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Me levanté de la cama y me serví una taza de café con leche. Caminé hasta el librero y saqué de la orilla izquierda el sobre amarillo que estaba en el último espacio en toda la hilera de libros. Caminé de nuevo hasta la mesa y lo dejé ahí, indecisa de mi siguiente acción. Me le quedé mirando un buen rato, ¿qué tanto daño podía causarme mirar su rostro en aquellas fotografías? Sabía que desde que se las mostré a Noah, no las había vuelto a sacar porque cada vez que me acordaba siquiera de Grayson, el corazón latía con dolor, pero, pensarlo lejos me hacía tener la necesidad de sentirlo cerca, aunque sea en fotografías.

Rocé con las yemas de mis dedos el borde del sobre y vacilé con el cordón rojo que lo mantenía cerrado. Quería verlo… pero el timbre sonó. Alguien llamaba a mi puerta, de seguro era Noah. Tomé el sobre y lo puse encima de una silla y luego agarré una frazada azul y me envolví con ella. Me apenaba un poco que la gente me viera en pijama. Pero entonces me acordé de Grayson, aquella vez que había llegado al departamento de Bri y me había visto en el mismo pijama que ahora traía puesta, ignoré la punzada de dolor en el corazón y corrí escaleras abajo para abrir la puerta.

—Noah, hola. – Dije al verlo.

—Veo que está a salvo, ¿no chocaste anoche? – Bromeó, mirando su camioneta.

Me reí.

—Pasa. – Abrí más la puerta y lo dejé entrar.

Fue detrás de mí en las escaleras hasta que llegamos a la segunda planta, donde era mi casa.

—¿Te acabas de despertar? – Preguntó.

—Quizá.

Se rió y luego miró el sobre amarillo sobre la silla, en su mirada había un destello enigmático. La misma mirada que había puesto la primera vez que le mostré el contenido de aquel sobre.

—Noah, ¿gustas chocolate caliente?

—¿Eh? – Me miró. —Sí, claro. – Me sonrió.

—Sírvete, mientras voy a cambiarme. – Dije, ignorando esas miradas misteriosas de Noah. Seguro sólo se acordó de lo que había en él, nada más.

Me fui a mi habitación y me vestí casual, a fin de cuentas no importaba mucho la ropa que usará.
Salí y vi a Noah sentado a la mesa, tomando de su taza de chocolate.

—¿Lista? – Me preguntó, poniendo la taza a lado del sobre amarillo, sobre la mesa.

—Lista. – Le sonreí y me dirigí hasta él, tomé el sobre… ¿Qué no lo había dejado sobre una silla? Suspiré, a lo mejor ya me estaba volviendo loca. Coloqué el sobre en su sitio de antes, hasta el final de todos los libros que nunca abría y luego me giré hacía Noah.

—Vámonos. – Le sonreí, de nuevo.

Fuimos hasta un nuevo laboratorio de fotografías que Noah había descubierto hace un par de días, estaba más cerca de mi casa y por lo tanto no tardamos mucho en llegar. Cuando revelamos todas nuestras fotografías, apartamos las mejores y luego, rumbo a la agencia de publicidad en donde se encontraba aquella persona de la revista, nos dirigimos.

—¿Ya estás mejor? – Me preguntó Noah, dejando las bromas infantiles con las que íbamos divirtiéndonos todo el camino.

Suspiré. Él tampoco había olvidado lo sucedido ayer.

—Se fue. – Musité, bajando la mirada.

—¿Cómo que se fue? – Dijo, sin comprender.

—Ya no vive en Italia, ya no está con Bri.

—¿Y tú cómo sabes?

—Vale me contó, o mejor dicho, le supliqué que me contara. – Levanté la mirada. —Él se fue.

—¿A dónde iría?

—A Japón, quizá. – Me encogí de hombros, aparentando indiferencia al dolor interno.

—¿Japón? ¿Tan lejos?

