La Llamada

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Diario de Proyecto

31 de octubre de 1971

Aras S. CEO

Nadie en la sala creyó lo que se acabó de presencia. Atónitos, las voces se fueron silenciando, los gritos pasaron a susurros y luego, nada.

Sólo una voz se hizo presente entre la atropellada calma, la mía.

–Atrápenlos –ordené al soldado en el teléfono–. A cualquier costo.

El peso de las miradas sobre mí fue aplastante. Con vergüenza me levanté de mi lugar y me dirigí por otra copa de vino. Luego me serví otra, y otra, y otra. Los Lideres del Ala G1 tomaron sus archivos, los abrieron y marcaron lo que imaginé serían notas finales. Tras ello, la dama sacó algo de su bolsillo; un sello de caucho con el que marcó la portada de cada archivo. Fallecido. Cuatro carpetas con el mismo sello. Cuatro errores. Cuatro fracasos que habrían cambiado el curso de la guerra.

Nadie en la habitación se sintió digno de romper el gélido silencio. Ese era mi trabajo.

Arrojé la copa con tal fuerza que un trozo de vidrio revotó a mi rostro. Con lentitud saqué un pañuelo de mi pantalón y me lo llevé al mentón. El corte era superficial, aunque eso no impediría dejarme una marca.

–¿Tiene nuevas órdenes, señor?

Me detuve con la mano y el pañuelo en la barbilla. No sólo me encontraba deteniendo el pequeño sangrado. Pensaba. Finalmente sentí que el corte dejó de expulsar sangre y retiré el pañuelo a la par que levantaba un dedo.

–Traigan al psiquiatra.

Todas las personas, a excepción de los Lideres de Investigación, volvieron a su trabajo, todos sabían que hacer.

Tras mis viajes por el mundo aprendí varias cosas. Los planes cambian, las personas se adaptan, las cacerías evolucionan. Estaba frente a presas nuevas. Debía estar a la altura, usar armas al nivel de las presas.

Me resultaba curioso que atrapar a las presas predecesoras de los sujetos ucraniano y rumano fuese, a su manera, más fácil que capturarlos a ellos. El destino tiene formas misteriosas de mostrarnos el paso del tiempo sobre nuestro cuerpo.

Miré mi reloj. Hasta entonces no lo había notado –y sinceramente no se me había cruzado por la mente–, era 31 de octubre, Halloween en algunos lugares del mundo.

Noche de brujas, aquella en la que los espíritus rondaban el mundo de los vivos en paz, nadie los juzgaba. Había espíritus buenos, benévolos que cuidan a los humanos hasta que salga el sol al día siguiente. Por otro lado, había espíritus vengativos, malévolos, capaces de hacer daño por diversión y placer. Esa era la noche de brujas real, aquella en la que los monstruos podían caminar entre los humanos a su antojo.

Este era mi día. Un día en el que podía soltar monstruos sin peligros para los humanos. No existían dioses que los detuvieran esta vez.

El sonido de la puerta llamó mi atención. El psiquiatra había llegado.

Después de una conversación corta, privada, volví a mi asiento, aquel desde el que dirigí y observé las consecuencias de la operación anterior. No me senté. Antes de eso tenía algo que decir, algo que mantuve en secreto hasta ese momento.

El patio de juegos se cerró. Ya no habría niños revoloteando en mi hogar. Mis ex soldados del mañana nos enseñaron cosas nuevas en el último enfrentamiento. Aprendí que los infantes no estaban a la altura de la misión.

Esta cacería de niños contra niños había llegado a su fin. Para esas presas había mejores cazadores. Tres para ser exacto.

Los soldados definitivos pueden llegar de experimentos, o pueden tocar la puerta de tu casa. Ellos hicieron lo segundo. Y era el momento de presentarlos al mundo.

–Invoquen al Triunvirato.

Fin de la primera parte

Los Prodigios

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⏰ Última actualización: Jul 25, 2019 ⏰

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