El Precio

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Contrario a los pensamientos de los otros jóvenes de la instalación, ella no sufría de dolores de cabeza y cansancio mental debido a las actividades intelectuales con los acertijos. La verdad era que se sentía en calma, era su forma de descansar luego de los entrenamientos físicos que tanto odiaba. Sin embargo, había días en los que sí tenía dolores de cabeza y un pesado índice de cansancio mental, pero no era debido a los acertijos. Esos dolores eran producto de las operaciones que poco a poco eran más invasivas.

Ya en su habitación, pensó por un momento sobre tomar una siesta, pero cuando colocó sus manos sobre las cobijas, la extraña sensación de la tela sobre las yemas de sus dedos carentes de piel en casi todas ellas, hicieron que declinase de la idea. En su lugar caminó por cada rincón de su habitación reflexionando el plan de huida.

Luego de un momento caminando y mirando la punta de sus dedos, se dio cuenta que a esas alturas, ya no necesitaba al muchacho de la misma manera que antes. Antes lo necesitaba de forma egoísta, porque al ser el nuevo, tenía más posibilidades de salir y llevar su mensaje. Pero el tiempo había pasado, y esa posibilidad que creyó que Atonasi tenía cuando llegó, se había disipado como un castillo de arena construido a las orillas de una playa con la marea subiendo. Ahora era diferente. Ahora necesitaba a Atonasi para que ambos escapen, ella podía dar el mensaje por su cuenta, con su propia voz y sus propias palabras. Y lo haría. Sí. Así sería, estaba segura de ello.

El fuerte sonido de la puerta metálica chirriando al abrirse la sobresaltó. Estaba muy concentrada dentro de su cabeza que olvidó el mundo exterior, y más importante aún, no se percató del tiempo que había pasado. Cuando estuvo de vuelta en el mundo real, se colocó detrás dela puerta, metió una de sus manos al bolsillo de su pantalón y tomó el objeto que siempre protegía celosamente de los guardias y las personas curiosas. Sin pensarlo lo introdujo en su boca, y con ayuda de sus dedos logró empujarlo hasta tragarlo. Dejó las creaciones que manufacturó con los acertijos en una esquina de la habitación, un punto ciego de la puerta que aprovechó para esconder una parte de su idea.

El plan se había puesto en marcha.

Dentro de su mente la cuenta regresiva comenzó su conteo. 

Fue llevada en la camilla hasta la sala de operaciones tal como dictaba el protocolo. Sus doctores la esperaban con impaciencia. Ella se sentía nerviosa y aliviada a la vez, sabía que esa sería la última vez que aquellas personas experimentarían con su cuerpo. Pensó que los otros jóvenes tenían suerte al ser tratados por otros doctores que no fueran los que estaban en esa sala en ese momento, porque ellos ejercían su profesión en la instalación de forma salvaje e inhumana, casi amoral, y eso la repugnaba.

La rutina dictaba que ella permaneciese recostada desde que los médicos entraban a la sala hasta que salían de la misma, no obstante, esto no impedía que algunas personas presentes la mantuviesen de pie, o sentada en la camilla, recorriendo su cuerpo casi infantil con sus manos en lo que otros médicos preparaban los instrumentos a usar en el procedimiento del día. ¿Cuál era su excusa? Ya está acostumbrada.

Los sujetos de bata y mascarilla dejaron lo que hacían con ella y dieron media vuelta luego de ordenar a la muchacha que se quitase la ropa. En el interior del particular quirófano era obligatorio que los pacientes usasen batas esterilizadas. Cada uno tenía una tarea determinada que debía ejecutar con suma precaución una vez que la joven estuviese bajo efectos de la anestesia y estas la hicieran caer inconsciente como la Bella Durmiente. Esa sería su señal para iniciar el procedimiento.

El reloj mental no paraba de retroceder.

Metió uno de sus dedos dentro de su boca rozando su úvula, y, aunque esto le provocó arcadas, ese no era su propósito. En la desesperación causada por el reflejo de su estómago, esófago, y parte de su boca, recordó una vez cuando alguien en algún lugar remoto de sus viajes le dio un consejo: usar dos dedos lo hace eficaz y veloz. Sin perder más tiempo, metió dos dedos, alcanzando su úvula a la perfección.

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