ASTRID.
10 de diciembre de 2018.
Miré mi reflejo en el espejo de mi habitación, este mostraba todo mi cuerpo y haciéndome ver mis imperfecciones. Aunque no me quejaba, lo amaba así como era al igual que mi rostro, sabía de mis virtudes a pesar de todo y eso era lo que importaba. Tengo inseguridades, pero no son obstáculos recurrentes que se aparecen en mi mente todo el tiempo, prefiero retenerlos y no caer en algo sin importancia.
Además, me parecía mucho a mamá y ella era la mujer más bellísima, una belleza única y dispuesta a atraer miradas al pasar. Mis padres sin duda eran los mejores, andaban por la vida demostrando cuanto amor desprendían el uno por el otro, dejando en claro lo mucho que se aman y enseñándome a mí lo bueno que es vivir con gente que te aprecia de verdad por tu forma de ser.
Y mi mundo, bueno, se podría decir que no es uno muy normal y a juzgar todo lo que me rodea, nadie se lo imaginaría. Un mundo sobrenatural.
Me crié con especies distintas a la mía, vampiros, lobos y algunas brujas. Yo era una de las pocas humanas en el pueblo en el que vivía, además de mi madre y otras dos chicas más, ellas siendo parejas de hombres lobos. Como lo es mi padre, loco pero cierto.
A los vampiros prefería mantenerlos alejados ya que mi sangre para ellos es muy enigmática, los las brujas tenían su propio círculo entre ellas mismas así que más nadie invadía en su pequeño aquelarre, los lobos a mamá no le gustaba que conviviera con ellos y los demás vivían su día a día trabajando en el pueblo o fuera de él como personas normales —excepto los vampiros, ellos formaban parte del ejército como guardias—, hasta los psíquicos hacían cosas cotidianas para una persona.
Tener amigos no entraba en mi lista de posibilidades, mis padres eran sobreprotectores y no me dejaban salir a menudo a menos para regar nuestro jardín, ir por fruta a la tienda de mi padre o salir al lago junto a ellos en una tarde de merienda. Ni siquiera estudiaba en una escuela normal, tenía profesores en casa, ellos vivían temiéndole al mundo allá afuera y era algo que tenía que soportar al ser mis progenitores, a veces las ganas de salir me consumían y descubrir lo que existía allá afuera. Luego recordaba que dos guardias vigilan la casa como dos estatuas, quienes nos acompañan hasta para ir a la vuelta lo cual me frustra.
Tus padres solo te protegen.
Esa voz de nuevo en mi cabeza. ¿Cuándo parará?
Sé más agradecida.
Soy agradecida, pero a veces...
No hay excusas.
Ruedo los ojos a lo intrépida y esa rara manía que tiene mi mente de responderme no sé cómo
En fin, otras de las cosas del porqué no tengo amigos, de cierto modo sentía que temían acercarse a mí. Tal vez eran suposiciones mías, no entendía muy bien, nadie me explicaba a detalle lo que quería saber y es como si mi vida estuviese oculta bajo una casa de cristal. Mi intención no es quejarme de la suerte que tengo, pero muchas veces quería salir corriendo en busca de lo que me hiciera más feliz al descubrirme a mí misma y dejar de ser la chica a la que todos le huyen y la protegen como si fuese una bebé.
Al bajar para desayunar y ponerme al día con las tareas que la señora Rose tenía para mí, me topé con la armonía que desprendía mi madre al moverse por la música en el estéreo. Sus caderas se movían al compás de los sonidos, mientras sus manos se alzaban al aire y daban sonoros aplausos. Alguien se había levantado con mucho humor del bueno.
Sonreí viéndola así de feliz como todas las mañanas.
—Buenos días mamá, hoy amaneciste de buenas por lo que veo —dije distrayéndole y ella seguía moviéndose.
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TUYA. (COMPLETA)
WerewolfÉl, un hombre lobo en busca de su mate. Sintiendo que su mundo acabaría. Ella, una chica humana, su vida diaria fuera de lo normal. Lobos, vampiros, brujas, brujos. ¿Qué más podía tener en esta vida? ¿Acaso conoces la verdadera historia de los mate...