Día Tres. Tom & Kendall

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Odio los jueves, y los viernes… todos los días de la semana, pero los jueves eran mi tortura, ese jodido día en este lugar de mierda era el elegido para que todos los alegres pacientes interactuaran entre sí, ¿Y en dónde? En el jardín.

Ni siquiera sé qué hora era cuando Martha fue a buscarme, mi querida Martha era mi enfermera en turno, era… pasable, a pesar de que odio a todas las enfermeras de aquí ella era pasable y por esto quiero decir que la toleraba, un 0.1% más que a los demás.

Caminamos a través del pasillo encontrándonos a uno que otro retrasado en el camino, ella iba contando algo que me di el placer de ignorar, era demasiado parlanchina, de esas que te sacan de quicio y deseas matar.

Pasamos por la sala, que por cierto estaba vacía, atravesamos la puerta que daba al jardín donde todos los locos estaban, uno por aquí otro por allá.

—Nikky, tú quédate aquí e intenta socializar, ¿vale?

Me limité a asentir con la cabeza, Nikky, me llamó Nicole desorientada de mierda, se alejó de mí no sin antes darme una sonrisa alentadora, odiaba esas sonrisas.

Me quedé parada observando a mí alrededor en busca de quién joder.

Vi una persona, más bien un par de personas con las que siempre me gustaba pasar el rato en los putos jueves.

Tom y Kendall. Los gemelos más idiotas del lugar.

Aunque divertidos.

Me acerqué a ellos, en medio de esos dos estaba una chica que se veía asustada hasta la médula, creo que era Amber, esa chica era el único juguete particular de esos dos. Jugaban con ella de todas las formas existentes y sí, sexuales.

No sé porque no le echaban bronca a esos imbéciles y a mí sí.

Que injusta es la vida.

Quedé en frente de ellos e inmediatamente dejaron de tocarla, ambos dirigieron su mirada hacia mí y sonrieron.

—Nicole, que alegría verte de nuevo— me encanta la alegría fingida de Kendall.

— ¿Ya viste a la muñequita de allí?, se llama Alice Montgomery, desorden de personalidad, la pobre termino aquí por herir a su madre con un cuchillo de carnicero cuando era Emma— me informó Tom entre risas, ese chico se sabía de todas en este lugar, el típico cotilla que se enredaba con la secretaria de la directora para obtener información.

—Esa pequeña puta me arruinó algo fenomenal con Franky— me crucé de brazos y miré a Amber, indicándole con la mirada que se fuera, lo hizo sin rechistar, ocupé su lugar al momento.

Ambos se voltearon hacia mí expectantes, ellos sabían que desde que llegué al lugar quería enrollarme con el pequeño ausente.

Maldita seas Norma.

—Cuéntanos, ¿qué hiciste mujerzuela?— Kendall como siempre tan chismoso.

—Le chupé el pene a Frank, todo iba de maravilla pero la Gorma entró, gracias a que esa piruja le avisó—

—Esa maldita Gorma siempre te está arruinando todo, tendremos que empezar a arruinarle sus encuentros furtivos con el conserje—  ¿Qué dijo? Kendall y yo volteamos con los ojos como platos ante esa declaración.

— ¿Gorma y el señor Stuart?— pregunté atónica, bueno no era mucha sorpresa, uno de los muchos cotilleos que se sabían era ese… pero vamos, es el señor Stuart, para ser un cuarentón estaba en  forma y no era nada feo a la vista.

Este lugar vuelve estúpido y loco a cualquiera.

Tom solo se limitaba a asentir, sabía por excelencia que ellos me harían cualquier favor después de todo lo que les he hecho. Así que tomaría ventaja de eso.

— ¿Verdad que ustedes harían lo que sea por mí?— pregunté haciéndome la mustia, ellos fijaron su vista en mí y levantaron la ceja, maldita sincronización gemela. Ya sabían a lo que iba.

Lo que les interesaba era la recompensa.

—Ya sabes que sí, Nicole, ¿qué quieres que hagamos?— mi querido y dulce Tom, con ese chico había tenido un montón de diversión.

—Quiero que le arruinen absolutamente todo a Gorma y de paso a la puta de Alice—

—Con Gorma lo tenemos claro pero Alice…. No sabemos que la puede herir, esa chica está tonta— comentó Kendall, miré a Tom que estaba pensativo, fijo sus ojos en mí y así se quedó un momento. Empezó a hablar sin quitarme la mirada.

—Sé que ese osito representa algo para ella, se lo quitamos y ya está— se encogió de un hombro, lo que decía sonaba fácil, ¿cómo mierda se lo quitarían? La chica no lo soltaba ni a sol ni sombra.

A menos que usaran la fuerza y entre los dos sí que podían hacerlo… si una enfermera los veía se les iba a armar la gorda y no precisamente Norma.

—No le maquines tanto, resolveremos eso— escuché a Tom sacándome de mi enredo de pensamientos. Mire a cada uno de mis malvados amigos y encontré solo decisión. Les sonreí, ellos lo harían, quién sabe como pero lo harían.

—Más sin embargo queremos una muy linda y rusa recompensa— como siempre Kendall y sus recompensas.

—La tendrán, ya lo saben— me puso de pie y les di a ambos un corto beso en los labios.

Me fui de allí, mucho aire libre por hoy.

Fueron horas, o tal vez minutos, sin un reloj que marcara la hora todo se me hacía eterno.

Me encontraba jugando lo mismo de siempre, el techo era limpio y sin emoción, blanco, sin nada que transmitir, justo como yo.

No esperaba visitas, de hecho añoraba que nadie fuera buscarme, no había visto a Frank desde ese día, Lilly entre balbuceos me dijo que lo cambiaron de habitación, puta Norma, espero que los gemelos hagan un excelente trabajo con ella y con Alice.

Luego de despedirme de ellos, casi al llegar al pasillo donde estaba mi habitación la vi jugando con Rachel en la sala y otras dos más, ella sostenía su osito.

Adiós Teddy.

Pasé de largo y antes de abrir la puerta me fije en la antigua habitación de Frank, descubriría donde lo reacomodaron, no se iba a quedar a medias aquella ocasión, nope, para nada.

Tengo que saber dónde está, pero no hoy, hoy solo quería estar acostada y ya, no hacer nada que requiriera esfuerzo y pensar sí que lo hacía.

Antes cuando quería olvidarme del mundo me escondía en un sótano, recuerdo que él se enojaba cuando lo hacía, siempre me encontraba y me soltaba la misma palabrería.

Te escondes cuando más te necesito.

Me llevaba a rastras, bueno, eso eran los primeros días, el ser humano se acostumbra a todo excepto a no comer, pensé que yo nunca me adaptaría al hecho de sus excesivas muestras de necesidad pero así fue, me acostumbré a todo.

Sus rudas caricias.

Sus besos bruscos.

Como me ofertaba.

Algo de lo que nunca me quejaré era el cómo me trataba, a pesar de todo no me desatendía, me quería limpia y maquillada, me compraba las mejores prendas y los clientes eran cuidadosos conmigo bajo su amenaza.

Todo era tranquilo y de color de rosa excepto cuando se enojaba.

Era el infierno en la tierra, los castigos, los golpes, las palabras, los jaloneos, siempre salía despavorida a esconderme y rogaba a todos los santos que no conocía que él no me encontrara hasta que se le pasara el malestar.

Y como costumbre, los ruegos no eran escuchados.

Diario de Una Paciente de Psiquiatría.  ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora