Las Muestras

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Era lunes por la tarde cuando Atanase despertó. Por órdenes del Dr. Johansen, se le permitió faltar a las lecciones de espionaje, la operación experimental de esa semana fue mucho más intensa que las anteriores. Los cortes podrían resultar peligrosos si no eran tratados con cuidado, unas horas extras de descanso eran necesarias para curar las heridas.

Colocó las manos en el colchón. Esta vez el mareo fue acompañado con algo de vértigo. El mundo parecía girar sin parar, y cada paso parecía ir metros de distancia. Tal vez así se sentía estar borracho, fue un pensamiento infantil, pero tranquilizador.

Al momento de pasar sus manos por su cara, sintió algo extraño. Fue cuando se fijó en las vendas que traía. Se apresuró a retirarse la ropa y descubrió que tantos sus brazos, pecho y piernas estaban envueltos en una venda blanca. Era una momia incompleta, aprisionada en metros y metros de vendajes. Atrapado como estaba creía que no podía avanzar, pero necesitaba hacerlo.

No se arriesgó a retirarse las vendas, sabía, por algunas manchas rojas, que los cortes no estaban totalmente cicatrizados. Nadie podía sentirse a gusto así, sabiendo que debajo de esos pedazos de tela su piel, carne y huesos podrían estar en descomposición. Se sentía muerto en vida, un zombi cayéndose a pedazos mientras buscaba un cerebro para comer, solo que en su caso, el cerebro que deseaba estaba dentro de la cabeza del chico de la sonrisa, aquel con las respuestas a sus preguntas. Se preguntó si aquel chico estaría dispuesto a ofrecer esas soluciones. Esperaba que así fuera, había pasado por mucho, se merecía unas pocas respuestas.

El guardia de su sección se acercó a la ventanilla de la puerta. Este vio que Atanase ya se encontraba despierto, por lo que abrió la puerta sin previo aviso.

–Creo que deberías vestirte, chico –el guardia tomó el uniforme que Atanase tenía a los pies de su cama y se la arrojó con fuerza–. El doctor quiere tomar algunas muestras.

–¿Muestras? ¿Qué quiere decir eso? –cuestionó Atanase algo cansado de tantas preguntas.

–Ya lo verás –el guardia se marchó dejando detrás de sí la metálica puerta abierta y una risa seca en el aire.

La semi desnudez del chico solo era interrumpida por sus pantalones y las vendas de momia. Aún con esas, el sentido de vergüenza del chico no se hizo esperar, empezó a vestirse como alguien que sabe que ha hecho algo malo y debe salir del lugar. La diferencia era que él no hizo nada malo y no tenía a dónde ir más que a ese mismo sitio.

El silencio cobijó la fría habitación, la calma era tan palpable que daba miedo. El corazón del chico se aceleraba con cada segundo que pasaba, su cabeza le estaba jugando una mala pasada dándole tantas ideas erróneas de lo que podría ser tomar algunas muestras.    

Atanase era recostado en la camilla mientras los doctores lo diseccionaban con él consciente de cada corte. Los doctores estaban empapados en la sangre del chico hasta sus estómagos, claro que esto no impedía que siguiesen rebanando su cuerpo en pedazos tan pequeños que podrían entrar en su boca. Los doctores, dirigidos por el Dr. Johansen, probaban la carne de Atanase, debían comprobar si su sabor era óptimo.

Cuando el joven fue reducido a una cabeza humana en un esqueleto blanquecino, alguien gritó: ¡Cometimos un error! ¡Aún no está en su punto!

Aunque quiso, no pudo parar de vomitar. Su imaginación le jugó una muy mala jugada. Cuando por fin se detuvo, el Dr. Johansen y otros médicos llegaron a la habitación. El chico creía que, después de aquella ocasión en la que su madre descubrió las cobijas mojadas por orina, este era su segundo momento más vergonzoso y triste.

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