Los Preparativos

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Luego de la charla que tuvo con aquel muchacho, su mente no podía concentrarse en los acertijos sobre su mesa. El verdadero desafío no era resolverlos, el desafío era hacerlo sin demostrar a los instructores que pasaban una y otra vez por su mesa. Era lógico, ellos conocía su destreza encontrando soluciones en esas actividades, monitorearla así de seguido era necesario. El objetivo de esa preparación mental constante era encontrar personas con un alto intelecto para atisbar situaciones complicadas, hallar nuevos enfoques y aplicarlos en ambientes hostiles. Ella parecía ser de las pocas personas en el edificio que encajaban en ese perfil, tanto por las cosas que hizo en su pasado como las que hacía en esa mesa.

La mente de la muchacha estaba dividida en varios pensamientos a la vez. Pensaba en el escape de esa noche, en el plan, en cómo pudo demostrarle al chico parte de la única bala que permitiría que ese plan sea exitoso. Pensaba en resolver esos acertijos de madera, y en lo duros y fríos que se sentía los de metal. Pensaba en lo primero que haría al salir del edificio y en lo cansada que estaría luego de caminar hasta su casa. No llegaré a casa con las manos vacías, tendré que hacer algunas paradas primero. No sabía cómo mirar la cara de su madre después de todo lo que vivió.

Tras resolver dos acertijos, tomó un largo respiro y descansó un poco bajando sus manos y posándolas en sus muslos. Su mano derecha rozó el contenido de su bolsillo. Una idea repentina invadió cada rincón de su mente y volvió a poner sus dedos sobre los acertijos de madera y metal. 

Una vez que su idea se vio materializada, giró su cabeza en busca de alguien que tal vez la hubiese observado; no encontró nada.En su lugar, sus ojos se posaron sobre Atonasi –era el nombre más raro que había escuchado. El muchacho se mostraba lento para resolver los acertijos, más de lo normal. Resultaba obvio, hasta para quienes desconocían lo sucedido en la pista de correr, que tenía muchas cosas en su cabeza que debía procesar.Alguien así no puede prestar atención a la tarea sobre su mesa.

Los instructores no tardaron en pasar nuevamente por su mesa, observando la expresión de la muchacha con los nuevos logros en resolución. La mente trabaja a ritmos constantes y las expresiones humanas son un reflejo de las emociones más internas frente a la culminación de esos trabajos. Pese a que la necesitaban por su alto valor intelectual, no podían darse el lujo de reclutar a personas emocionalmente inestables, sin embargo, su expresión en esos momentos no eran las de una persona inestable. Un logro más que iba directo a las libretas de los instructores.

En la sala el único ruido presente era el de las manos de los jóvenes sobre los acertijos que, a su vez, resonaban por el choque de los metales, o de la madera, sobre la mesa. Tras unos largos minutos, aquel sonido fue interrumpido por el de una alarma que señalaba el final de la actividad intelectual. Se escucharon algunos suspiros de alivio y otros de cansancio. Ella no soltó ninguno.

Antes de salir de aquella instalación dentro del complejo, miró brevemente a Atonasi –seguía siendo un nombre complicado para ella. El chico aún se encontraba caminando en el laberinto de sus pensamientos, buscando una salida mientras las incógnitas parasitarias lo perseguían con fuerza. Luego fijó fugazmente sus ojos en su mesa de acertijos dejando un vacío que reemplazó con una estela en forma de sonrisa.

La mente trabaja a ritmos constantes, y en ocasiones deja vacíos a su paso para llenar los propios.

***

Pese al bombardeo que sufrió en su cabeza con la información proporcionada por la muchacha, y por lo complicado de sus pensamientos en el transcurso del día, no cargaba sobre sus hombros el peso de la fatiga, no como otros días en los que esperaba la noche con ansias luego de ejercitar su cuerpo, su mente y de memorizar lecciones de espionaje. Lo tomó como una señal ambigua; por un lado creía que era bueno no sentirse cansado, pues aquel día haría algo arriesgado y necesitaba mucha energía; por otro lado era algo malo, porque quizá sí estaba cansado, pero no lo notaba, porque su escape así lo requería.

