A las niñas malcriadas se les dan azotes

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Querido diario...

Me duelen las nalgas y todo es porque a las niñas malcriadas se les dan azotes, insisto en que no soy una niña malcriada, soy una joven mujer que no sabe controlar sus emociones y con un amo que le gusta llevar cada situación al plano sexual.

Todo empezó por una pequeña disputa en la oficina, él dijo algo y yo no estuve de acuerdo y como todo macho, Thomas Growney se molestó, en mi vida, jamas me habían pegado de una manera tan bruta, ni siquiera mis padres en mi peor travesura, pero no niego que me gustó que me nalgueara, me sentí como una pequeña traviesa castigada por su duro padre.

El señor Growney entró a la oficina de Melanie cerrando la puerta con fuerza, estaba hecho un energúmeno y ella lo noto enseguida —¿Quieres ser una niña malcriada, no?— la morena termino apenas de dar la vuelta para encarar al señor Growney cuando él ya la tenía acorralada contra la pared —Te hice una puta pregunta Melanie Parker.

—No soy una niña malcriada— le dijo titubeante e intimidada por su oscura mirada —Yo... yo solo no estaba de acuerdo con usted en un punto— ni siquiera se atrevió a mirarlo a los ojos, sentía su penetrante mirada en ella y sus mejillas quemaban por el sonrojo.

—¿Vas a seguir desafiándome pequeña?— ella abrió su boca pero al instante supo que era mejor no protestar en cambio suspiró y dijo.

—Lo siento amo— él levantó su rostro con la punta de su dedo por su quijada para conectar sus miradas, el miedo y la excitación corrían juntos por la de ella, mientras que en él corría la furia y la pasión.

—Ya lo sentirás de otra manera pequeña malcriada— dejó un beso casto en sus labios y la liberó de su prisión, aún estaba molesto y aún la haría pagar por lo que había causado, por ello antes de salir de su oficina, con la mano en el pomo de la puerta continuó —Recoge tus cosas que nos vamos en cinco minutos pequeña Mel— dicho esto se fue dejándola temblando de miedo.

Melanie Parker hizo inmediatamente aquello que su amo le había dicho, no sabia que iba hacerle, pero sentía un cierto miedo, pensaba que el si el señor Growney era rudo sereno no quería imaginarlo furioso, ella sabía que fácilmente podía partir su pequeño y frágil cuerpo en dos, y lo que le resultó más extraño fue que esa idea la excitaba de la misma manera que la aterraba.

Como un reloj suizo Thomas Growney tocó la puerta de su empleada y sumisa, ya no era la furia que lo dominaba, era la lujuria que le impulsaba a buscar a su pequeña presa, la devoraría a su antojo esta tarde, pero no sin antes darle su merecido castigo. Melanie abrió la puerta sin mirar sus ojos por los nervios, sin ninguna prudencia él la sacó de su oficina tomándola de la cintura, llevándola así hasta los ascensores, ambos quedaron asombrados al ver quien apareció cuando las puertas se abrieron.

Memorias de una sumisaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora