Capítulo dieciocho

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La tarde había llegado y el sol se había ocultado ya en algún punto del cielo cuando volvimos al departamento. Había sido increíble haber pasado todo un día con Karma, cuando no estaba en mis planes. Me sentía un poco mal por haber utilizado a Hiroto en varias ocasiones para sacarle ese rostro adusto y un ceño fruncido a Karma, pero más allá de la remota culpa, se sentía bien.

— ¡Uff! Fue un día magnífico el de hoy—dijo Hiroto riendo complacido.

—Lo fue—concordé—. Gracias, Hiro—besé su mejilla ligeramente coloreada por una bella pincelada rosa y crucé los dedos por que el ceño fruncido de Karma apareciera de nuevo en su bello rostro. Le miré por la colilla del ojo cuando me alejé de Hiroto y lo vi con las manos en sus bolsillos mientras mantenía la mirada baja, como si quisiera evitar ver. La fierecilla se decepcionó—. Nos vemos luego.

—Hasta luego, príncipesa—rió tímido y con algo de diversión, luego dió la vuelta y se introdujo al departamento de su tía.

Miré a Karma quien ahora esbozaba una linda sonrisa, ¿no le había afectado en nada mi patético intento por ponerlo celoso?

—Qué grosero es Hiroto, no se despidió de mí—dijo, pero mantenía aun esa sonrisa.

—Es un poco despistado, no te lo tomes a mal—sonreí. Abrí la puerta y él me siguió.

—Son las seis treinta de la tarde, ¿qué quieres hacer?

—Estuve caminando casi todo el día por la plaza, no creo que me queden ánimos de hacer algo más—musité, aventándome al sofá y dejando la rosa roja sobre la mesa de centro.

— ¿Quieres jugar cartas? —sugirió al sentarse a mi lado.

—No, siempre me ganas—hice mohín y el rió por lo bajo.

—Bueno, que tal... ¿ver una película?

—Ya vi todas las que Akari tiene, y me da pereza ir hasta el video club a rentar una. Lo siento—explique.

—Está bien, ¿por qué no jugamos a las diez preguntas? —insistió.

—Bueno creo que eso puedo hacerlo sentado aquí—reí y me crucé las piernas sobre el sillón, acomodándome para quedar cara a cara con Karma.

—Está bien, comienza tú—me dijo.

—Me dijiste que te gustaba la música. ¿Alguna vez has escrito una canción?

—Sí, tengo algunas letras, pero no son tan buenas—sonrió y bajó la mirada.

—Estoy seguro de que son geniales—lo animé.

—Siguiente pregunta—rió.

— ¿Algún día me ensañarás una?

Me miró y rió de nuevo por mi insistencia.

—Está bien, algún día—prometió.

—Bien. Veamos...—pensé— ¿tu punto más cosquilloso?

—Emm... el cuello—respondió como quien no quiere decirlo.

— ¿Qué hay de tu futuro? —pregunté, meramente curioso y él sólo se encogió de hombros.

—Pues sólo estoy seguro de una cosa. No seré administrador como Gakushū—rió—. A lo mejor, y quizá, compositor.

— ¿Compositor? ¡Dios, eso sería fenomenal!

—Gracias.

— ¿De qué hablan las canciones que escribes?

—De la vida, de mí, del amor...—se encogió de hombros de nuevo.

La fierecilla se removió y me animó a preguntar:

— ¿Alguna vez le escribiste alguna a Akari? —inquirí temeroso por la respuesta, porque la fierecilla no sólo era terca, también era sensible.

Se quedó serio por un segundo, con un semblante duro e inexpresivo. La fierecilla se removió curiosa, inquieta e impaciente.

—Me da pena admitirlo—bajó la mirada—, pero no—musitó.

— ¿Por qué no? — mi ceño se frunció, pero la fierecilla sonreía alegremente.

—Es que...—elevó una de sus manos hasta su cabeza y la rascó despeinando su corto cabello—, lo intenté, de verás, pero las palabras que salían y las frases que se formaban... simplemente no me gustaban. No eran buenas.

—Pero al menos lo intentaste, y ya sabes lo que dicen: "La intención es lo que cuenta"—le sonreí, aliviado y feliz.

—Supongo—asintió riendo—. Siguiente pregunta.

—Está bien, veamos... ¿Qué pensaste de mí la primera vez que me viste?

Sonrió, dejándome ver todos esos hermosos y perlados dientes.

—Que eras Nagisa, la "amiga" de Akari que resultó ser un chico—rio.

—No eso, eso ya lo sabías—me queje—. Me refiero a la primera impresión.

—Oh, bueno. Recuerdo que me reí porque peleabas con la puerta y por el hecho que comprobé que eras un chico—sonrió—, y luego pensé que eras divertido; después me seguiste la plática, entonces supe que eras sociable; para último deducir que eras agradable porque era fácil reír contigo.

—Oh, vaya. Gracias—musité ligeramente ruborizado.

—Siguiente pregunta.

—¿Qué extrañas más de Shibuya?

—Diría que mi familia, pero ellos viven aquí así que...—pensó—, tal vez mi antigua universidad: me gustaban las fiestas—rió—. Siguiente y última pregunta.

— ¿Me las estás contando?

— ¡Claro! El juego se llama "diez preguntas", ¿no?

—Está bien, está bien—manoteé.

Pensé muy bien mi última pregunta, y sólo se me vino a la mente la que había estado pensando desde el inicio del juego, incluso mucho antes. Pero no sabía si hacerla era buena idea, sin embargo, la fierecilla insistió hasta que las palabras salieron de mi boca con sumo cuidado.

— ¿Por qué te fuiste de Shibuya? —musité tímido y con la voz apenas audible.

Él se quedó en silencio de nuevo y luego bajó la mira. ¡Tonto, tonto, tonto! Me decía una voz interna; si no se lo contó a Akari, no sé por qué tenía la esperanza de que me lo contara a mí.

Manual de lo prohibido 「Finalizada」Donde viven las historias. Descúbrelo ahora