-¡Rápido, rápido! ¡Lo perdemos! –
-¡Traigan las paletas! –
-¡Muévanse! ¡Cárgalas a 180! –
Sentí mi cuerpo más pesado y como el aire dejaba de entrar a mis pulmones. Una fuerte corriente eléctrica atravesó mi pecho.
Samuel.
-¡Estabilícenlo! –
-¡Cárgalas a 200! –
Samuel.
Abrí mis ojos de golpe y pude verme a mí mismo sobre la camilla, había enfermeras y médicos a mí alrededor, estos ponían las paleras de resucitación en mi pecho.
Esas eran las corrientes eléctricas.
Samuel
Di la vuelta buscando su voz, la reconocía, a pesar de que hacía años no la escuchaba. Entonces la vi, parada al otro extremo de la habitación, llevaba un ligero y largo vestido blanco que relucía más su blanca piel y contrastaba con su cabello y ojos.
-Mamá –
-Vuelve Samuel, ellos te necesitan –
-No, nadie me necesita –
-Samuel... Amor, nada de esto es tu culpa... Guillermo te necesita... Álvaro te necesita –
-No, ellos están mejor sin mí –
-Tú padre te necesita... Yo necesito que los cuides –
-Mamá –
-Siempre cuidare de ti, amor. Pero por cualquier cosa, te deje un pequeño ángel en la tierra que te cuida –
-Guillermo –
-Guillermo –
-¡Guillermo! –Grité y sentí mi garganta desgarrarse.
-Volvió, volvió –
-La presión está bajando y el ritmo cardiaco se ha normalizado.
-nos diste un buen susto, chico –
Yo sólo volteaba la cabeza a ambos lados, buscando, buscándolo. Mis ojos comenzaron a pesarme, aún veía todo borroso y sentía un inmenso dolor en el pecho. Las figuras de los médicos y las enfermeras se fueron desfigurando y pronto todo se volvió negro.
.
.
.
-¿Samuel? ¿Samuel? –
-Ah – Me queje mientras abría los ojos despacio.
La luz choco de lleno en mi rostro obligándome a cerrar los ojos nuevamente, apenas sentía mi cuerpo, tenía las piernas entumecidas y los brazos dormidos.
-¿Samuel, estás bien? –
-¿Álvaro? –Murmuré.
-Samuel – Dijo mientras apretaba mi mano con la suya – No sabes el susto que nos has dado –
-Ya cálmate no... Fue nada –Dije entrecortado mientras intentaba respirar.
Ya no tenía la máscara de oxígeno, sólo un pequeño tubo que llevaba aire por mis fosas nasales.
-¿No fue nada? Samuel ¿Sabes qué día es hoy? –Murmuro volviéndose a sentar en la silla que se encontraba al lado de mi cama.
-¿Dos de enero? –
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