La Conversación

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Se percató en cómo la mirada del chico frente a ella se encendía, como si hubiese dicho justo lo que esperaba escuchar. Y eso era lo que buscaba. Las intenciones solo funcionan cuando hay fuerte deseo, y su intención estaba en buen camino. El chico ahora tenía el deseo de saber lo que ella sabía.

En su cabeza ya se habían formado varias posibilidades de la misma frase, la mayoría de ellas en ucraniano. Su mente funcionaba como un rompecabezas sin guía ni figuras, poniendo cada pieza en el orden necesario. Muchas opciones podían ser las correctas, pero hasta que no se unan con la próxima pieza (pensamiento), no se sabía si el rompecabezas era correctamente resuelto.

–¿Te has preguntado –interrogó ella– qué hacer con nosotros cada vez que nos llevan en camillas?

–No... Pero el chico de la sonrisa lo sabía... –El muchacho frente a ella se miró los zapatos como alguien que recuerda un fracaso.

–Nos obligan a volar cuando aún no sabemos caminar –fue un pensamiento en voz alta que soltó sin notarlo.

–Yo se caminar muy bien. Hasta correr.

–Olvídalo. Me refiero a que nos están cambiando, ellos hacer cosas para que nuestros cuerpos hagan cosas nuevas. –No tenía idea de cómo explicar lo que sabía para que un chico tan joven como él entendiese.

–¡Como el chico de la sonrisa! –Concluyó el joven–. El rompió el muro con su mano.

–Lo que hacían con él funcionó, así que se lo debieron llevar para entender mejor su... mejora. –Le costaba armar el rompecabezas de sus pensamientos (más en un idioma que no era el suyo), pero si podía resolver los acertijos que los instructores ponían en las mesas de entrenamiento mental, podía convencer al chico de ayudarla a escapar, con él.

–Entonces ¿eso hacen con nosotros? ¿Nos hacen diferentes? Pero ¿por qué? –Su voz estaba llena de dudas. Cada vez que ella respondía una pregunta, él parecía formular una nueva.

La curiosidad es eterna y ataca a todos por igual. La frase pasó por su cabeza como una imagen que se desvanece entre más se piensa en ella.

–No lo sé. No quiero quedarme para averiguarlo. Ya tú viste lo que le paso al... chico de la sonrisa, y no creo que quieras que te suceda lo mismo.

–No. No lo quiero. –El muchacho se mostraba asustado, pero la determinación que vio cuando estaba corriendo seguía ahí–. ¿Estás segura que se lo llevaron por eso? Tal vez... estaba enfermo. El Dr. Johansen es raro, pero creo que es buena persona.

De verdad estaba segura que estaba convenciendo al muchacho, de verdad lo creía, pero al final no fue así. Al final las personas tienen más inseguridades que cosas a las que aferrarse. Pero debía convencerlo, y debía hacerlo en ese momento. Pronto, tal vez más pronto de lo que ella pensaba, la gente sospecharía, más en un lugar tan paralelamente extraño como ese.

Tenía una única bala, era consciente de que ese no estaba cerca de ser el momento para el que había guardado esa bala, pero quizá, y solo quizá, si sabía cómo usarla y ocultarla sabiamente, quizá podía usarla nuevamente cuando la necesite.

Dejó de escuchar la mitad de las palabras del chico para concentrarse un poco, lo suficiente como para usar su bala con la intensidad que quería.

No pudo evitar curvar sutilmente sus labios en una media sonrisa al ver el rostro atónito del joven cuando perdió un poco el equilibrio causado por un movimiento suave bajo sus pies.

–¿Sentiste eso? –La mirada del chico ahora tenía una mezcla de determinación y asombro.

–Lo que sea que hacían con el chico de la sonrisa permitía que sea fuerte. Y lo que sea que ellos hacer conmigo me permite mover cosas sin que las toque. –Se tomó unos segundos para contemplar la mirada perpleja del chico. A esas alturas resultaba algo desesperante. Su rostro volvió a la seriedad y preocupación del inicio. –¿Ahora tú creerme?

