Estábamos a punto de dejar el Centro de Observación. No necesitábamos ver más del espectáculo. La función, para ojos expertos, había finalizado hace mucho. Lo que habíamos mirado después de ello sólo fue glotonería visual.
Levanté el teléfono de la habitación, uno que anteriormente ordené marcar. Del otro lado respondió el soldado superior a cargo de otro equipo.
–A mi señal –declaré– entrena la Sección de Entrenamiento Físico y capturen a los sujetos rumano y ucraniano.
Una a una las personas de la habitación estaban recogiendo sus cosas listas para partir. No podía juzgarlas puesto que expandimos las horas de trabajo por el contratiempo presente por los individuos en fuga. Los últimos en el Centro de Observaciones fuimos los Líderes del Ala G1 y mi persona.
Un cazador no se retira hasta mirar a la presa en la red.
Frente a mí, en las pantallas, Johansen y mis soldados del mañana se encontraban por hacer su último movimiento. Los Jefes tenían a Johansen por el intercomunicador mientras yo al soldado a cargo del equipo de captura por el teléfono. Cada uno mantenía la paciencia desde el otro lado. Las indicaciones de los Jefes de Investigación no se hacían esperar, y Johansen lo sabía. Él las trasmitía con palabras sencillas a los Prodigios.
–Dirigirá las maniobras defensivas –no necesitaba mirar los archivos para saber que hablaba con la portuguesa–. Puedes adelantarte a sus movimientos.
–Cuando ordene, Sr. Aras –decía el soldado en mi oído derecho.
En las pantallas, la ucraniana direccionaba dos de sus proyectiles hacia el alemán. Qué decepción. Si hubiese sido un poco más analítica y calculadora sabría que, con su habilidad eléctrica, podía generar un leve campo electromagnético que lo protegía de ataques a distancia, seguro no habría desperdiciado de esa manera aquellos tiros. Y decir que era una de mis candidatas preferidas por su fuerza y convicción de sobreviviente.
Olvidé mencionar que hasta entonces no habíamos visto de vuelta al rumano. Dimos por sentado desde hace mucho que había fallecido, así que quienes apostaron por su vida se fueron con una deuda de 200 libras. Lo mismo pasó con las personas que apostaron a favor de la ucraniana. Dado que era imposible que ella sola venciese a mis Prodigios, los resultados de las apuestas estaban dichos y marcados en tablas de piedra. El equipo de captura tendría un largo trabajo escavando kilos y kilos de concreto para llegar al cuerpo sin vida del rumano.
–Las redirecciones fueron exitosas –la voz de Johansen sonaba satisfecha–, tal como lo habían predicho.
Resultaba evidente que los Jefes estaban complacidos. Era notable su orgullo con el proyecto alemán. Sin duda lo mejor de lo mejor.
–Ve por la muchacha –dicho lo cual, el español emprendió ruta hasta la ucraniana, quien trataba de priorizar el uso de sus armas (dos las usaba para el español) sin atender al hecho de no hacer nada contra los escudos defensivos del individuo.
La última bala en el aire era utilizada con la esperanza de que el etíope invisible no la atrapase, así que no podía dirigir ese ataque al español.
–Estén alerta –ordené al soldado–. La situación está por finalizar.
Y la victoria finalmente estaba en mis bolsillos.
Eso pensaba.
Cuando el español estuvo a la distancia suficiente, la ucraniana arrancó de su pierna derecha una de las placas que los protegían. En cuestión de segundos fabricó un nuevo proyectil. Lastimosamente la sangre que flotaba junto con la placa impidió que apreciara el proceso con claridad.
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Prodigium
Science-FictionEn tiempos de la Guerra Fría, un grupo de niños fue elegido para formar parte de un proyecto mayor, algo que podría cambiar el curso de la historia. En medio de ellos, Atanase, un joven rumano entenderá verdades de la vida y el mundo que en su hoga...