...Dicen que cuando uno está en coma, se encuentra perdido en su propia mente...
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Samuel... Samuel
Sentí el frio recorrer mi cuerpo, me encontraba en un lugar oscuro y muy frio, en medio de la nada.
Camine despacio intentando buscar la salida, mis pies descalzos temblaban por el frio de ese suelo oscuro y llegue a un enorme espejo de cuerpo entero. Observe mi reflejo, estaba descalzo, llevaba un pantalón blanco y una camisa del mismo color, dobladas hasta mis codos ¿Por qué llevaba está ropa?
Samuel
Apoye mi mano en el espejo y ya no era mi reflejo o por lo menos no el de ahora, era un pequeño niño, tenía el cabello despeinado, una inocente sonrisa, mis ojos tenían un brillo especial y mis mejillas estaban sonrojadas, tendría cerca de seis años. Estiró su mano y la apoyo contra la mía.
Yo era feliz.
El espejo se partió en mil pedazos clavándose en mi piel, cerré mis ojos sintiendo el ardor en mis brazos al clavarse los vidrios y sobre mi cayeron varias plumas blancas que al tocar el suelo se manchaban con sangre.
Samuel
Camine despacio clavando los pedazos de espejos rotos en mis pies y sintiendo la sangre resbalar por mis brazos, las plumas seguían cayendo, sentía tanto frio, la oscuridad era absoluta y sólo podía escuchar las gotas de mi sangre tocar el suelo.
Levante la vista despacio y allí lo vi, era Guillermo, mi niño, parado en medio de la oscuridad, estaba distinto, descalzo, llevaba un traje blanco al igual que yo.
-Guillermo – Lo llame.
Él levanto la vista y se sorprendió al reconocerme.
-Viniste – Susurre y él se fue acercando a mí.
Lo observe detenidamente y pude ver los hilos de sangre correr por sus brazos.
-Samuel – Murmuro.
Unos escasos metros nos separaban, cuando al fin lo tuve cerca, frente a mí, levanto su mano intentando tocarme pero una pared de vidrio nos separaba, apoye mi mano sobre la suya y sentí el frio cristal en la palma de mi mano.
-Guillermo –Volví a llamarlo -¡Guillermo! –Grité mientras lo veía desaparecer.
-¡Samuel! ¡Samuel! –Gritó y ya no pude verlo.
Quería verlo, tenerle conmigo, pero el maldito vidrio nos separaba, golpee el vidrio con mis manos, una diez, cien veces pero este no se rompía, observe mis manos y estaban llenas de sangre al igual que el vidrio, pero este estaba intacto como si no lo hubiera tocado.
Samuel.
Lo escuche tan cerca.
-¿Guillermo? ¿Guillermo? –Grite mientras observaba a todos lados pero no veía nada, sólo oscuridad.
Samuel, Samuel... Despierta, despierta mi amor.
Volví a escucharlo, era como si lo tuviera a mi lado, sentía hasta su respiración en mi cuello, sus manos en mi pecho, su voz en mi oído.
Samuel, despierta.
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-¡Guillermo! –Grité levantándome de pronto.
Respire profundo mientras sentía las finas gotas de sudor correr por mi frente, mi pecho subía y bajaba y me encontraba acostado en mi cama, en mi habitación.
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