La Herida

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La ucraniana me había engañado nuevamente, y ese engaño les costó la vida a mis peones de guerra.

El personal se encontraba consternado. La habilidad de la sujeto ucraniana fue una sorpresa para todos, pues en su informe se detallaba claramente que, pese a los procedimientos, no se encontraron indicios del resultado que esperábamos. Excepto que allí estaba, en cada pantalla que la apuntaba, allí estaba su habilidad en todo su esplendor y se encontraba dentro de los parámetros que anticipamos. Sin embargo, esa habilidad kinética se encontraba mal encaminada por la sed de sangre que la mujer había cargado en su corta vida. 

Las personas no dejaban de caminar de un lado a otro dentro de la habitación. Algunos entraban y salían con libros, carpetas e informes. Ya había ordenado que el doctor a cargo de las operaciones del individuo se presentara ante mí. Necesitaba saber si mi próximo movimiento podía ser efectuado sin inconvenientes, que mi idea podría neutralizar la amenaza que suponía la chica sin matarla.

El doctor entró a la habitación, siempre tenía una mirada fría y amoral, no le importaba lo poco ortodoxo de sus métodos siempre que estos lo acercaran a la meta requerida con la muchacha, y la verdad, a mí tampoco me importaba. Prefería mantenerme alejado de los detalles de sus procedimientos por si en algún momento mi conciencia decidiera que no era lo correcto. Es más fácil estar de acuerdo con lo que no se termina de entender, a cuando se es consciente del daño que alcanzar el bien ha causado. Es como leí en un libro una vez, el fin justifica los medios; que los medios sean los correctos no implican que el fin sea bueno, tampoco que los medios sean incorrectos implican que el fin sea malo. Cada fin, bueno o malo, ha de cambiar con el tiempo. Lo bueno llega a ser malo. Lo malo llega a ser bueno. Y el humano está en medio de todo.

No tenía mucho tiempo, los individuos se estaban acercando al punto sin retorno que decidiría la efectividad de mi nueva trampa, por lo que las interrogantes fueron planteadas a la brevedad del caso, así mismo las respuestas del doctor llegaron sin mucho retraso. Tenía la mente aclarada y, pese a pequeñas configuraciones en mi plan inicial, todo indicaba que no había grandes obstáculos para ejercer mi idea. Di la orden sin demora, y una familiar voz resonó en los parlantes. La persona del otro lado estaba en posición, lista para presionar el botón cuando el momento llegase.

No pasó mucho para que eso sucediera. Por primera vez en aquella noche, la balanza estaba a nuestro favor. Con el doctor y la voz apoyando mi ingenio, nada podía detenerme.

Y en esta ocasión otras puertas se abrieron, unas que la ucraniana no había previsto, pero yo sí.

***

La intensidad de sus pasos delataba el deseo que tenían por salir del edificio. Su plan no había contemplado el asesinato de un ejército de guardias frente a niños. Se suponía que ellos serían la distracción, entonces ¿por qué su compañera mató a todas esas personas? No tenía una respuesta concreta a esa pregunta, lo único que sabía por ahora era que debía escapar de los soldados y espías que los perseguían por los intrincados pasadizos de la edificación.

No sabían cuánto tiempo había pasado desde su intento de fuga y pero no podían darse el lujo de detenerse a pensar en ello. Había creído que después de todo lo que hizo la muchacha estaría cansada; la verdad era que ella poseía más resistencia para correr –tal vez él era más veloz, pero ella podía correr por más tiempo–, así que había momentos en los que era arrastrado por la chica. La adrenalina de escapar había hecho que desistiese sus quejidos de dolor por las uñas de la muchacha clavadas en su muñeca. Aquella zona de su brazo no sangraba tanto como lo hacía el orificio de bala en el brazo de la chica. Atanase comprendió que, si querían escapar con viva del edificio, primero debían mantenerse a salvo dentro de él. Era lo más lógico, pero a veces lo más lógico es opacado por un objetivo mayor.

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