Una vez en su casa, antes de que su padre muriera, jugaba con sus juguetes mientras miraba la televisión de tubos en la pequeña sala. Imitaba las escenas que veía en las caricaturas y películas moviendo sus manos exageradamente para dar agilidad a los protagonistas de su propia historia, mientras su imaginación y los sonidos de su boca hacían los efectos que rellenaban el complejo argumento en su cabeza.

Sus padres estaban inmersos en sus asuntos personales, el mundo para ellos, en ese momento, no existía más allá de las tareas que hacían. Su madre, por un lado, se encontraba pensando en los ingredientes faltantes para preparar una comida que estuviera a la altura del amor hacia su familia, o que pudiera distraerla de los problemas económicos que sufría. Dio un sorbo con una cuchara de madera al caldo de carne de la olla. Aún faltaba algo de sal, lastimosamente ya no había en su casa. Su padre, por otro lado, se encontraba sentado en el borde de la cama con la espalda encorvada y sus dedos entrelazados, su cabeza se mantenía agachada pese a que la hermana menos de Atanase molestaba sus piernas con una muñeca de trapo. De ambos adultos, el padre siempre fue un enigma para sus hijos. La madre solía expresar sus preocupaciones frente a los niños, pero el padre no. Él guardaba todo para sí mismo.

Su madre sorbía el caldo provocando fuertes sonidos algo desagradables para sentir los ingredientes con mayor claridad. Su padre se limitaba a suspirar cada cierto tiempo, y si cada miembro de la familia no hubiese estado distraído en sus actividades, quizá abrían escuchado sus sollozos y algunas palabras sobre sus preocupaciones.

Atanase lo ignoraba, pero él se encontraba sentado en el borde de la cama con sus dedos cruzados y la cabeza agachada.

Un metálico sonido invadió cada rincón de la habitación de Atanase arrancándolo de sus cavilaciones. El Dr. Johansen fue el primero en entrar, y luego de las mismas palabras de siempre, entró la blanca camilla que lo trasportaría a la sala de operaciones (o experimentos, las dos eran lo mismo para el joven desde que conoció a la muchacha de cabello plateado). Dentro de aquel lugar, como era la rutina, se le retiró la ropa y se la reemplazó por una bata de paciente, casi igual de blanca que la camilla. Las miradas de los doctores acompañantes del Dr. Johansen eran las mismas, unas miradas se cruzaban, otras se mantenían centradas en sus actos, pero eran esas miradas las que tenían las conversaciones, no las palabras, no el sonido. El silencio había caído en la sala.

La aparente calma fue interrumpida cuando un leve zumbido proveniente de uno de los bolsillos del Dr. Johansen lo hizo salir de la sala de cirugías para atender otro asunto. Dio la orden de continuar con el procedimiento al doctor suplente.

La respiración agitada en el pecho del muchacho aparentaba ser la misma respiración nerviosa que presentaba Atanase cada vez que se encontraba en la sala de operaciones. Ignoraban el hecho de que esta vez, su respiración se debía a otra razón, no era el típico nerviosismo por las cirugías o por quedar dormido por días a la suerte del edificio. No. Esta respiración era por el nerviosismo que se presenta cuando algo importante va a suceder, algo de lo que se conoce su inicio y se tiene certeza de su final, mas no de lo que va en medio.

Uno de los doctores llevaba en su mano la mascarilla que dormiría a Atanase, la misma que lo hacía saltar en el tiempo, inconsciente, por unas largas horas. La mascarilla se encontraba a centímetros de su nariz y su boca, cuando el doctor hizo el conteo regresivo de rutina. Tres. Dos. Un...

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