"Deje de presumir"

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Deje de presumir

Cómo habían llegado a caer enredadas en una confusión de piernas y sudor era una interpelación de alto grado. Después de dejar atrás a Snow y David, pasaron frente a la biblioteca para decir "Hola" y para dejar claro que seguían de una pieza, las dos. Henry respiró visiblemente aliviado al verlas y eso fue todo. Caminaron por el pasillo y se cruzaron con los padres de Emma que regresaban en silencio de la torre, intercambiaron una inclinación con David, pero Snow permaneció con la mirada en la pared frente a ella sin soltar ni una palabra, ni una agresión. Eso debe ser suficiente para sentirse victoriosas. Y, quizás, por la aceleración del momento o porque el resto el tiempo estarían solas, sus pies las llevaron hasta su habitación. Regina no recordó la sanción que había impuesto a Emma y todos los derechos de posesión le fueron devueltos con una simple acción: un beso. Uno que Regina le dio a Emma ni bien cerraron la puerta del cuarto. Apurado, necesitado, contra la puerta. La besó como se besa al mañana, como se besa al ayer, con hambre y con expectación.

Lo demás fue inercia. Los labios se abrazaron y se buscaron con deseo. Regina los entreabrió en una mueca deliciosa para que Emma la invadiera con su húmeda lengua. No hubo muchas palabras, solo acciones, gestos. Calor o más bien fuego. La danza de sus bocas fue solo el comienzo, la ropa estorbó en el momento en que Emma se sentó en la cama y asentó sobre su falda a Regina. Lo primero fueron las camisas y la piel de sus torsos se rozó provocándoles estremecimientos. Colapsaron abrazándose, mientras las manos de Emma recorrían desde el final de la columna de la morena hasta su nacimiento, notando como los poros de Regina se despertaban conmovidos con la caricia suave de las yemas de sus dedos. Y fue esa sensación la que provocó que Emma la acaricie con más energía, arrasando la piel de su espalda, mientras el beso se profundizaba inquieto.

Se separaron agitadas y se miraron de una manera diferente. Emma sintió que estaba haciendo el amor de una manera distinta con Regina. Libre, única. Esos ojos oscurecidos por el deseo la hicieron vibrar en lo profundo de las entrañas, desesperar por verlos cerrarse de placer. Desprendió el sujetador de la morena, la cual gimió. Ese sonido era como ambrosía, alimento de dioses para la rubia. Los necesitaba despertar, desprender, necesitaba untarse en ellos, quería ser conquistada por un coro de gemidos en la voz de la mujer que era Regina cuando se entregaba, cuando se abría a ella. Cuando dejaba de fingir que no la amaba, cuando soltaba esa armadura que se había creado para defenderse de los empujones y le mostraba su verdadera alma. Una que gemía, que moría de placer y que susurraba su nombre impactada por el clímax. Con la mirada clavada en sus ojos se acercó a los pechos de la morena que no podía dejar de mirarla por mucho que lo intentará, porque esa imagen de Emma acercándose a ella era demasiado voraz, demasiado hipnótica para ser desechada.

La rubia envolvió con sus labios uno de sus pezones e hizo girar su lengua, mientras los apretaba levemente contra él. Regina soltó un suave chillido satisfactorio y estrujó el cabello sedoso de Emma como si necesitará mantener el poco control que le quedaba. Emma sonrió sin soltar su pezón y repitió la acción hasta que las manos de Regina se cerraron con más fuerza. Entonces, chupó suavemente la piel entre sus labios notando como todo el cuerpo de Regina se apoyaba con fuerza contra el suyo y su espalda se arqueaba intensificando el contacto. Las caderas se elevaron y se relajaron friccionando el centro de su calor. Enredó su lengua otra vez oprimiendo más a Regina contra sí misma, hambrienta, como si quisiera comérsela y provocando que la morena sellara el silencio con el gemido más agudo que había escuchado Emma en toda su vida. Sus manos temblaron oyéndola y su corazón explotó latiendo repentinamente. Solo podía sentir amor por esa mujer, nada más que amor. Exploró ambos pechos con tenacidad, invadiendo uno y soltándolo para arrasar el otro con su boca, con sus dientes. Ni siquiera se cuestionó cuando su propio cuerpo respondió a los gemidos de la morena estrellándola contra la cama y deshaciéndose del resto de su ropa con una velocidad casi inhumana. El frio del ambiente provocó que Regina se estremeciera de pies a cabeza, pero por poco tiempo. El cuerpo de Emma se apoyó contra ella y retuvo todo el calor que había ganado en esos minutos, generando aún más. Emma la observó con admiración, como quien está viendo la obra de arte más bella del universo.

El poder de la Daga - SwanQueenDonde viven las historias. Descúbrelo ahora