Capítulo 13

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Leo por quinta vez la misma ecuación del libro de matemáticas que descansa en mi regazo, pero no consigo concentrarme cuando escucho los tacones de mi madre junto a los brincos de Lily próximos a pasar frente a la puerta.

—Ya nos vamos — informa parándose en el umbral llevando a mi hermana de la mano —. Iremos a cenar con tu padre, ¿segura que no quieres venir con nosotras?

—Segura, aún tengo demasiada tarea por hacer — confieso honestamente y tuerce una mueca.

—Suerte con ello, volveremos tarde.

—Cuídense.

—Adiós, Lía — escucho a la pequeña despedirse de camino abajo.

Voy a observar como ambas se marchan del lugar de la mano y conforme atraviesan la salida vuelvo en reversa para no ser vista.

Al girar me topo de frente con un intruso imponente cuya mirada persuasiva me deja congelada un instante.

Tras alzarse la comisura de los labios, baja la mirada y vislumbro que el libro de matemáticas que dejé sobre la cama está ahora en una de sus manos.

—No me digas, ¿desde cuándo los ángeles saben matemáticas? — interrogo.

—Solo necesito mirar para hacer — precisa —. Llámalo imitación, o fácil aprendizaje.

—El término "imitación" va mejor contigo.

Sonríe sin mirarme y observo que tiene un excelente control del lápiz sobre el papel.

—Tú ojo es como antes de nuevo — denoto.

—No esperabas que se quedara así todo el día — sugiere irónico.

—Sí lo esperaba.

—Fue cosa de un sortilegio, no sería eterno de ninguna manera.

—¿Un qué? — cuestiono confundida.

—Un sortilegio — recalca —. Las brujas y hechiceros lo llaman vulgarmente glamour; es un hechizo que crea una ilusión en cualquier individuo o cosa, y lo proyecta en la mente de quien lo mire.

—¿Por qué no lo hiciste antes?

—Apenas y puedo andar sin que los huesos me truenen, por ahora ese tipo de facultades están fuera de servicio.

—¿Y el azúcar? ¿Qué con eso?

—Sobrexcita mi cerebro lo suficiente para que pueda llevar dicha facultad a cabo sin dificultad — explica pasando la hoja por segunda vez —. Además, es deliciosa.

Mi carcajada llama la atención de su mirada y parece divertido.

—Te gusta el azúcar — apunto —. Anotado.

—Eh... sí, por cierto, ¿tienes más?

Por un instante todo suena como si de drogas se tratase.

—Sí — susurro —. Pero es un tesoro nacional muy preciado y protegido.

—Recuerdo escucharte mencionar que se daba hasta debajo de las piedras — repara.

—Luzbel, ¿qué cosa además de tierra te has encontrado debajo de una piedra?

No reír y permanecer seria es una misión imposible.

—¿Y de dónde sacaría alguien como tú un tesoro preciado como ese?

—¿Alguien como yo?

Luzbel Donde viven las historias. Descúbrelo ahora