Con los antecedentes que me fueron presentados a la llegada de la chica, ella habría escapado sola en poco tiempo. Pero no lo hizo. No cuando tuvo su oportunidad.
Cualquiera, incluido yo, habría pensado que era una persona que trabaja sola. Por los informes de los instructores supe que no interactuaba con persona alguna dentro de la institución. Se limitaba a seguir las indicaciones presentadas de forma estricta, casi como si tuviera todo calculado. Habría sido un soldado ejemplar. Haciendo una comparación con los informes entregados, el doctor a cargo de los experimentos con ella, determinó un patrón cronológico. Una rutina pre establecida por ella, así que no tenía tiempo para otras personas.
Dentro de esos parámetros, varias personas no dejaron de observarla. Perder a un individuo con sus capacidades no era una opción. Pese a que carecía de una interacción social óptima, era eficiente en el resto de aspectos que buscábamos.
Tomando lo anteriormente dicho, me llevé una gran sorpresa cuando, al mirar las cámaras de seguridad, la vi acompañada de otro sujeto.
Nombre: Atanase A.
Edad: ** años.
El sujeto rumano. Llegó como casi la mayoría. Triste. Abrumado. Sólo. No causó ningún problema en el tiempo que estuvo aquí. Ningún problema hasta hoy.
Aunque los procesos experimentales estaban a cargo de mi buen amigo Stephen Johansen –modestia aparte, el mejor médico que he conocido–, no se consiguió llevar al sujeto rumano al punto que buscábamos. No como el sujeto italiano o los otros.
No desacredito los avances de Stephen, pero era obvio que los procedimientos realizados sobre el individuo se encontraban mal encaminados. La ciencia es una dama de múltiples cortejos. Si algo falla,se analiza, se estudia, se replantea, se reenfoca, se aplica otro método, y sise vuelve a fallar, se repite todo otra vez.
Si se hace una comparación entre ambos, la altura del sujeto rumano se destacaba, eso pese al hecho de que la ucraniana era mayor en edad. Pero fuera de eso, el rumano no tenía nada que lo volviese único. Era un humano promedio, con intelecto promedio y capacidades físicas promedio. Es entendible que haya pasado fuera del radar por tanto tiempo.
Con la vigilancia estricta que se tenía de la ucraniana, revelar los planes que tenía preparados habría sido cuestión de tiempo. El problema era que, por lo que se reflejaba en los resultados de su actividad intelectual, el individuo era lo suficientemente inteligente como para hacer esos planes sin la necesidad de plasmarlos de forma tangible, de esa manera nunca encontraríamos pruebas de ello. Todo estaba en su cabeza. Y esto, sumado al hecho de que dicha planeación se llevó a cabo con un sujeto al que se había descuidado por no destacar considerablemente en nada, provocó que se obviara las cosas que se tenían entre manos.
Sin duda un espécimen interesante. Realmente astuta.
Por un momento se detuvieron en uno de los corredores que llevaban a las habitaciones. Lastimosamente no ordené incorporar micrófonos en todos los lugares. Habría sido perfecto conocer el intercambio de palabras que tuvieron en aquel lugar, después de todo creí que saldría por la puerta principal en la primera oportunidad que tuvieran. Para entonces ya me encontraba instalado mirando todas las pantallas posibles comprendiendo el asunto. Las ansias de ver su reacción ante la sorpresa que había preparado para ellos se agravaban.
Pero esperé.
***
A mitad del camino de su habitación, ambos se separaron. Atonasi fue por su ropa, pero ella no solo iba por eso.
Mientras corría hacía las cuatro paredes blancas que la vieron desarrollar sus habilidades, sujetó con fuerza el objeto que la ayudaría con los obstáculos que aparecieses en el trayecto. Tenía la sospecha que el edificio se encontraba en demasiada calma tomando en cuenta las cosas que habían hecho en su plan de fuga. Ella esperaba que alguien; algún instructor, médico o espía, se plantase enfrente de ella con la esperanza de detenerla en su objetivo. Pero hasta entonces no había pasado. La incertidumbre se plantó en su cabeza como una semilla que germinaría una respuesta.
