Mi espera no fue tan larga tomando en cuenta que las cámaras me permitían observar cada rincón del edificio. A medida que los segundos pasaban, los jefes de seguridad de cada sector del complejo filtraban las imágenes más importantes. Esas eran las que yo observaba.
Aquellos jóvenes se movían presuntuosamente, cada uno por su lado. Se creían dueños del edificio, de sus vidas. Debía demostrarles cuál era la verdad.
Tenía un plan en mente, no obstante, antes de ello, los chicos atravesaron el umbral de las puertas de sus habitaciones.
Creo necesario recalcar el respeto que tenemos por la intimidad personal de cada individuo, motivo por el cual no existe vigilancia dentro de las habitaciones. Con algunas personas del Centro de Observación nos preguntamos cuál sería la razón por la que ellos habrían regresado a sus respectivas estancias, y mientras aguardábamos la respuesta, el equipo táctico ya se encontraba en posición, listos para entrar en acción si así era requerido. Sólo necesitaban mi aprobación.
En la guerra que el mundo está enfrentando actualmente, las muertes ya no son un problema tan grande como lo fueron en las dos anteriores. Los conflictos indirectos son ventajas políticas para aumentar seguidores como si de una secta fascista se tratara. El mundo no lo comprende, pero eso es lo que sucede. Rojos. Americanos. Comunistas. Capitalistas. Todo se resume en sed de poder. El problema es que ya a nadie le importa la sangre que se derrama para conseguir ese poder. Y el problema de la sangre es que persigue a los humanos débiles como hormigas hambrientas al azúcar.
La juventud actual es apresurada, inherente de la necesidad social de tomarse su tiempo para apreciar las relaciones personales que se generan día a día. Las personas no son amigos, o parejas, o familia, son un cúmulo de información. No los recrimino por esta actitud, yo fui así una vez. Sin embargo, fue algo que el tiempo y las circunstancias se encargaron de eliminar. Me consideré joven aun en la adultez, pero me consideré adulto cuando entendí el otro lado de la sociedad. Cuando la esperanza de mi juventud fue apagada.
La demanda de mi alma por la aventura me llevó a lugares exóticos. Lugares que ahora aprecio y odio. Si viajaba a Moscú luego de visitar Londres, la gente discriminaba mi motivación. ¿Por qué me miran así?, pregunté una vez a un hombre cano. Eres espía, respondía con una mirada igual de acusante que la de sus compatriotas. Si viajaba a Nueva York luego de visitar Cuba era igual. La gente no ve caras, sólo ideologías.
En Cuba comprendí eso. La sed de poder y la sangre. La sangre y la culpa acosadora. La culpa y la juventud apresurada.
Las calles llenas de personas, cada una centrada en su vida. El clima cálido hacía sinergia con la melancolía tóxica y alegre del entorno. Aquellos humanos transitaban sin entusiasmo por enlazar su vida con la de otros humanos, intentando en lo posible ignorar las emociones que contagiaba la isla. Ya era suficiente opresión por entonces. No era necesaria la opresión ejercida hacia uno mismo. Yo transité por aquellas calles tal como un extranjero atraído por la cultura ajena lo haría, con entusiasmo por conocer cosas nuevas. Con inocencia suicida. Creí que mi estado emocional se mantendría durante toda la travesía. Resultó que era demasiado crédulo. A los pocos minutos de caminata me di cuenta de la crueldad y carencia de empatía de la humanidad, cuando en medio de la calle la gente pisaba sin reparo ni importancia el cadáver de una mujer. La escena en aquel entonces me resultó enfermiza y decidí moverme a un callejón a vomitar lo poco que había comido en mi estadía. Desagradable fue mi sorpresa cuando en ese callejón se encontraban dos prostitutas charlando, fumaban un cigarrillo despreocupadamente mientras dos de sus compañeras yacían a pocos pasos en estado de rigidez con las entrañas abiertas.
En ese momento no lo tuve claro, pero en una parte de mi ser empezó a crecer la idea de impulsar la paz, una paz a mis términos.
Aquel viaje me dejó un abanico de enseñanzas; los militares de aquella calle sabían de las mujeres fallecidas –y quizá hasta ellos fueron los causantes–, poder y sangre; las dos prostitutas y yo fuimos parte de la misma escena, pero solo yo sentí pena y culpa por esas muertes, sangre y culpa; mi impulso juvenil por conocer nuevos lugares me llevaron a esa culpa, culpa y juventud.

ESTÁS LEYENDO
Prodigium
Fiksyen SainsEn tiempos de la Guerra Fría, un grupo de niños fue elegido para formar parte de un proyecto mayor, algo que podría cambiar el curso de la historia. En medio de ellos, Atanase, un joven rumano entenderá verdades de la vida y el mundo que en su hoga...