***

El silencio que los cubría era desesperante para la muchacha, pero Atanase se encontraba sumido en sus pensamientos, tan profundo que serían necesarios kilómetro y kilómetros de cuerda para sacarlo de allí. En su cabeza las cosas empezaban a tener sentido, al menos lo suficiente. Finalmente, luego de lo que parecía una eternidad en su cúpula mental, levantó la cabeza un poco para mirar los ojos de la chica y responder que creía en ella.

–Bien. Porque necesito que salgamos de aquí.

–¿Cuándo? –Necesitaba comparar necesidades. Él tenía un plan de escape moderadamente mejor que el de la última vez, y solo estaba esperando el momento adecuado para ejecutarlo, pero si la chica frente a él, no tenía la disposición de salir cuando él pudiese, no tendría otra opción que dejarla atrás. Ya no podía esperar más.

–Esta noche –La chica no se tardó en responder, se sentía la franqueza y deseo en cada sílaba de sus palabras–. Lo haremos esta noche antes de ser sedados.

Atanase se asombró ante aquella contestación. En el fondo no esperaba esa determinación de una persona con esa mirada llena de pesar. Sin embargo, no lo discutió. Volvió al mismo estado emocional con el que había comenzado el día, lleno de energía y valor, listo para salir, listo para regresar a casa.

El silencio que los invadía era comparable a la fuerza en sus miradas, la misma que indicaba que estaban preparados y que habían aceptado la ayuda del otro. Quizá solos, cada uno por su cuenta, lo hubiesen logrado, pero el riesgo habría sido considerablemente mayor, y no es signo de debilidad aceptar que se necesita un poco de apoyo.

Retomaron el curso de su actividad en la pista, pero esta vez con un paso más ligero, el suficiente como para que pudiesen charlar y comparar más sus pensamientos. Aquella noche iban a escapar y necesitaban estar en sincronía con sus necesidades, al igual que con su confianza.

La primera pregunta salió como un estornudo, sin pensar, con brusquedad, seguido de un silencio incómodo a manera de disculpa.

–¿Cómo llegaste aquí?

–Es..., complicado. –Ella no sabía cómo responder exactamente, hubieron demasiadas cosas que llevaron a estar encerrada en el edificio. Luego de un momento, respondió: –Unos hombres en traje traerme en un auto. No sé más. –Era verdad, una verdad a medias, pero verdad al fin y al cabo. Omitió la parte en la que vio por la ventana trasera del auto a un hombre gordo y casi calvo contar un gran fajo de dinero.

–¿Hombres en traje? –Preguntó Atanase con una mezcla de sorpresa y emoción– ¿Cómo los espías que hablaron con mamá?

–Espera. ¿Estuviste presente en esa conversación? ¿Qué fue lo que dijeron?

–No recuerdo bien. Fue una conversación con palabras difíciles de adultos. Una conversación complicada. –Rememoró cuando mencionaron a su hermana en la mesa con aquellos papeles. Con el pesar en su pecho continuó con su explicación–. Dijeron algo de hacer algo prototípico. Uno me señaló y dijo algo a mamá: ¡intangente, ininsusperable!

La expresión en el rostro de la muchacha demostraba el desconcierto por aquellas palabras, parecía no entender lo que él trataba de decir. Era obvio que su rumano no era lo suficientemente amplio como para seguir el hilo de las palabras del joven. Eran palabras que no había escuchado antes, pero tal vez esas palabras tuviesen sentido en su futuro.

Los instructores habían terminado su charla distractora, esa era la señal de que aquella parte del entrenamiento estaba próxima a finalizar. Para los chicos, esa era señal de que ya no podrían conversar más del tema por el momento. La muchacha del cabello plateado aparentaba no tener problema con ello, para él –pese a la información recibida- tampoco tenía mucha importancia. Habría hecho lo que sea por seguir con la conversación, eliminar más dudas de su cabeza, pero el momento ya no era el adecuado, y lo aceptó.

Miró a la chica, aquella con la que escaparía del recinto. ¿Cómo escaparía con alguien que casi no conoce? Tenía tiempo antes de que llegara la noche, así que ¿por qué no empezar con su nombre?

–Me llamo Atanase.

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