El Encuentro

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Las personas no cambian sus vidas. Normalmente solo la enfocan de diferente forma, pero no la cambian. Los cambios solo ocurren cuando un despertar situacional los guía a elegir entre nuevos caminos.

Desde que se acercó al chico nuevo, su pecho estaba lleno de esperanza. Sabía que estaba cerca de conseguir lo que quería, lo que necesitaba, sólo hacía falta tener aquella conversación con el muchacho. Pensaba que no sería tan difícil, pero todo cambió de un momento a otro. La noche de aquel jueves el silencio y la inquietud colectiva se hicieron presentes en todo el edificio, eso la incluía a ella. Contraria a la vida de la mayoría de personas, ella ya había presenciado eventos igual de desgarradores, aunque esta fue la primera vez que lo hacía dentro de aquel edificio. Ver al joven alto de la pista de correr pasar por su ventana rumbo a su fallecimiento la hizo sentir temerosa, y no se había sentido así en un largo tiempo.

Metió su mano en el bolsillo derecho y sacó aquello que guardaba consigo siempre. No dejaba de presionar el objeto entre sus dedos esperando aliviar un poco la sensación de angustia que ahora tenía.

Esa noche había despertado del sueño inducido por las drogas de la operación experimenta, lo hizo justo a tiempo para que pudiese ver un suicidio frente a sus ventana.

Reflexionó sobre su posición emocional; la pasada, desde antes de llegar a ese lugar, hasta hace pocas horas antes de ver la muerte de ese chico; la presente, llena de incertidumbre y confusión, una batalla interna entre continuar con su odisea personal por escapar, o quedarse con el abrumador sentimiento de descontrol propio. Quería cavilar también en su posición emocional futura, pero se quedó dormida antes de llegar a ese punto. Lo abrumador de sus pensamientos y de la escena no dejó otra opción a su cansada cabeza.

Decidió, al despertar, luego de rascarse la muñeca donde antes estaba su manilla de interna, que seguiría con su rutina diaria hasta que llegase a una resolución clara sobre sus emociones y sobre lo que deseaba hacer con su futuro.

Los minutos se iban normalizando de a poco. Los murmullos sobre la muerte del joven ya no eran tan evidentes como en un inicio. Aquel viernes, después de que todos terminasen de dar su comentario sobre el fallecimiento del día pasado, la novedad de la noticia dejó de ser relevante, y las actividades volvieron a cobrar interés en los demás. ¿Cómo es que la muerte de alguien solo genera crítica y un tema de conversación para mostrarse interesante ante la sociedad? Claro, esto solo aplica cuando no se conoce al difunto, pero ¿y si no era solo en ese caso? Ella pensó que tal vez, y solo tal vez, su madre hizo lo que hizo para tener reflectores sociales sobre ella y así tener algo que comer. Allí va la madre que sufre, pensó, de seguro no ha comido nada por llorar, deberíamos ayudarla.

La alarma indicaba que el día había finalizado y que los jóvenes debían desplazarse a sus respectivas habitaciones. Lo curioso fue que, cuando ella llegó a su habitación, no se recostó en la cama, ni siquiera se sentó en el borde de la misma. No le veía sentido, en pocos minutos llegarían sus médicos con la camilla que la conduciría a una nueva operación.

Descansó, inconsciente, el fin de semana, sedada a más no poder para que la serie de cirugías tuviesen lugar sin problemas. Así fue su cronograma de actividades el resto de días, -incluyendo la experimentación de inicio de semana- hasta que el viernes, en la pista de correr, vio al chico nuevo –que, a esas alturas del tiempo, ya no era tan nuevo, así que tomó nota mental de dejar de llamarlo así para sí misma. De hecho, se le ocurrió algo mejor.

Ya iban algunos minutos corriendo cuando empezó a acelerar su paso, sin esforzarse mucho, solo lo suficiente para alcanzar al joven. Eso equilibraba las cosas; él era menor que ella en edad, así que corría más lento; ella era menor en estatura, así que necesitaba ese impulso extra para colocarse a su lado.

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