El Relámpago

8 0 0
                                    

Desde que una buena porción de sus parásitos mentales murieron, se sintió más seguro de todo. Ya no necesitaba de alguien que lo ayude con sus dudas, él tenía todas las respuestas que necesitaba, sólo necesitaba tiempo para contestar a las mordidas de los parásitos.

En su travesía ya había visto y aprendido más cosas que con su velo de inocencia. Había sufrido experimentaciones, torturas psicológicas. Vio morir personas para que él estuviera a salvo. Niños y adolescentes lo juzgaron mientras se plantaba contra soldados. Fue perseguido y encontrado. Estuvo asustado, pero también fue valiente. Fue un chico común, y después un fantasma. Pero en todo lo que vivió hasta llegar a la pista de correr, nunca estuvo sólo. Tuvo a su familia en mente, y ahora tenía una amiga a su lado.

Una vez colocada la mochila en su espalda, ajustó las correas de la misma. Ahora se sentía preparado para continuar el viaje de su vida. Y con la mirada y sonrisa aprobatoria de Luda, ambos se dispusieron a avanzar.

Cruzaron el campo, aquel que estaba rodeado por la pista de correr, sintiendo el césped en sus zapatos, acompañado de un leve aroma a aire puro. Él no sabía si podía tratarse de aire artificial o si realmente era aire puro, no había pensado en ello ni un solo día que había entrenado en ese lugar. Tal vez era porque se concentraba en dar su siguiente paso, de no lastimarse demasiado en el muro de escalada, o simplemente porque se encontraba inmerso en sus pensamientos; su familia, sus preguntas. A cada paso el olor se volvía más intenso. Llegó a la conclusión de que debía tratarse de aire puro, no era extraño tomando en cuenta que estaban muy cerca de una de las salidas, la misma que él había usado tantas veces, la que saludaba y despedía a todos los chicos de su horario por igual. Los del otro horario entraban y salían del otro extremo.

Ato se entusiasmó al pensar en lo cerca que ahora estaban de escapar definitivamente, sin darse cuenta había acelerado un poco el paso.

–Vamos –dijo a Luda–. Estamos cerca.

La chica detrás de él intentó seguir su ritmo. Mantenía ese rostro lleno de seriedad. Entonces, casi al instante frunció el ceño levemente.

–Huele a ozono –sentenció sin más.

–Es aire puro, estamos cerca de salir –Atanase pronunció estas palabras mientras casi trotaba en reversa, para no darle la espalda a su amiga en esa pequeña charla.

–Hemos usado esa entrada muchas veces. Por allí no es salida.

No se había percatado de ello pese a ser algo obvio. El olor familiar a aire puro lo engañó emocionalmente. En una fracción de segundo, su mente le recordó el camino que siempre tomaba desde su habitación hasta la pista de correr. Ludmila tenía razón. Técnicamente esa ruta no llevaba a ninguna salida directa, sólo los regresaría a un punto medio entre los pasillos de la planta baja donde deberían caminar en dirección a la puerta principal.

–¡Cuidado!

Para cuando el muchacho dio la vuelta para mirar lo que había detrás de él, ya era muy tarde. El choque fue tan fuerte que lo lanzó por los aires unos cuantos metros. Cayó sobre su espalda aplastando la mochila y provocando que el aire escapase de sus pulmones.  

En la salida que estaban a punto de usar aparecieron los cuatros jóvenes con el doctor. En la delantera se encontraba ese muchacho que en la pelea anterior no había hecho nada aparte de caminar.

Trató de incorporarse lentamente, el dolor no le permitía moverse con mayor rapidez. Ya había aprendido con las heridas de los experimentos que más valía ser lento y tomar precauciones con ese tipo de dolores. Miraba borroso pero pudo distinguir el cabello plateado de Luda que se acercaba a él para ayudarlo. Sintió su brazo rodeando su cuerpo. Apoyó su peso en la chica y finalmente se puso en pie.

ProdigiumDonde viven las historias. Descúbrelo ahora