Capítulo 4

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Admiré la casa y es justamente como quería que quedase. Madera color cerezo, la entrada contaba con vidrieras y por la parte de atrás había un gran ventanal. Por dentro era relajadora y refrescante, el olor a madera intenso pero tolerable. Los muebles comprados hechos de cuero reposaban en la sala con junto a las demás cosas necesarias, televisión, mesitas, adornos recomendados por Meredith además de los que ya tenían en la otra casa antigua. 

Un acabado el cual me gustaba.

 Edgar y Meredith se acercaban con Astrid en brazos. 

—Bueno, ya la casa cuenta con sus respectivas cosas y comodidades, ojalá que les sea de su agrado —a juzgar por sus rostros, estaban impresionados al mirarla y perderse en lo elegante y grande. También conservaba lo moderno en este siglo.

—Es impresionante, no hay palabras para describir todo esto —Meredith comentó emocionada, era buena señal—. Esto que has hecho por nosotros, me tiene muda y no sabes lo agradecidos que somos.

—Mi esposa tiene razón, estamos agradecidos y honrados de que nos hayas ayudado con todo esto.

—Solo quiero hacerlos feliz, ustedes trajeron a la vida a Astrid y eso no se paga con una simple casa, no hay manera de cómo pagar que trajeran a mi mate al mundo.

—Astrid es afortunada de tenerte.

Sonreí alargadamente.

Astrid estaba en los brazos de su mamá, había crecido estos últimos dos meses que han pasado. Mi pequeña cumplía cinco meses, estaba más curiosa y activa cada vez que transcurrían las semanas. Su metabolismo estaba yendo más avanzado que el de cualquier niño humano, sus dientes habían salido, arriba, abajo y sus muelas habían brotado la semana pasada. Algo agobiante por la fiebre que tuvo toda una noche seguida. 

Tal vez no hay duda de que al crecer su loba aparezca en cuestión de tiempo o pueda ser de esas humanas con habilidades diferentes por su genética. Su cabello era más abundante, su rostro estaba cambiando y su contextura era regordete, le gustaba que apretujaran sus redondas mejillas. 

Se alzó a mí para cargarla, aún no me acostumbraba tomarla sin dejar esos pensamientos en que se caería y se lastimaría. Su caprichosa actitud venció mis miedos y la cargué para que dejara de chillar, quedándose tranquila al instante. 

—Ya no veo la hora en que crezcas —le susurré al oído. Su cabeza cayó en mi hombro, escondiendo su rostro en mi cuello. Meredith presenciaba la escena con ojos críticos y no muy a gusto de mi cercanía con Astrid. 

—Serán muy unidos cuando crezca, por ahora sé que tu lobo se mantendrá alejado y lo prefiero así, temo que pueda pasar algo malo si está muy cerca de la bebé —su comentario me sacó de lugar, porqué suponía esa clase de cosas, ella no conocía a Henry. 

—¿Qué quiere decir con eso? Henry jamás se metería con una bebé y muchos menos sabiendo que se trata de su Luna. 

—Sé cómo suelen actuar cuando...

—¿Cuando qué? —su tono parecía extraño al habitual.

—No, mejor olvídalo. Yo y mis locuras, solo quiero proteger a mi pequeña.

No trate de meterse en temas que sabe ni le incumbe. 

Aún no me cabía en la cabeza su manera de desconfiar de Henry, no ha dado ningún señal de querer atacarlos. Jamás dañaría a Astrid, podía ser un lobo con mayor fuerza y grandes garras, pero por alguna razón mi título de Alfa estaba intacto por no solamente mis habilidades, también por mi autocontrol mayor que el de cualquier lobo. La luna roja podía ser una enemiga para el control, sin embargo puedo dominar a Henry desde hace tiempo y es parte de mi trabajo para guiar a mi manada, enseñar autocontrol. Edgar a pesar de ser un padre protector, se mantenía al margen de la situación y me agradaba mucho más. Tal vez porque comprendía. 

TUYA. (COMPLETA)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora