Las preguntas llegan a ser parásitos que se alimentan de nuestras suposiciones. No están satisfechas con nada, para ellas no hay conjetura que las sacie. Sólo hay una cosa que llena sus vacíos estómagos y a la vez las mata. Respuestas.
Atanase conocía bien lo que era tener un parásito en su cabeza, después de todo no tenía solo una pregunta sin respuesta, tenía varias, y estaba seguro que al resolver un enigma posiblemente crearía uno nuevo. Esa era la hidra de su mente insegura. Ya había pasado varios días y seguía sin saber qué pasó esa noche en la sala de operaciones, no tenía idea de lo que significaban las cicatrices en sus manos y espalda, y lo principal, desconocía porqué aquel chico sonreía.
Sus días eran incertidumbre que se repetía una y otra vez. En ese ciclo estaba seguro era de tres cosas; a) las noches eran para descansar, algo que debía aprovechar luego de actividades físicas y mentales tan pesadas, b) los lunes tenía, lo que le gustaba llamar, lecciones de espionaje, y c) los viernes repetirían la operación. En teoría las dos últimas eran una cosa de la que no estaba del todo seguro, pero la paranoia de las preguntas hacía que diese por sentado que aquellas cosas se repetirían.
Había cosas de las que se estaba acostumbrando, por ejemplo las raspaduras en sus manos y piernas al momento de escalar la pared en medio de la pista de correr. Ahora las caídas eran menores, y se sentía orgulloso de eso, y más porque en el trascurso de dos días vio nuevamente al chico de la sala de operaciones, más alto que él y seguramente más fuerte.
Lo encontró cuando luego de saltar la pared de escalar, el muchacho lo rebasase por su lado derecho. Atanase lo miró fugazmente y la sonrisa en su rostro era inconfundible. Estaba entre los primeros lugares ese día. Y cuando lo volvió a observar al día siguiente, seguía entre los líderes de la pista. Atanase concluyó para sí mismo, que aquel joven tenía las respuestas que buscaba, después de todo casi nadie mostraba la misma energía y satisfacción en ese lugar. Solo alguien que sabe lo que sucede, y está de acuerdo con el objetivo al que se quiere llegar, se mostraría de esa forma.
Ahora sabía lo que debía hacer, lo que no sabía era cómo lo haría. El lugar era muy estricto. Los jóvenes apenas tenían tiempo para interactuar entre sí en las comidas, y no siempre era suficiente. Podían charlar en los corredores antes de llegar a la actividad en turno, pero no eran el lugar más privado para tratar un tema tan importante.
El muchacho tomó su cuaderno de las lecciones de espionaje, casi no tenía nada escrito –solo había asistido a dos clases, y aún no entendía bien la idea de no decir nada diciendo mucho-, por lo que la usó para idear un plan para hablar con el joven de la sonrisa.
No pensaba que fuese complicado, sin embargo debía ver cada panorama posible; saber dónde estarían los guardias, doctores, agentes e instructores en determinado momento, pero también saber dónde estaría el chico. Debía conocer el sitio indicado para hablar, tener la certeza de que los otros no los interrumpiesen. Sonaba bien, y eso lo calmó. Después de todos los días que había pasado en ese lugar, encontraba la determinación suficiente como para hacer algo nuevo, algo que tuviese valor.
Contra todo pronóstico, el chico planeó cada detalle que su perspectiva permitió, y era consciente de que sacrificó su sueño y descanso físico por una charla de unos cuantos segundos, pero lo haría una y otra y otra vez con tal de matar a los parásitos en su cabeza, aquellos que no lo habían dejado tranquilo desde aquella noche de viernes.
Al día siguiente, cuando no había personas que pudiesen creer que las cosas que haría fueran sospechosas, empezó a ejecutar una primera versión de su plan. La vida evoluciona, las esperanzas evolucionan. Debía tomar en cuenta que su plan podría evolucionar, obligarse a adaptarse a la circunstancia, tal y como él lo hubo hecho en el trascurso de su tiempo en ese edificio. Así fue como pasó su tiempo libre analizando cada parte del edificio por el que caminaba, observando la conducta de los individuos a su alrededor. Comprendió a lo que se refería el instructor de su primer lunes en las lecciones de espionaje con conocer su entorno y saberlo usar a su favor. Él, por ese día, debía ser un espía y debía usar al edificio como su campo de práctica, como su casa. La Casa Sin Muerte.
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Prodigium
Science FictionEn tiempos de la Guerra Fría, un grupo de niños fue elegido para formar parte de un proyecto mayor, algo que podría cambiar el curso de la historia. En medio de ellos, Atanase, un joven rumano entenderá verdades de la vida y el mundo que en su hoga...