Las Sonrisas

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La Generación 1. Los primeros experimentos completados. Eran los soldados que había buscado crear desde el momento que la idea brotó en mi mente hace ya tantos años, cuando esta nueva confrontación ideológica marcó nuevos números rojos en la tabla de muertes en la historia. Soldados completos –niños y adolescentes, sí, pero completos–, con habilidades físicas únicas, entrenados en el campo del espionaje y contra espionaje. La inteligencia y contra inteligencia que el mundo espera, pero no se atreve a pedir en voz alta. Ese era mi regalo para el mundo. Su salvación ante tantas guerras y amenazas.

La emoción y expectación en la sala se encontraba en los cielos, aclamando ver la meta conseguida de nuestro esfuerzo conjunto. Hemos trabajado codo a codo para llegar a este punto, de poner a prueba en acción real los frutos del árbol de la magnificencia. Esos sujetos eran la prueba de que los humanos no solo somos brutalidad salvaje, heredada de los animales antiguos que fuimos una vez. No. Con esos individuos de laboratorio demostramos que somos más, y que podemos ser más. El fuego del Olimpo era nuestro. Comimos de las manzanas de Idunn. Con esos niños, las guerras serían cosa del pasado, conflictos insignificantes. Y no hay tiempo para pequeñeces cuando el poder corre por tus venas.

Habíamos potenciado a los sujetos tanto como pudimos, cada uno guiado a su manera. Tan diversos, tan poderosos. Ni siquiera necesitaba verlos en la contienda haciendo gala de sus habilidades para adaptarse (una de las reglas del espionaje), porque cuando aparecieron en pantalla y se posicionaron con Johansen, todo estaba dicho para mí. Sus archivos y la confianza casi pecaminosa de los líderes del Ala G-1 eran detalles que adornaban una victoria asegurada.

Segundos antes de mirarlos por primera vez, un hombre me susurró al oído "¿qué hará cuando esto termine?". Lo miré con firmeza, él sabía lo que haríamos cuando los sujetos, rumano y ucraniana, estuvieran inconscientes, los mantendríamos así hasta terminar con sus mentes en blanco y sus operaciones finalizadas. Serían como los cuatro de la pantalla, con la diferencia de que seguirían órdenes sin cuestionar o pensar. Serían un par de máquinas, sin humanidad, pero todo por un bien mayor. Era una pena que el sujeto italiano haya fallecido, él pudo ser el primer experimento finalizado de la Segunda Generación, el campeón del Ala G-2, con la fuerza para derribar un muro de concreto con un toque.

Me levanté del sillón dejando atrás las pantallas y a la gente que las miraba con admiración. Para mí, ya no había nada que ver, sólo había algo que celebrar. Tomé una copa y la serví con delicadeza con algo de vino, revolviéndolo un poco entre las paredes de la copa de cristal; una copa de felicitación y satisfacción. Aprecié con sutileza el aroma agridulce del vino antes de posarlo en mis labios y dejar que descienda por mi garganta. Estaba listo para disfrutar de aquel elixir cuando a mis espaldas la gente de a poco fue bajando el tono de su voz hasta llegar a un silencio que me abrazó en extrema incomodidad y curiosidad. Algo estaba pasando, algo que requería mi liderazgo para solucionar.

Regresé a mi sillón sin soltar la copa, y allí estaban ellos, mis soldados finales. 

Creímos que llamarla"batalla" a lo que estaba por ocurrir era una formalidad, después de todo era como acorralar a un par de ratones con tigres salvajes. Sin oportunidades ofensivas ni defensivas, nada es una batalla real. Sin embargo, lo que veíamos en cada pantalla, con cada ángulo diferente, hacia varios segundos que dejó de ser una batalla. Aquel corredor de las instalaciones se había convertido en un pequeño campo de guerra.

***

Para cuando reaccionó por completo lo que acababa de suceder, se encontraba detrás de la chica, protegido, casi como un animal indefenso que no puede hacer más que hiperventilar y mirar con estupefacción a su alrededor.

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