Capítulo 8

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—¿Por qué no sólo inventamos que tengo algún mal de humanos? — sugiere.

—Por supuesto, llegaré con Kate a decirle: Lo siento, Luzbel tuvo un mal de humano y no pudo venir. Suena lógico.

—Que literal eres — bufa rodando los ojos —. Me refiero a alguna cosa que les da a ustedes, no lo sé... dolor de estómago o algo así.

—No ir conmigo levantaría sospechas fácilmente.

—Eso no pasaría de no haberme mencionado.

—Mencionarte ahora será mejor a que te descubran después.

¿Qué puede salir mal? Si Kate comienza a hacer muchas preguntas Jason intervendrá.

—¿Qué haces? — averigua Luzbel entrando de nuevo a la habitación.

—Me lavo los dientes... — balbuceo con la pasta en la boca.

—¿Qué es esa cosa de tu boca? — pregunta con una ceja enarcada.

—Pasta de dientes.

—Que raro...

Voy a escupir la espuma de mi boca y vuelvo a donde está aún parado.

—No es raro, ¿tú no te lavas los dientes? — pregunto.

—No así...

—¿Entonces cómo?

—En Edén lo hacemos con agua de oro.

—¿Agua de oro? — interrogo incrédula.

—Sí, es agua que cae por una cascada de oro en realidad, de allí su nombre — detalla encogiéndose de hombros.

—Se oye muy normal.

—Lo es.

—Aquí no, y no hay ninguna cascada de oro, así que tendrás que comenzar a hacerlo de esta manera — enfatizo ante las fantasías.

Me seco la cara con una toalla y la arrojo de vuelta al baño sin mirar en donde cae.

—¿Estás listo? — superviso yendo hacia el armario para ponerme un poco de perfume.

—Sí — asiente —. ¿Y eso qué es?

—Perfume.

El rubio se acerca a donde me encuentro y me huele cínicamente.

—¿O sea que realmente no hueles así? — inquiere curioso.

—Pues no — confirmo poniendo los ojos en blanco.

Luzbel pega la nariz a mi hombro desnudo y respira profundo.

—Hueles mejor sin el — determina separándose de nuevo.

—¿Qué? Nunca saldría de mi casa sin perfume... no es que huela mal, pero no es algo que haría.

—Tu olor natural es mejor — decide.

—Ah...

—Hueles a flores — precisa.

—Mientras no sean de panteón...

Me pongo una sudadera color vino y camino hacia la puerta para marcharnos de una vez.

—Voy en un momento, tomaré un libro — informa el rubio.

—No tardes.

Bajo las escaleras mirando el reloj de mi muñeca, faltan ocho minutos para las cinco.

Recojo las llaves de casa y las del auto, guardo unas en la bolsa de la chamarra y me quedo con las otras en la mano.

Justo cuando voy a llamar a Luzbel, éste aparece bajando las escaleras.

Luzbel Donde viven las historias. Descúbrelo ahora