Todos ellos sabían que el amor brotaba como las flores en abril, con paciencia y sin prisas. Pero su amor florecía rojo en el infierno porque era falso, porque ellos no amaban a las personas a las que amaban.
Amaban mancillarlas y poseerlas. Solo qu...
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Las flores habían empezado a morir en el jardín. Las mariposas parecían bengalas, con sus alas en llamas aleteando con desespero, para terminar precipitándose al suelo sin remedio poco después.
Nada podía escapar de allí. ¿Subiría la temperatura lo suficiente como para deshacer aquellos huesos?
Changkyun, un mechero y un hacha cubierta de sangre y carne quemada.
Im Chang Kyun se había enamorado por primera vez hacía tres primaveras. Con los cerezos empezando su floración y la hierba mojada, conoció el amor y perdió la pureza de manos de una hermosa mujer treinta años mayor que él. Una mujer de cabellos rubios que se tiñeron de rojo después de dos noches.
Las primeras lluvias de la estación salieron de los ojos de uno de sus hijos cuando el cadáver de la mujer apareció una semana más tarde flotando en un río.
El otro de ellos se mantuvo inalterable varios metros más allá. Su frialdad resultaba todavía más aterradora que la visión de la progenitora de ambos con el cráneo abierto por la mitad y los ojos desencajados.
"¿La mataste tú?" cigarrillo en mano, el que no había derramado una sola lágrima dirigió sus ojos a Chang Kyun entre caladas.
"No" se apresuró a responder el menor tras zozobrar en el acto.
Pero el contrario sonrió. Estirando la mano hacia él, metió los dedos en el elástico de sus pantalones y le arrastró hacia sí. Le obligó a sentarse en su regazo.
"Mientes" le espetó aproximándose peligrosamente.
Con las manos en la cintura del más pequeño, Chang Kyun no pudo hacer más que cerrar los ojos con asco y miedo cuando aquella lengua le lamió los labios. Le dio arcadas.
Se preguntó a qué clase de infierno había sido arrastrado.
Las garras de un demonio colándose sin permiso entre su ropa interior. Un forcejeo.
Vano.
El roce no se detuvo.
Un gimoteo y las uñas de Chang Kyun clavándose en el colchón. Sus párpados presionando con fuerza entre ellos mientras dejaban que las gotas de lluvia le llenaran las mejillas.
Eran dos víboras hurgando en sus entrañas.
"Déjame"
"¿Estoy yendo demasiado despacio?"
Dos serpientes se convirtieron en tres.
Chang Kyun aprendió a sus quince años de edad que, a veces, guardar silencio y quedarse inmóvil era la mejor opción.
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