Capítulo treinta y cuatro

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No podía conseguir pegar los párpados después de esa noche, daba vueltas y vueltas en mi cama, siendo la una de la madrugada; apenas había pasado una hora y media desde que habíamos llegado al departamento.

Exhalé agobiado y me levanté por un vaso de leche, para ver si así conseguía que el sueño se compadeciera de mí. Serví el líquido blanco en un vaso y luego de darle un sorbo, escuché un murmullo en la habitación de Akari. Curiosa me acerqué a su puerta, con paso sigiloso, seguro estaría hablando dormida. Cuando estuve detrás de la puerta, alcancé a percibir su vos perfectamente sobria, sin atisbo alguno de somnolencia, hablaba con alguien, pero, ¿a estas horas? ¿Con quién?

Agudicé el oído, queriendo encontrarle sonido entendible a su murmullo.

—Es que no sé qué pasa, Gakushū. Siento que no va muy bien...

¿Gakushū? ¿Estaba hablando con Gakushū? ¿Qué era lo que no iba bien? ¿No sabía qué cosa? Las preguntas comenzaron a formularse en mi cabeza por sí solas. Pero decidí mejor darle privacidad, a fin de cuentas, esperaba a que me lo contara mañana.

Los delicados rayos de sol que apenas se colaban por mi ventana iluminaron lo suficiente mi habitación como para hacer que me despertara. Me revolví entre las sábanas y miré la hora cuando abrí por completo los ojos, iban a ser las once de la mañana. Me estiré haciendo que un montón de huesos me tronaran, luego le abrí el paso a un bostezo.

Me levanté perezosamente y salí de mi habitación. Me llevé una sorpresa al ver a Akari allí, sentada en la cocina, desayunando.

— ¿No trabajas hoy?

—No, el señor Bianchi me dio el día para prepararme para el viaje—contestó, levantando su plato del pretil.

—Claro, lo olvidé—musité, un tanto confundido porque esta vez, Akari no había decidido despertarme con esos molestos golpes en la puerta, como era su costumbre—. ¿Qué desayunamos? —le pregunté, para no pensar en lo anterior.

—Lo siento, yo ya desayuné—me miró—. Tenía mucha hambre, además tú estabas dormido y no quise despertarte.

Eso sí que era raro, pero traté de ocultar mi expresión de desconcierto.

—Oh, bueno, no te preocupes.

—Saldré por un rato, iré a comprar algunas cosas que me faltan para el viaje—me avisó, retirándose de la cocina.

— ¿Irás sola? —quise saber.

—Sí, es que tengo que hacer miles de paradas, ya sabes—se encogió de hombros y luego entró al baño para lavarse los dientes.

—Claro—murmuré. Sabía muy bien cuando Akari quería estar sola.

Recordé la conversación que tuvo anoche con Gakushū, pero ella parecía como si no fuera a decirme nada, así que traté de ser sutil para lograr que ella hablara, aunque sea un poco. Oí cómo le cerró a la llave del agua y luego la vi salir del baño.

—Anoche no pude dormir—empecé a decir—, me costaba pegar los ojos—bromeé, esperando a que ella hiciera un comentario parecido.

—Oh, yo creí que serías el primero en caer como piedra a la cama, siempre te cansas mucho—dijo, buscando ahora su bolso.

—Sí, pero no logré conciliar el sueño sino hasta las dos de la mañana—insistí.

—Qué mal—fue todo lo que dijo, porque el silencio hizo presencia debido a que yo ya me había dado por vencido. Ella no me contaría nada.

— ¿A qué hora vendrás? —inquirí, sintiéndome pésimo por la fría conversación. Se encogió de hombros, indiferente.

—Vendré a comer, no te preocupes—me sonrió, débilmente—. Te veo al rato—se dirigió a la puerta y salió por ella sin decir nada más.

Manual de lo prohibido 「Finalizada」Donde viven las historias. Descúbrelo ahora