Diario de Proyecto
23 de octubre de 1971
Aras S. CEO
La ineptitud de la civilización para controlar sus emociones más primitivas se va haciendo más evidente. Todos están desesperados por una solución ante las amenazas de una guerra directa entre americanos y soviéticos, pero nadie mueve un dedo para encontrarla. Se creen lo suficientemente valiosos como para colocar sus deprimentes vidas en sus sillas reclinables a la espera de un salvador que los auxilie, mientras sus propios compatriotas mueren en las calles por motivos que se pudieron evitar.
Hubo ocasiones en las que creí que todo este programa paramilitar era una pérdida de tiempo, al final la humanidad se aniquilará por su propia mano. Y pensar que poseen un botón para hacerlo, ponía a mis esfuerzos en una posición altamente cuestionable. Sin embargo eso cambió hace unas semanas.
El proyecto alterno que trabajo con los médicos empezó a dar frutos.
Indirectamente la sociedad actual mira al cielo esperando lograr divisar sucesos extraordinarios que cambien el rumbo de sus patéticas y monótonas vidas hundidas en la rutinarias. Imaginar que trabajo para salvar esas miserables almas desdichadas que se martirizan con aspectos tan banales como su físico, o la superioridad racial, intelectual, cultural o política, es otra roca en mi zapato de inconformidades. De hecho, muchos de los médicos encargados, cuando iniciamos este proyecto, me cuestionaban creyendo que era una antítesis de lo que quería lograr, una contradicción propia; velar por la protección de individuos cuya existencia apenas tiene atisbo de valer la pena no sonaba lógico. Y no lo es. Sin embargo, cuando logré explicarles humildemente cómo funcionaba todo esto, y las capas que componían mi sutil plan, muchos se pusieron de mi parte y supieron colaborar enérgicamente por esta visión ahora compartida.
Cuando uno de los instructores que contraté –uno de los tantos mercenarios profesionales- llegó a mi oficina a decirme que el mayor de los chicos italianos había destruido el muro de la pista atlética con solo poner su mano, no lo podía creer, a la vez que lo hacía. Fue la primera señal de que este nuevo rumbo en el programa estaba encaminado en la dirección correcta. La que necesita el mundo.
Tuve una reunión con el resto de altos directivos del proyecto. Se llegó a la conclusión de acelerar las operaciones experimentales, y tomar mayores riesgos en las mismas. Los doctores líderes explicaron que podían hacerlo, y que los peligros a reacciones desafortunadas serían los menores posibles. Ordené empezar ese mismo día.
Las cosas marchaban bien.
Los segundos en el edificio no se pueden desperdiciar. Nunca sabemos en qué momento algún político querrá demostrar su hombría presionando el botón.
Supervisé personalmente las pruebas que se hacían en el sujeto italiano. Los errores no son tolerados. Ni para las creaciones. Sin excepciones.
El sujeto llegaba a quebrarse emocional y físicamente cuando intensificábamos las pruebas de resistencia en su nueva habilidad. El psicólogo encargado de esta fase expuso lo que había detectado en el muchacho. Lo reubiqué temporalmente de su trabajo principal para que conociese al sujeto italiano, no tardó en dar resultados. Dijo, y cito, el desgaste emocional del chico lo vuelven vulnerable a las simulaciones presentadas. El esfuerzo físico y mental que desempeña el sujeto para sortear las pruebas con éxito, lo colocan en un estado de paranoia en la que su realidad es afectada. Las consecuencias a largo plazo pueden hacer creer al sujeto que siempre está en riesgo mortal. Cosa de la que se empieza evidenciar cada vez que se deja caer contenedores de acero sobre su cabeza para reconocer los límites de su fuerza actual. Los gritos constantes en las pruebas no son por el esfuerzo, son por el temor.
El error no fue reubicar al psicólogo del sujeto italiano al Ala G-3 nuevamente, el error fue hacerlo sin tomar en cuenta sus indicaciones.
Los humanos creen que sus vidas son demasiado valiosas como para morir sin antes lograr sus metas. Se la pasan procrastinando sumidos en cavilaciones de un futuro que no construyen mientras se maravillan con logros ajenos y piensan "yo podría hacerlo mejor". Lo único que hacen mejor es rezar por vidas más largas al borde del Armagedón mientras cambian de posición sus cuerpos en sus sofás mal formados.
El sujeto italiano hizo lo mismo. Dejó de lado la visión de constructor y empezó a vivir una vida de procrastinación. O algo similar. Ahora debe tener la satisfacción de que su burla al proyecto salió bien, y podrá llevar ese logro consigo eternamente.
El jueves pasado el sujeto saltó por su ventana.
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Prodigium
Khoa học viễn tưởngEn tiempos de la Guerra Fría, un grupo de niños fue elegido para formar parte de un proyecto mayor, algo que podría cambiar el curso de la historia. En medio de ellos, Atanase, un joven rumano entenderá verdades de la vida y el mundo que en su hoga...