—No estoy muy segura si se fue para allá. Lo que sí sé es que se fue para alejarse de Bri, de Europa, de… mí.

—Borrón y cuenta nueva. – Me sonrió.
—Tienes que seguir adelante, el pasado es el pasado y no podemos hacerlo parte de nuestro presente. A menos de que nos convenga o nos traiga un beneficio, mientras no, déjalo atrás.

Le regalé una sonrisa. Así era Noah, un bruto de sentimientos pero con razón. Pero aunque la tuviera, yo no podía deshacerme tan fácil de todos esos recuerdos, ni abandonar el amor que aun sentía por Grayson, era imposible ignorar la intensidad de este sentimiento. Y aún cuando quisiera, no podía, no tenía fuerzas para lograrlo.

—Acá es. – Dijo Noah, estacionando la camioneta frente a un edificio futurista que abarcaba un enorme espacio en la calle, tuve que estirar el cuello para alcanzar a ver su altura a través de la ventanilla de la camioneta.

—Es inmenso. – Dije, asombrada.

Noah bajó y también lo hice yo, mirando la fachada de aquel edificio pintado de color salmón. Con fuentes y jardines en el exterior. Me pareció algún estudio de Disney, sólo que más moderno.

—Vamos, no queremos llegar tarde. – Noah me arrastró hacía el interior, en donde la suela de mis converse rechinaron sobre el piso recién encerado.

Nos acercamos a la recepcionista, quien con una sonrisa amable nos dio las buenas tardes.

—Hola, tenemos una cita con la señorita González, es para las fotos de Calvin Klein del martes. – Dijo Noah, con todo ese profesionalismo que usaba en el trabajo.

—Oh, claro. – Dijo la señorita. —Por ese pasillo, en la tercera puerta. –Señaló a su derecha.

—Gracias. – Sonrió Noah y me hizo seguirlo hasta donde nos habían mandado.

Al ver los cuadros en la pared y las placas en las distintas puertas, me percaté de que este no era sólo un lugar en donde se editaba la revista más vendida de la ciudad, sino que, había muchas más personas dedicadas al arte en distintos aspectos.

Paré cuando Noah también lo hizo. La secretaria que se encontraba afuera de la tercera puerta acomodaba unos papeles en un folder.

—Hola, tenemos una cita con la señora González. – Informó Noah y la pelirroja, Roxana, según decía su gafete de identificación, lo miró.

—¿Son las fotos del desfile Calvin Klein? – Preguntó.

—Sí.

—Oh, tomen asiento, en seguida los atiende. – Nos invitó a acomodarnos en el sillón de cuero negro que se recargaba sobre la pared paralela.

—Gracias. – Dijo Noah.

Nos fuimos a sentar y oí cómo el cuero rechinó cuando dejamos caer nuestro peso. Noah miraba hacía el otro pasillo, que cruzaba perpendicular con el que estábamos nosotros. Miraba tanto que me hizo preguntar.

—¿A quién buscas? – Bromeé.

—¿Eh? – Me miró. —A nadie, espera un segundo, enseguida vuelvo. Si nos llaman, métete sin mí. – Me dijo y se paró del sofá, tomando entre sus manos una carpeta azul que sacó de su valija y caminando hasta donde tanto miraba para perderse luego de mi vista.

Noah a veces podría llegar a ser muy extraño.

Suspiré, hundida en el cuero negro del sofá, aburrida. Mi mente no dejaba de rondar en torno al país lejano.

Observé a Roxana musitar algo en el teléfono y luego lo colgó. Me miró.

—Pasa. – Me sonrió.

¿A dónde había ido Noah? Suspiré de nuevo y tomé las fotografías que estaban a mi lado, luego me encaminé hasta la oficina de la señora González, la editora.

Abrí la puerta con algo de recelo, repentinamente sin Noah no me sentía muy segura de algo que ya había hecho centenar de veces.

MANUAL DE LO PROHIBIDO ➳ gd   Donde viven las historias. Descúbrelo ahora