Las Preguntas

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Los errores a menudo son el camino más largo para llegar al mismo fin.

Esperaba que direccionasen su andar en la ruta correcta. Mirarlos dar vueltas en círculos dejando marcas obvias en el suelo no era digno de alguien que estudió bajo mi techo, mi proyecto. Fue vagamente decepcionante. Sin embargo, mi impresión de los individuos cambió cuando el rumano ideó un plan rápido –y riesgoso– para despistar a mis peones de guerra. Si tan solo hubieran sabido que las cámaras no pueden ser despistadas, que todo era un juego, una prueba para medir sus habilidades antes del gran golpe. Podía dar la orden y enviar a cada hombre y mujer armados a mi disposición hasta la ubicación de los sujetos y terminar la partida, pero no lo hice, no habría diversión en ello. Además, lo que tenía en mente era mucho mejor.

Cada escalón que subían era un escalón más cerca de su revelación final.

Una de las cámaras se encontraba fija sobre Johansen. Él no se había movido ni un centímetro desde que le expliqué su parte del plan, y ahora que la ucraniana y el rumano estaban tan cerca, menos. Había dejado el intercomunicador, así que todo lo que veíamos desde la sala de controles era a un hombre con bata blanca, postura firme y los dedos libres. Era la actitud de un doctor que conocía el cambio que podía producir su trabajo.

No había personal dentro de la sala que no se encontrase expectante a la situación que se avecinaba. Admito que la excitación recorría mi cuerpo, era la primera vez que veríamos algo así. Detrás de mí escuché a algunas personas murmurar teorías sobre posibles finales que pudiese tener el evento que estaba por presenciarse. Los líderes del Ala G-1 no soltaron ninguna palabra, pero estoy seguro que estaban confiados en su trabajo. Por mi parte, las teorías y la confianza no me eran suficientes para llenar las expectativas, es mejor vivir la imaginación a que la imaginación nos nuble. ¿Por qué alegrarse con un pensamiento cuando se lo puede llevar a cabo?

Y es lo que estábamos a punto de averiguar.

***

En algún punto de los intrincados pasillos habían dejado de correr para simplemente caminar. Inconscientemente se habían relajado, pero ¿por qué?

Avanzaron con un silencio poderoso lleno de alaridos muertos. La conversación había cesado abruptamente cuando ella dijo su nombre. Luda. Atanase pensó que la muchacha de cabello plateado, estatura baja y acento extraño se parecía mucho a una Ludmila, nunca conoció a una, así que se imaginó que todas las Ludmilas debía verse similar.

Se preguntó para sí mismo qué podía significar ese nombre y porque sus padres la nombraron así. ¿Habrían llorado por ella cuando nació como todo padre feliz? Los suyos lo habían hecho cuando su hermana llegó al mundo y la llamaron por su nombre por primera vez. ¿Habrían llorado por ella cuando tuvieron que despedirse para que los espías la trajesen a ese lugar? Probablemente fue la última vez que dijeron su nombre en voz alta.

Era una pena, pero Atanase no conocía la verdad total de la historia de su acompañante.

Su razonamiento sobre el nombre de la chica lo llevó a pensar la razón del suyo. ¿Qué podía significar Atanase? ¿Era un nombre bueno, malo, irrelevante?

–Haber algo extraño aquí –el chico creyó haber escuchado mal, pues estaba muy absorto en sus pensamientos.

–¿Algo extraño?

–No hay ruido. No hay pasos. Nadie nos persigue –la voz de la chica se moduló de tal forma que su inseguridad y sospechas fueron claras.

En lugar de sentirse seguros tras esta afirmación, el miedo se empezó a acumular; sus cuerpos fueron un recipiente de tensión y con esta tensión avanzaron, paso a paso, con mucho cuidado. Ya no sabía lo que podría pasar tras el mutismo del ambiente. Se mantuvieron juntos para elevar su seguridad y cada uno atisbaba con concentración a su respectivo lado. De vez en cuando, uno de ellos miraba hacia atrás. Así mismo, de vez en cuando, uno de ellos se adelantaba un poco en cada intersección para echar un vistazo breve por los diferentes caminos.

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