Capítulo cuarenta y siete

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Habían pasado tres días, y aunque me negara a aceptarlo y llevara puesta una armadura de fortaleza, mi corazón preguntaba por Karma. Tres días y ¿nada?

Yūji me había contado que, por supuesto, él le había preguntado a dónde había ido y cuando sus hombros se encogieron ante la interrogativa, Karma salió disparado por la puerta, sin señal alguna de Yūma, sin embargo, ya no iba a pensar en ello, o al menos intentaría no hacerlo y no darle más concesión al asunto.

Miré a través de la ventana del departamento y visualicé las grandes formas arquitectónicas de los edificios de Minato. Tenía pensado jamás volver, quedarme en algún lugar seguro hasta que el corazón sintiera de nuevo. Me preguntaba: ¿hasta cuándo sería libre?, ¿hasta qué punto resistiría él?

Mi corazón palpitaba deseoso por sentir, por vivir, por amar; tenía miedo de no encontrar todo eso en alguien más. Andaría lejos, esperando no volver a atrás, no mirar profundamente su fotografía, negándome a todo aquello que aun sentía por él.

Si él apareciera, seguro mi corazón cantaría, pero mientras no lo haga y el tiempo pase, yo me haría más fuerte y evitaría derrumbarme en sentimientos vanos. Lo dejaría libre, para poder ser libre yo. No obstante, los golpes en la puerta interrumpieron mi divagación.

— ¿Estás listo? —la voz de Yūji era un poco reconfortable a todo mi dolor. Desvié la vista de la vitrina para mirarle y sonriéndole, asentí.

—Vamos.

Tomé mi abrigo y bajé junto con Yūji hasta la recepción del hotel, para dirigirnos a la avenida Roppongi, en donde volvía a darle vida a "Manuale del proibito". Había sido un éxito en Tokio, y ahora, Yukimura lo había trasladado a Minato, en donde pidieron que la presentara. Estaba feliz, por supuesto, era el público reconociendo mi trabajo.

Cuando llegamos, Yukimura-san ya estaba allí y nos regaló una extensa sonrisa al vernos.

—Suban, suban, es en el décimo piso—nos dijo, dándonos la mano.

Sin duda era un edificio grande, tenía cincuenta y cuatro pisos, no estaba muy seguro, pero en Minato la mayoría de los edificios eran así.

—Vamos, faltan menos de treinta minutos—me instó Yūji, empujándome por la espalda.

Al entrar al edificio el aire acondicionado me golpeó el rostro. Afuera ya hacía frío, ¿por qué no mantenerse cálido adentro? Últimamente así eran mis pensamientos, triviales y sin importancia. Yūji y yo subimos por el ascensor hasta el piso número diez.

—Nagi, ¿cómo estás? —preguntó, poco antes de que las puertas se abrieran.

—Perfectamente –contesté.

No es que fuera mentira, pero tampoco era completa realidad. Por supuesto, físicamente estaba de maravilla, emocionalmente... bueno, era preferible no hablar de ello. Me sentía estúpido, tonto, como si fuera el niño nerd del que todos en el colegio se burlaban.

Cuando las puertas del ascensor se abrieron, lo primero que vi, más allá de la gente, fue la vista a través de las grandes ventanas; los edificios y rascacielos se expandían gloriosos hacía el cielo por todo Minato.

—Vaya—exclamé y escuché la tenue sonrisita de Yūji.

Luego otra cosa captó mi atención, era un espacio un poco más pequeño que el de la primera exposición, por lo tanto, las fotografías estaban más juntas, observándome. Quise borrar con una sacudida de cabeza el recuerdo que me vino a la mente al verlas, a fin de cuentas, volver a ver a Karma no había resultado tan bueno.

Los minutos trascurrieron rápidos y mientras veía gente ir y venir observando mis fotografías se hizo tedioso. No es que no me gustara la expresión de fascinación de la gente al verlas, pero quería exponer otra cosa, otras fotografías, algunas más recientes, algunas que no me dolieran y no hablaran en mi imaginación.

Manual de lo prohibido 「Finalizada」Donde viven las historias. Descúbrelo ahora