Capítulo treinta y nueve

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— ¡Akari! —me levanté, desconcertado—. Yo no...—intenté explicar.

— ¿Tú no qué? Te acabo de escuchar, Nagisa—las lágrimas salían de sus ojos como si fueran caballos de carrera, desatrampados por ganar—. Oí cuando se lo dijiste a Gakushū, ¡eres un traidor! —gritó y al instante, sentí el sonoro golpe de la palma de su mano contra mi mejilla, produciendo un ardor instantáneo y el seguro enrojecimiento de mi piel.

Tan duro fue el golpe que la cara se me desvió hacía un lado y Gakushū tuvo que retener a Akari.

— ¡Akari, tranquila! —le ordenó asustado.

— ¿Cómo quieres que esté tranquila? Si mi supuesto mejor amigo me traicionó, claro, ahora entiendo todo—no dejaba de llorar y el coraje era leíble en su rostro.

Los nudos se habían quedado atascados en mi garganta, y el corazón hecho pedazos en mi pecho, latía angustiado. Mis lágrimas eran de amargura, deseaba fervientemente que todo esto fuera una pesadilla.

—¿Cómo no me di cuenta antes? ¡¿Y tú no pensabas decírmelo?! —me empujó y Gakushū volvió a sujetarla.

—Akari...

— ¡Te abrí la puerta de mi casa! ¿Y me pagas robándote a mi novio? —seguía farfullando llena de furia e hizo caso omiso a la voz de Gakushū—. ¡Qué estúpida! No puedo creer que tú...—se quedó a la mitad de la frase, le dolía bastante. La conocía y sabía que estaba hecha pedazos, cosa que sólo sirvió para hundirme más en la miseria. Seguía sin poder hablar, sólo lloraba y miraba a Akari—. Hace algunos minutos estaba llorando porque te ibas —farfulló—, ahora entiendo la razón, qué cobarde—siseó—. Pero ¿sabes? Me da gusto que te largues, hipócrita—me dio una última mirada despectiva, dolida, y se dio media vuelta para salir de la habitación.

Me quedé inmóvil, dejando que mis lágrimas se suicidaran sin piedad; respirar me era difícil y sentía que me faltaba el aire. Gakushū me miró, decepcionado.

—Ve—alcancé a susurra, con el hilo de voz que salió de mi garganta—. No la dejes sola.

Se me quedó mirando, era una mirada extraña, estaba entre la frustración y la angustia. Pero enseguida salió detrás de Akari. Entonces me quedé solo.

Las lágrimas no se cansaban de salir y parecía como si nunca se acabaran, esto no debió de haber terminado así, ni siquiera debió tener comienzo.

Me quedé inmóvil durante un par de minutos y luego, miré a mi alrededor, ya no volvería a ver a Gakushū y no había tenido la oportunidad de decirle adiós. Busqué con la mirada algún cuadernillo y divisé una hoja encima de su escritorio; tomé un bolígrafo y garabateé sobre el papel en trazos largos:

Me lo dijiste, lo sé.

Disculpa todo el daño que hice, que le hice a ella. Era lo que menos hubiera querido que pasara. Agradezco todo lo que hiciste por mí, gracias por entenderme.

Fuiste mi mejor amigo y nunca voy a olvidarte.

Perdóname.

Te quiere, Nagisa.

Lo dejé sobre su cama y luego, con un nuevo dolor en el pecho, salí de aquella habitación. Me deslicé como ánima en pena escaleras abajo y cuando bajé a la sala para cruzarla y llegar hasta la puerta, la mirada de la madre de Gakushū me detuvo.

— ¿Estás bien? —me preguntó, pero mantuve mi mirada baja, totalmente avergonzado y negué con la cabeza.

— ¿Quieres una taza de té? —me ofreció, amable.

Manual de lo prohibido 「Finalizada」Donde viven las historias. Descúbrelo ahora