No perdió el tiempo. Se enfocó en lo que necesitaba; entró en la habitación, tomó su uniforme limpio y se apresuró en ponérselo. Colocó cuidadosamente en sus bolsillos el trabajo que había realizado esa tarde con los acertijos de madera y metal, y junto a estos, el objeto que tenía en la mano. Ahora realmente se sentía preparada para lo que estaba por avecinarse.
Hizo un conteo rápido de las cosas que tenía en los bolsillos y salió de la habitación. Por un segundo se preguntó si la cantidad era la correcta. Es la necesaria, se respondió al instante.
El temporizador de su cabeza continuaba descendiendo. Estaban a tiempo.
De regreso en el corredor, su compañero no tardó en llegar. Una convergencia perfecta.
Al instante de reencontrarse ella notó que la mirada de Atonasi había cambiado. Había vuelto esa mirada de determinación que observó en la pista de correr por la mañana.
No se dijeron palabra alguna. Dejaron que el silencio y sus miradas hablasen por ellos. En ese momento entendieron que el silencio correcto, y las miradas adecuadas, dicen más que el discurso más emotivo.
Tomaron la misma ruta que los llevaría a la puerta principal.
Cuando retomaron el camino sucedieron dos cosas; una que ignoraban, y una que ella había solucionado. La que ella había solucionado era el problema del clima fuera de la instalación. Y la que ignoraban...
Ella había presentido que la calma en el ambiente hacía que el momento fuese tenso. Y no se equivocó. Al girar en uno de los corredores, ella y Atonasi se detuvieron al instante, no por el temor, lo hicieron por precaución mientras el reloj se acercaba a cero.
La semilla tuvo el tiempo de crecer, expandir sus ramas y entregar un único fruto: la respuesta de tanta calma.
La escolta armada de guardias que había frente a los jóvenes tenía todas sus armas apuntándolos. Los cascos tenían incorporado un sistema de radio por el cual podían comunicarse entre ellos y recibir las órdenes con claridad. El resto de su uniforme, un azul tan oscuro que fácilmente podía ser confundido con negro, tenía características tácticas que los protegían casi completamente. Uno de ellos, quizá su líder, bajó su arma hasta ponerla a sus pies y empezó a caminar lentamente hasta los muchachos.
–Tenemos órdenes de capturarlos con vida –dijo el soldado en un rumano casi perfecto–. No hagan nada extraño.
–¿No se enteró? Nosotros no tener habilidades como el chico al que arrojaron por la ventana –la voz sarcástica que usó al pronunciar sus palabras sirvieron como pantalla mientras introducía su mano en uno de los bolsillos de su uniforme.
La tensión en el corredor aumentaba más y más. Los guardias no se inmutaban, se mantenían firmes con sus armas en alto. Los chicos, uno al lado del otro, no bajaban sus miradas de los ojos del guardia líder. Eran prácticamente niños comparados con los hombres y mujeres armados frente a ellos, pero eran inteligentes. En una de las clases de espionaje aprendieron que, mantener un contacto visual inalterable era la pantalla perfecta para hacer maniobras por debajo de ese rango de visión. Si eso no funcionaba, desde la perspectiva ajena solo se vería a dos jóvenes; una chica de baja estatura de cabello plateado sujetando la muñeca de su compañero, mientras su otra mano se encontraba en su bolsillo.
En aquel pasillo, en el que un error por parte de alguno de los bandos podría desencadenar muertes, sucedió algo que los uniformados no tuvieron en mente cuando siguieron la orden de captura de los chicos.
El conteo había llegado a cero.
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Prodigium
Science FictionEn tiempos de la Guerra Fría, un grupo de niños fue elegido para formar parte de un proyecto mayor, algo que podría cambiar el curso de la historia. En medio de ellos, Atanase, un joven rumano entenderá verdades de la vida y el mundo que en su hoga...