Desea algo señor? —preguntó al cerrar la puerta.

—Pon el seguro a la puerta y quítate la falda —ordenó con fuerza desde su imponente sillón.

Melanie lo miró buscando un ápice de burla en sus palabras, pero aquellos ojos chispeaban de deseo por ella, de verdad él deseaba que ella se quitara parte de su ropa en la oficina.

—¿Aquí? —balbuceó nerviosa.

—¡Si! Aquí en la oficina señorita Parker —le respondió barriendo su cuerpo con la mirada —Y apúrese, que no estoy de ánimos para esperar.

Se reclinó en su cómodo asiento para mirar el maravilloso espectáculo que le daba su pequeña, con nerviosismo como la primera vez, ella deslizó el cierre de su falda, al llegar hasta el final la delicada tela cayó a sus pies dejándola en una pequeña braga negra.

—Quítate la camisa y el sujetador Melanie —pidió ronco.

Ansiosa quitó botón a botón de su camisa beige, la sacó por sus brazos y luego la siguió el sujetador del mismo color. Nerviosa y con los pezones erectos por el deseo, quedó desnuda ante la mirada del señor Growney.

Memorias de una sumisaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora