Editado ✔️Capitulo 18:
Estaba molesta.
Estaba frustrada.
Ni una llamada. Solo un maldito mensaje diciendo "No puedo ir, tengo cosas que hacer "por parte de Justin, eso era todo lo que había tenido de él. Pensé que después de aquel momento tan intimo que habíamos tenido, la cosa cambiaría un poco. No lo había visto en el colegio, sus hermanos solo intentaban desviar la mirada cuando me veían acercarme. De seguro él les había dicho algo para que no se acercaran a mí.
Pensar en eso me ponía colérica. Justin no podía controlar con quien y quienes podían hablar. Si el había hecho algo así, pues tendría que decirle que conmigo eso no va.
Al llegar a casa decidí dejar todo tipo de pensamiento negativo de lado. No quería estar pensando todo el día en Justin y lo mucho que me había molestado su actitud de idiota.
¿Y si había hecho algo mal?
No, basta.
Evitando pensamientos como aquellos comencé a ordenar el departamento desde cero. La suciedad de las partes más increíbles comenzó a desaparecer al igual que las manchas. Quite la ropa del closet y lo limpie en el interior, dándome cuenta que necesitaba unos cuantos retoques dentro. Fue entonces cuando un colgador cayó al suelo de este y cuando lo tome, vi un pequeño trozo de madera cuadrado sobresaliente. Aquello llamo mi atención, y al golpear este ultimo con el dedo, escuche que dentro de ese minúsculo espacio estaba hueco. Después de varios intentos, y una uña rota, logre sacar el pedazo de madera y abrí los ojos al ver un viejo cuaderno azul.
El cuaderno de mi madre.
Lo reconocí de inmediato. Un escalofrió recorrió todo mi cuerpo y con manos torpes decidí tomarlo. Mi respiración era irregular. Estaba tiritando. Tenía entre mis manos el cuaderno de mi madre. Una de las pocas cosas que conserve de ella. El olor, los stickers que yo le regalaba, lo gastado que estaba. Dios mío.
Lo presione contra mi pecho y mire hacia el techo. Solía mirarla cuando escribía en él tan concentrada que algunas veces podía pasar horas y horas pasando hojas y luego lo cerraba y suspiraba para luego sentarse en cualquier lugar y mirar por la ventana, como si analizara todo lo que había escrito. Fruncía el seño y mordía el lápiz sin darse cuenta. Luego tenía el descaro de decirme que no me llevara los lápices a la boca. Yo le rebatía y le decía que ella también lo hacía, y por supuesto, lo negaba rotundamente.
Con mis piernas tiritando como gelatinas, logre ponerme de pie y caminar hacia el salón y dejarme caer en el cómodo sillón. El cuaderno me llamaba desde mis muslos, incitándome a abrirlo. Lo haría, claro que sí. Pero de solo pensar en lo que tenía escrito, aquello tan intimo para mi mamá, tan secreto como para guardarlo en un agujero hecho por ella misma, me ponía los pelos de punta.
Mordí mi labio y finalmente lo abrí. De inmediato mis ojos se empañaron al ver su magnifica caligrafía y sus locos apuntes, como listas de supermercados que hacia cuando sabía que tenía que comprar cosas para la casa, los dibujos que hacia cuando estaba distraída y algunos de sus cálculos respecto a su trabajo. Las hojas estaban un tanto gastadas en los bordes, producto al tiempo. Fue entonces cuando en más de la mitad del cuaderno comenzaron a llenarse las planas con palabras escritas, fechas y algunas anotaciones al azar. Era un diario. Comencé a leer la primera página y la piel se me puso de gallina.
Al fin sabría todo lo que pasaba por la cabeza de mi madre. Al fin sabría una parte de su vida y de su verdad.
Estaba lista.
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Mafiosos ©
Teen FictionPara Alyssa Palvin, la vida no mostraba ese toque armonioso por el cual deseas vivir el día a día. Al contrario, su vida era un callejón sin salida, en el cual luchaba para poder mantenerse firme y con vida. Alyssa es hija del magnate más conocido d...