Se despabiló de su sueño con un mal sabor de boca, sentía los labios amargos y los músculos tensos. Las pesadillas no se detuvieron en toda la noche y el despertar hace mucho dejó de significar escapar de esos sueños. Solo unos días más, la próxima semana esto terminará y seré libre. Aquellas palabras eran el mantra que repetía cada mañana al abrir los ojos luego de las pesadillas, aun cuando sabía que era mentira, pero eso era lo que quería, engañarse a sí misma, engañarse hasta que sea verdad.
El techo de la habitación era vacío, oscuro, pero lo miró fijamente, sin concentrarse en algo específico, solo lo miraba. Su primer pensamiento ya no se encontraba presente, y quería disfrutar ese momento todo lo que pudiese, alargar la tranquilidad hasta no poder más. Te estuve esperando, y estoy mejor, a estas alturas es raro que me visites. Ya no tienes propósito, no me afectas. Eso es lo que diría cuando las pesadillas volviesen. Pero no era fácil. Nada era fácil en ese lugar.
Los minutos trascurrieron y la primera alarma sonó, por lo que se apresuró con su rutina diaria. Se colocó el uniforme, tomó las cobijas, las dobló y las colocó en el suelo. Se miró en el espejó y acomodó su cabello en la medida que pudo, acto seguido limpió la saliva que tenía en el labio inferior.
Aquel día, como todos los lunes, no había entrenamiento físico ni mental, por lo que el ascensor la llevó a los pisos superiores en lugar de quedarse en la planta baja. Una vez la caja metálica abrió sus puertas en su destino, ella emprendió el paso junto con los jóvenes uniformados que llegaron en el ascensor. Todos avanzaron por un pasillo de madera brillantemente pulido hasta encontrarse con la puerta asignada para cada joven -la suya era naranja-, tomó asiento y esperó a que se ubicasen todos.
Tenía la costumbre de sentarse casi al final. Los salones eran un semi cuadrado, con una ligera inclinación. Desde ese lugar podía ver mejor las cosas, no sólo a las lecciones impartidas, sino también a sus compañeros.
Poco a poco iba llegando el resto de los jóvenes, todos entraban con miradas distraídas, movimientos nerviosos y en silencio, de la misma manera que hizo ella. A todos les afectaba el edificio a su manera; buenos, carismáticos, fuertes, débiles, lentos, ricos, tristes, a todos, la diferencia era cómo lo ocultaban.
Mientras miraba cómo los recién llegados se ubicaban en los asientos vacíos dejando reposar sus manos y cuadernos sobre la mesa, hubo algo que la distrajo. La entrada del chico nuevo. No lo había visto por tres días, desde el viernes.
Sus miradas se cruzaron fugazmente, como cuando se mira algo que en cualquier otra circunstancia te llamaría la atención, pero tu mente no puede darse el lujo de regalar esa atención, porque en ese momento ella no está contigo, tu mente está pensando por su cuenta.
***
Después de la noche que tuvo, dormir no fue algo que logró fácilmente, pero cuando lo hizo durmió profundamente, tanto que no escuchó ni la primera ni la segunda alarma. El guardia de aquel bloque, al llegar a la habitación de Atanase, hizo la respectiva llamada al Dr. Johansen para informar el problema.
–Eh, chico. Chico. Despierta. –Atanase abrió lentamente sus ojos, ojos que acompañaban a un rostro en calma. El doctor se preguntó qué habría soñado el chico, después de todo era inusual que alguien reaccionase así, pero al rato la sorpresa terminó.
–No... ¡No fue real! Pero sus palabras... –Para el Dr. Johansen lo que decía el chico no tenían sentido, y no importaba. Lo que importaba era que estaba llegando tarde a su primer día de instrucción.
–Chico, ponte el uniforme. –El guardia arrojó a Atanase su uniforme que se encontraba en el suelo. Él la atrapó como pudo, aunque algunas prendas lo golpearon de todas formas.- Es tarde.
Apresurado, comenzó a vestirse, todo mientras el guardia vigilaba el corredor y el doctor observaba su reloj de muñeca. Finalmente, con el muchacho listo, los tres tomaron rumbo al salón asignado para Atanase.
–Tienes el naranja, espero que sepas aprovechar las lecciones que en ese lugar se imparten. Entre más rápido entiendas eso...
–Mejor. –Concluyó Atanase, con sus ojos en el suelo. Este no dejaba de ver los patrones de cicatrices en sus manos. Tenía tantas preguntas en su cabeza y lo único que sabía hasta el momento era que pasó tres días inconscientes. Tres días de vacío.
–Mejor. –Repitió el Dr. Johansen–. Una cosa más. Las personas de allí son altamente calificadas, estrictamente profesionales. No hagas que pierdan su tiempo contigo. Eres importante para nosotros. Lo que pienses, no tanto.
Terminada la charla, el hombre de bata blanca le entregó un lápiz y un cuaderno con las páginas en blanco. El muchacho aceptó las cosas mirando como el doctor se marchaba dejándolo frente a una puerta de incertidumbre, otra vez.
***
A pesar de que las clases eran importantes, no podía evitar distraerse mirando al chico nuevo. Sabía que, si alguien podía salir de allí, era él. En ese momento el egoísmo de su pensamiento no la preocupó, no tenía remordimiento alguno al concluir que podía usar a ese joven para que su mensaje llegara a oídos de su madre. Suponiendo que ella continuase con vida.
Sin embargo, con distracciones y todo, la muchacha logró entender la idea básica de la lección de aquella semana. Sin querer, recordó cuando hablaba con la gente de su pueblo, ella era muy locuaz y sabía cómo modular su voz para que sus historias fuesen llamativas para la gente. Quizá era una niña en ese entonces, pero hasta los adultos prestaban atención cuando comenzaba una de sus narraciones nacidas en su imaginación. Lastimosamente también recordó cuando dejó de hacerlo, cuando sus historias de fantasía eran el único escape de la vida que tuvo a vivir. Su memoria afloró elementos en cadena, uno tras otro como fichas de dominó cayendo; los hombres, el silencio, sus lágrimas y gritos, el silencio nuevamente, otros hombres, ropa desgarrada, golpes, días sin comida ni sueño, más silencio. Su rutina de ese entonces era la obediencia y el silencio, pero la escasez de sonido de su parte no significaba que las cosas estuviesen en calma. En el pasado las palabras eran importantes para ella, una bendición, luego un castigo. Ahora debía usarlas para crear mentiras.
La tarea parecía sencilla, y no paró de repetir constantemente la lección. Quería estar segura de que, en el futuro, cuando llegase el momento adecuado e indicado, haría las cosas bien. ¿Qué tan difícil podía ser? Hablar sin hablar. Decir nada diciendo mucho. Decir lo preciso, camuflado en verdades a medias. Sacar información sin dar nada a cambio. Ella ya lo había visto, pero nunca lo había puesto en práctica.
El día era una composición sombría de recuerdos y sueños. El pasado era un recuerdo de algo que no quería vivir. El futuro, un sueño casi imposible de cumplir.
Uno de los principales problemas que tenía el futuro era que el día siguiente sería martes. Y ella odiaba los martes.
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Prodigium
Science FictionEn tiempos de la Guerra Fría, un grupo de niños fue elegido para formar parte de un proyecto mayor, algo que podría cambiar el curso de la historia. En medio de ellos, Atanase, un joven rumano entenderá verdades de la vida y el mundo que en su hoga...